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Las últimas horas de agonía de Barnier antes de la moción de censura

La reapertura de Notre Dame cinco años después del brutal incendio prometía ser una gran vitrina internacional para Emmanuel Macron en tiempos de turbulencias e inestabilidad política en Francia. Con lo que no contaba el presidente era llegar a la gran cita en el papel de anfitrión cojo, sin Gobierno y con una nueva crisis política abierta. Sobre todo por lo que esta situación pueda proyectar de Francia al mundo en un momento que supondrá el gran reencuentro con Donald Trump, que llega a la reapertura de la catedral como su primera visita internacional tras ser elegido.

La caída del Gobierno de Barnier, que quedará sentenciada vía moción de censura tras su debate a partir de esta tarde en la Asamblea Nacional, salvo que Le Pen se eche atrás en el último momento, es para muchos la crónica de una muerte anunciada, ya que el frágil Gobierno siempre estuvo sujeto a que la líder del Reagrupamiento Nacional no accionase el botón nuclear de la censura. Ahora lo hace y pone presión sobre Macron, que tendrá que buscar un relevo a Barnier que sirva como cortafuegos lo antes posible. Muchos analistas apuestan por un recambio rápido para que la presión no se centre en el presidente, que es lo que precisamente podría estar buscando Le Pen, forzar un adelanto de las presidenciales ante su propia coyuntura judicial. El 31 de marzo conoceremos la sentencia del caso de malversación de fondos europeos que puede costarle cinco años de inhabilitación con aplicación inmediata, tal y como pide la Fiscalía. La apuesta de Macron por Barnier, que apenas habrá durado tres meses, no ha logrado la estabilidad esperada, ya que su Ejecutivo quedó involuntariamente en manos de Le Pen, que ha esperado el momento más doloroso para apretar el botón nuclear de la moción.

«Resulta que si yo estoy delante de ustedes es porque el pueblo francés me ha escogido en dos ocasiones (2017 y 2022). Estoy muy orgulloso y honraré esa confianza con toda mi energía hasta el último segundo para ser útil al país», aseguró Macron a la prensa francesa desde Arabia Saudí, donde realiza una visita oficial.

Son varias las voces del centro y la derecha que han criticado duramente el anuncio de Le Pen de hacer caer el Gobierno votando la moción de censura de la izquierda. Empezando por el propio Michel Barnier, quien señalaba este martes por la tarde que «la censura pondrá las cosas más difíciles y la situación más grave».

Anoche, en una entrevista en televisión desde su despacho del Palacio de Matignon, Barnier confiaba en que aún es «posible que haya un reflejo de responsabilidad» de parte de los diputados para que las dos mociones de censura contra su Gobierno no salgan adelante. «Nos jugamos el interés superior del país», advertía el primer ministro ante los franceses.

«Cuando llegué aquí [despacho de Matignon] hace tres meses sabía que podía irme a la mañana siguiente, porque es una cuestión política y es muy complicada», opinó Barnier.

Desde la bancada de la coalición de izquierdas le devuelven la responsabilidad a él. André Caissagne, jefe de los diputados comunistas, le respondía: «Si entramos en terreno desconocido mañana [por hoy], esto es responsabilidad suya». Uno de los más críticos con la decisión de Le Pen en estos momentos ha sido el titular de Interior, Bruno Retailleau, considerado un próximo a las tesis de mano dura de RN. «Es lamentable», aseguró Retailleau acusando a Le Pen de «mezclarse» con la ultraizquierda.

En este compás de espera antes del voto de la moción de censura, muchos se preguntan en Francia hasta dónde llegarán las consecuencias del embrión del problema: la decisión de Macron de disolver la Asamblea tras su mal resultado en las europeas. Las elecciones legislativas generaron en Reagrupamiento Nacional la ilusión de una victoria con once millones de votos que no se materializó gracias a la unión de casi todo el resto de fuerzas en la segunda vuelta para frenar a la ultraderecha. Desde entonces, Macron se ha resguardado en la escena internacional. Él decidió entonces ocuparse solo de las funciones reservadas en la Constitución al presidente de la República: las políticas de defensa y exteriores y dejarse ver en vitrinas excepcionales como los Juegos Olímpicos o la reapertura de Notre Dame, que han supuesto destellos en medio de esta crisis de estabilidad inédita desde hace años.

El diario «Le Monde» sentenciaba la situación de Macron en una de sus tribunas como quien «se consume en un lento crepúsculo». Ni siquiera la nueva Notre Dame como una de sus grandes apuestas, renacida en el plazo de cinco años como anunció, parece que pueda salvarle de ese ocaso presidencial.

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