El testamento secreto de Hitler: estos fueron sus últimos (y turbios) pensamientos antes de morir
Adolf Hitler dejó tras de sí un Reich en cenizas, aplastado por tierra, mar y aire. También un sinfín de interrogantes. Entre ellas, el destino final de su cuerpo, consumido por el fuego a manos de sus seguidores para evitar que los soviéticos lo ultrajaran. Pero no fue lo único. En diciembre de ese mismo año, en plena Segunda Guerra Mundial, diarios como ABC publicaron su testamento; un texto polémico en el que justificaba su suicidio, declaraba su amor por Alemania y proclamaba que el imperio nazi renacería para vengarse de los enemigos de la raza aria. «Pasarán los siglos, y de las ruinas de nuestras ciudades crecerá el odio contra los responsables de todo: el sionismo internacional y sus aliados», explicó. Fue en diciembre de 1945 cuando los diarios internacionales se hicieran eco del descubrimiento: un texto dictado por el mismo Hitler en el búnker de la Cancillería . Varias hojas en las que el líder nazi explicaba que pensaba suicidarse junto a su ya esposa, Eva Braun. El mismo ABC informó de ello el día 30 con una noticia a toda página cuyo titular no dejaba lugar a dudas: «El testamento de Hitler. Descubierto en una casa de campo, prueba decisiva de su muerte». Según explicaba el periodista, la existencia de la última voluntad del germano, formada por «cuatro documentos separados» hallados en «una casa de campo» de Tegernsee, había sido confirmada por el ejército norteamericano. Así lo explicaba ABC todavía en la Segunda Guerra Mundial: «El testamento, una prueba decisiva de la muerte de Hitler, fue descubierto por el Servicio de Contraespionaje británico, en cooperación con los norteamericanos. Lleva fecha del 29 de abril de 1945 y firman en él como testigos el doctor Josef Goebbels , ministro de Propaganda; Martin Bormann, adjunto de Hitler; Hans Ebers, adjunto de Himmler en Checoslovaquia, y Wilhelm Berdgorf. También ha sido hallado el contrato matrimonial original de Hitler y Eva Braun, en el que figuran como testigos Bormann y el doctor Goebbels. […] La recién casada firmó en el registro con el nombre de 'Frau Hitler' (señora de Hitler)». En su testamento político, Hitler dejaba claro lo que quería que sus acólitos hiciesen con sus cadáveres una vez que se hubiesen suicidado. «Es mi deseo que Eva Braun, que se casó conmigo y se presentó voluntaria para compartir mi suerte en el Berlín sitiado, sea cremada inmediatamente en el lugar donde he realizado la mayor parte de mi trabajo durante mis doce años de servicio a mi pueblo». Esta cláusula es en la que se basaron los soviéticos para alimentar la idea de que la tumba que se había hallado en la Cancillería pertenecía a la pareja. En las líneas siguientes señalaba que todo había terminado para ellos: «Mi esposa y yo hemos escogido la muerte para escapar a la desgracia de ser obligados a ceder o rendirnos». Después de explicar cómo acabarían con su vida, el 'Führer' rememoró los meses en los que había participado en la Gran Guerra . «Más de treinta años han pasado desde que en 1914 intervine, como voluntario, en la Primera Guerra Mundial, un conflicto que se le impuso al Reich». A continuación incidía en que, «en los tres decenios» desde aquellos hechos, su conducta había «sido guiada únicamente por el amor y la fidelidad» hacia su pueblo. Después, eludía la responsabilidad de haber hecho estallar el conflicto el 1 de septiembre de 1939: «No es verdad que yo, ni nadie en Alemania, haya querido la guerra de 1939. Esta fue deseada y promovida, exclusivamente, por aquellos estadistas internacionales que eran de origen judío o defendían los intereses judíos». Su demagogia fue exagerada hasta el final. Muy lejos de admitir que sus decisiones habían provocado la muerte de millones de personas, escribió que había propuesto «llegar al control y la limitación de los armamentos» entre potencias para evitar la guerra. «No