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Solidaridad cotidiana

Escupir en la calle tiene multas cabales en nuestro país, el problema es cómo pillar al guarro; porque, además, alguien que tiene esos modales seguramente será lo bastante pendenciero como para no atreverte a pedirle identificación. Igual que aquel que se rasca los huevos delante de tu cara o que no recoge la caca de su perro o no te deja salir antes de entrar, hay algunos que hasta te hacen placaje con los brazos en las puertas.

Y no son los adolescentes, somos niños, jóvenes, mayores y hasta ancianos pugnando por entrar un poco antes en el vagón o saltarse la cola del supermercado. Estas personas suelen padecer una falta de empatía grande, rasgos narcisistas o delirios de poder. Aunque la mayoría de estos mal educados tienen eso, un problema de educación, de no haberles trasmitido en la infancia los valores de la convivencia y normas sociales.

Lo más grave de esta forma de actuar es que no es inocua, genera lo que se conoce como «dolor social». Porque este tipo de comportamientos tienen un impacto a nivel cerebral que crea estrés, desconfianza y ansiedad en los que lo sufren.

El ir por la calle sin sentir que los otros respetan, miran, escuchan, atienden y son conciudadanos amables crea un clima hostil con la sensación de «sálvese quien pueda», algo muy triste en una vida ya de por sí llena de luchas cotidianas. ¿No sería más bello pedir el asiento a un joven en el trasporte público cuando lo necesitas, que empujar antes de que se abran las puertas? Estoy convencida de que el asiento sería cedido con mucho gusto, pues no hay nada más gratificante que ayudar al prójimo.

¿No sería más bello que se recordara en los bares que gritar molesta y genera sordera? Estoy convencida de que se bajaría el volumen sin irritación.

¿No sería sencillo hacer una tenaz campaña televisiva para que los adultos conocieran lo que no aprendieron de niños? Los buenos modales, la sonrisa al otro, son la solidaridad cotidiana.

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