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No lo imaginan

La reforma judicial, aprobada mediante errores de procedimiento y sin idea clara, ha llegado a un punto muerto. No hay suficientes candidatos para aplicarla, y el INE no tiene manera de organizar la elección. Es, pues, un fracaso más. Desafortunadamente, aunque sea un fracaso para el poder hegemónico, es una tragedia para el funcionamiento del país. Centenares de jueces han adelantado su retiro o han optado por renunciar. No hay cómo reemplazarlos, de forma que, en algunos meses, la impartición de justicia, la etapa menos mala del proceso, dejará de funcionar.

Sin importar el daño que han causado, ahora los diputados han aprobado desaparecer los órganos autónomos. Con ello, no sólo nos dejan sin mediciones autónomas de pobreza o nivel educativo, sino que ponen en serio riesgo la relación comercial con Norteamérica, porque tanto la comisión de competencia como el instituto de telecomunicaciones tienen funciones específicas en el T-MEC, y aunque la CRE y la CNH no las tienen, entregar el control de la regulación a quien además es cabeza de las empresas energéticas paraestatales no es permitido en ese acuerdo.

Finalmente, se desaparece el Inai, que no sólo significa que no tendremos ya acceso a información del gobierno, sino que nuestros datos personales, esos por los que nos obligan a firmar en casi cada transacción, quedarán al garete. Para cubrir los desfalcos que permitieron su triunfo electoral, que arda Troya, si es necesario.

Quien dirige toda la operación, como lo dijimos muchas veces mientras ocupaba la Presidencia, no tiene visión estratégica, ni está en sus cabales. Sus alfiles, hombres de poca monta pero gran fortuna, no tienen empacho en continuar con la destrucción institucional, que no es otra cosa que la destrucción del país. Quienes no son hombres (o mujeres) de Estado, no se dan cuenta de que el país es sólo su reflejo institucional. Sin éste, no existe aquél.

La fauna que ha alcanzado el poder hegemónico es (hemos dicho, pero hay que reiterar) excluyente, indisciplinada e incompetente. De ellos no puede esperarse otra cosa que la destrucción y el saqueo. Imaginan que humillar al adversario resulta un triunfo, sin darse cuenta de que en esa acción anulan el futuro. Creen que basta ocultar la información para que nadie perciba el botín que acumulan. No tienen la sabiduría de antaño: de robar, pero salpicar; de cuidar límites para evitar sorpresas; de construir el Estado al mismo tiempo que el patrimonio propio. Una punta de rufianes, pues.

El entramado institucional aguanta mucho, pero no tanto. Una vez rotos los acuerdos básicos de convivencia, las puñaladas pueden ir en cualquier dirección. Quien hoy presume un helicóptero puede mañana enfrentar un proceso. Quien preside, puede en pocos días ser más bien un presidiario. Ejemplos históricos abundan, desde la guillotina francesa hasta los procesos de Moscú. La gloria mundana pasa rápido.

Me pregunto cómo esperan torear la desaceleración económica, pérdida de empleos asociada, en las próximas semanas. O cómo piensan explicar a las familias una histórica cuesta de enero. O con qué megafarmacia prometerán las medicinas que hoy ya no hay, o las medidas para paliar una crisis de seguridad que ya es más un derrumbe social. Porque hay vida más allá de cámaras y reflectores. Y no es la vida que prometieron.

Estamos ya en una profundísima crisis social, y no la ve quien no quiere verla. Desde el poder, se anulan las herramientas para enfrentarla. Desde fuera, la incertidumbre se potencia. Muy pronto, las pensiones que compran votos, que ya la población asumió como un derecho, serán insuficientes para contener necesidades, molestias y enojos.

Va a ser un 2025 muy difícil. Mucho.

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