podrá ignorar nadie mis esfuerzos en este sentido». Se le olvidó señalar, sin embargo, que había incumplido el Tratado de Versalles al construir blindados, entrenar pilotos e impulsar la ' Wehrmacht ' más allá de los límites legales. En este sentido, también defendió hasta el final la existencia de una conspiración internacional contra Alemania. «Pasarán los siglos, y de las ruinas de nuestras ciudades nacerá y crecerá el odio contra todos aquellos que, en última instancia, son los responsables de todo: el sionismo internacional y todos cuantos les ayudaron». Como era de esperar, Hitler afirmó que las naciones aliadas habían utilizado a Alemania como un país destinado a «ser adquirido y vendido» por «conspiradores internacionales» que solo buscaban «actuar sobre el mundo del dinero y las finanzas». Por todo ello, dictó, «la responsabilidad» de las muertes sucedidas durante la contienda debía recaer «sobre aquella raza que es la verdadera culpable de esta sangrienta lucha: los judíos». En el testamento, Hitler dejó patente también que no pensaba abandonar Berlín jamás. «Después de seis años de guerra, que pasarán un día a la Historia como la más gloriosa y alta demostración de firmeza de carácter de una nación, no puedo abandonar la ciudad que es la capital del Reich». En sus palabras, esta decisión la había tomado «por libre voluntad», lo mismo que la determinación de darse «muerte en el momento en el que considere no poder mantener más mi posición de Führer y Canciller». Para entonces, ya había decidido que no tardaría en suicidarse. «Muero feliz en cuanto soy consciente de la grandeza de todo lo que nuestros soldados han hecho en los frentes. Desde lo más profundo de mi corazón expreso a todos vosotros mi agradecimiento». La determinación de no huir de Berlín la corroboró, tras la Segunda Guerra Mundial, su piloto personal. En un artículo escrito para la revista 'Life', Baur explicó que intentó persuadir a Hitler de que se marchara hacia algún lugar más seguro. «Mein Führer, usted puede escapar. Puede coger un tanque (nosotros tenemos uno cerca de la Cancillería) y dirigirse hacia el oeste. El puente de Heer Strasse todavía está libre. Mis aviones están todavía en Rechlin, preparados para volar. Yo puedo hacerle llegar volando hasta donde quiera». Sin embargo, el líder nazi se negó: «Está fuera de mis pensamientos abandonar Alemania. Podría ir a Flensburgo, donde Dönitz tendrá sus cuarteles generales, o al Obersalzberg, pero en dos semanas tendría que plantarle cara a lo mismo que ahora. Algunos de mis generales y oficiales me han traicionado. Mis soldados no quieren seguir con esto. Y yo no puedo seguir con ello». No obstante, mientras afirmaba que sus hombres estaban extenuados tras años de dura contienda, también les instaba a morir luchando por el Reich: «Por ninguna razón suspendáis la lucha. […]. Continuad combatiendo contra los enemigos de la Madre Patria […]. Del sacrificio de nuestros soldados y de mi unión con ellos hasta la muerte brotará en la historia de Alemania la semilla de un radiante renacimiento del movimiento nacionalsocialista». Y es que, en su locura, el todavía 'Führer' creía que, tras su muerte, habría un renacimiento de su partido y, después de recuperar el poder, este forjaría una «verdadera comunidad de naciones». Para los que no tuvo buenas palabras fue para sus principales generales. Hitler falleció convencido de que la mayoría de sus jerarcas le habían abandonado. Así pues, se despidió con un coscorrón metafórico de los oficiales del 'Heer', el ejército de tierra, aquel hacia el que más recelos había sentido durante todo el conflicto: «Quiero que, en el futuro, forme parte del Código de Honor del oficial alemán el principio -ya asimilado por nuestra Marina- de que la capitulación de un distrito o de una ciudad es imposible y de que los jefes deben marchar a la cabeza de sus hombres para dar ejemplo de fidelidad al deber hasta la muerte».