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¿Anular la democracia para defenderla?

¿Puede una democracia defenderse en sus procesos internos de las ideas ultras que la quieren destruir? ¿Es posible respetar la libertad política, la libertad de expresión y de pensamiento, la libertad ideológica y reprimir a aquellos que pretenden destruir el régimen democrático llegando al poder de forma democrática?

"El colapso moral y casi total de una sociedad en la que muchos ciudadanos abandonaron la carga de pensar por sí mismos en favor de un tribalismo de nuestro tiempo"

Michael Burleigh

La democracia es el único régimen político que por lógica lleva en su interior el germen de su propia destrucción. 

Cuando entendí allá por mis estudios universitarios la verdad endemoniada de este aserto solo lo contemplaba como una paradoja política, algo que permanecía dentro del ámbito del debate académico y que no traspasaría nunca más sus puertas. No habría una nueva Weimar inerme ante las alertas. No sucedería nunca que los alegres ciudadanos españoles, al fin en el mejor régimen de los posibles tan añorado, intentaran destruir su libertad política. Pero la paradoja seguía existiendo: la democracia es el régimen que tiene que aceptar dentro de sus instituciones la existencia y difusión de ideas opuestas a las puramente democráticas. Ninguna dictadura o autocracia permite en su seno la disensión de la propia esencia de sus regímenes y la reprime cruel y eficazmente. Una democracia ni quiere ni puede reprimir al disidente. 

Este es el motivo esencial de que la pugna de las modernas autocracias por la supremacía sobre las democracias occidentales sea no solo desigual sino tal vez insuperable. 

La reflexión es particularmente necesaria tras lo sucedido en Rumanía, país miembro de la Unión Europea. En líneas generales, el Tribunal Constitucional rumano constituido por nueve magistrados, acaba de anular la primera vuelta de las presidenciales y de impedir la celebración de la segunda para reiniciar todo el sistema y volver a acudir a las urnas desde el principio en fecha que se fije. Han anulado todo un proceso electoral en la Unión Europea. Grave decisión. ¿Lo han hecho por deficiencias en el conteo, por falta de papeletas de algún grupo, por coacciones a los votantes, por robos de urnas, por cualquier anomalía electoral? No. Lo han hecho porque el candidato prorruso Georgescu, al que las encuestas daban un 6%, obtuvo un 23% y pasó a la segunda vuelta y porque el gobierno ha desclasificado los documentos del servicio secreto que acreditan los ciberataques rusos destinados a mermar las opiniones occidentalistas y europeístas y la existencia de más de 25.000 cuentas de TikTok para promover a Georgescu que habrían sido activadas por fuerzas prorrusas o directamente por Spuknit a la par que dinero ruso utilizado para pagar a influencers que le han hecho la campaña. 

Las elecciones no se han anulado por anomalías electorales sino por comida de tarro de los electores por enemigos extranjeros, por decirlo en román paladino. Fíjense que debate más bonito para llevar a cabo por demócratas. 

No conocemos las razones jurídicas del Constitucional rumano puesto que solo ha hecho público su fallo y no la resolución, así que no sabemos cómo ha resuelto el embrollo jurídico-político de decir que anula las elecciones porque los electores no han votado en sus cabales o han votado engañados o es que un candidato iba dopado de campaña o acaso se trata de un problema de financiación irregular a través del extranjero o cuál es el punto de apoyo para mover esta tremenda palanca. Eso sí, su resolución parece dejar claro que Rusia es un enemigo de los países de la UE y que su influencia es inaceptable en los procesos electorales. Sin embargo, a los dos candidatos que habían logrado pasar a la segunda ronda, el prorruso y la de centroderecha, la anulación les parece “un pisoteo de la democracia” mientras al actual presidente que había quedado fuera le parece maravilloso.   

¿Puede una democracia defenderse en sus procesos internos de las ideas ultras que la quieren destruir? ¿Es posible respetar la libertad política, la libertad de expresión y de pensamiento, la libertad ideológica y reprimir a aquellos que pretenden destruir el régimen democrático llegando al poder de forma democrática? Ojo que esto no es nuevo pero que en nuestra época viene acunado por nuevas tecnologías que ya no son la radio, los altavoces o los pasquines. La UE ha planteado todo un plan para luchar contra ello -que va de eso, de injerencia extranjera sobre todo- que tiene partes interesantes y otras ingenuas o de lento recorrido, como la de formar el sentido crítico de la población -¿qué hemos estado haciendo en 45 años de instrucción democrática?- y algunas que hablan de cambios efectivos en las normas de financiación de los partidos, de la reglamentación de las campañas electorales y otras. 

Es eso u obligar a que las redes como TikTok si quieren operar en tu territorio no pertenezcan a potencias hostiles, como pretende hacer Estados Unidos. Para ello hay que determinar qué potencias son las hostiles y, de la forma legal que sea, asumir un conflicto con ellas. Siendo Rusia un enemigo declarado de las democracias europeas, asumir un estado de conflicto cibernético o de algún neotipo nos permitiría prohibir la difusión de su propaganda, la aceptación de su ayuda para campañas e incluso considerar quintacolumnistas a los europeos que defiendan sus postulados. Algo habrá que hacer. Tal vez nos estremecemos ante posiciones lógicas -si Rusia es el enemigo no hace falta que nos enfrentemos bélicamente, pero no nos dejemos segar la hierba por él- y luego aceptamos con naturalidad decisiones como la rumana que no dejan de ser demasiado extrañas a la naturaleza democrática. Si la ultraderecha alt-right es un enemigo democrático declarado, a lo mejor habría que actuar en consecuencia. 

No estoy dando soluciones y ni siquiera tomo partido. Estoy apuntando a la verdadera naturaleza del debate que no es otra que determinar hasta qué punto puede y debe defenderse la democracia de quienes pretenden socavarla y cómo debe hacerlo, incluso si eso puede incluir restricciones concretas de la libertad de expresión -a la plasmada en forma de discursos antidemocráticos-,  aprobadas democráticamente por parlamentos democráticos. O si esto nos haría correr el riesgo de que oposiciones y disensiones legítimas se vieran silenciadas por los partidos más poderosos.

Lo de Rumanía no es un chascarrillo lejano de un país al que miramos por encima del hombro. Cambien los nombres y las circunstancias. ¿Anulamos unas elecciones perfectamente limpias si Alvise o Vox lograran un resultado no previsto y comprobáramos que han tenido apoyo extranjero para lograrlo? ¿Anulamos unas elecciones si arrasa Podemos y se prueba que Putin o Maduro han gastado en apoyos cibernéticos y en redes una millonada para conseguirlo? ¿Lo hacemos aunque cada voto emitido lo haya sido libremente?

No me digan que la cosa no tiene miga, porque la tiene. 

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