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¿Es posible otra reforma constitucional?

En los últimos meses, Javier Milei, además de las consabidas referencias a Juan Bautista Alberdi y otros próceres, parece haber tomado con más discreción a Carlos Menem como modelo de acción política.

Uno es el referido a la reforma constitucional. Las constantes restricciones que sufre el presidente tanto del Congreso como de la Justicia y los gobernadores, lo habrían llevado a analizar la posibilidad de un régimen más presidencialista que incluso estableciera una única elección cada cuatro años, algo en lo que muchos coinciden.

Javier Milei

El antecedente de Menem es que ganó la elección presidencial en 1989 con el 47,5% frente al 37,1% del candidato del entonces oficialismo, Eduardo Angeloz. Se trató de una diferencia de 10,4 puntos. En su primera elección legislativa, dos años después, Menem se impuso claramente. El peronismo, liderado por el presidente, obtiene el 40,9% y el radicalismo, como segunda fuerza, con 28,9%. La diferencia es de 12 puntos a favor de la Casa Rosada.

Dos años más tarde -el período presidencial entonces duraba seis años- hubo otra elección legislativa. Con la convertibilidad ya asentada y valorada, el peronismo liderado por Menem obtuvo el 43,4% y el radicalismo, nuevamente la principal fuerza opositora, el 30,2%. El presidente vuelve a ganar así por tercera vez, con 13,2 puntos de ventaja.

Es el momento en el cual Menem lanza, en forma casi paralela a la elección, su estrategia del "Pacto de Olivos". El presidente estaba lejos de tener los dos tercios de ambas Cámaras del Congreso de la Nación requeridos para una reforma constitucional. Pero amenazaba con convocar un plebiscito sobre la reforma que forzara los apoyos que le faltaban.

Una negociación con Raúl Alfonsín -que no fue demasiado trabajosa- le permitió a Menem obtener un segundo mandato consecutivo. El líder del radicalismo obtuvo concesiones en el nuevo texto constitucional, coincidentes con el borrador de proyecto de la Carta Magna que había querido impulsar durante su gobierno. Menem, a su vez, logró su reelección realizando otras concesiones como el tercer senador, el Consejo de la Magistratura y el Jefe de Gabinete, que también pedía Alfonsín.

En este contexto, el ex presidente radical volcó los legisladores necesarios para el acuerdo que permitiera alcanzar los dos tercios para convocar la Constituyente. La elección de constituyentes realizada el 10 de abril de 1994 dio una clara mayoría para el oficialismo, que obtuvo el 38,5% de los votos, mientras que el radicalismo obtuvo el 19,74%. La tercera fuerza, el Frente Grande liderado por "Chacho" Álvarez, sacó 13,2% de los votos, la mayoría provenientes del radicalismo.

Este último partido terminó pagando un costo político y electoral muy alto por el "Pacto de Olivos". La dirigencia radical de entonces no percibió que una cosa son los dirigentes y otra los votos. El militante radical no resintió su adhesión a Alfonsín, pero los votantes neutrales que veían al partido como una barrera contra los avances de Menem sobre las instituciones, no se lo perdonaron. En la elección presidencial siguiente el radicalismo quedó tercero, con la fórmula Massaccesi-Hernández, mientras que el Frepaso, constituido por escisiones del peronismo y otras fuerzas, quedó en segundo lugar. Se había roto así el bipartidismo argentino, que no volvería a reconstituirse por lo menos hasta la llegada de Javier Milei.

La elección presidencial de 1999 permitió al radicalismo ocultar su debilidad electoral con una alianza que reunía a un candidato radical moderado, Fernando de la Rúa, y un dirigente progresista, como fue "Chacho" Álvarez. Dos años después de la crisis de 2001, el candidato radical, Leopoldo Moreau, obtiene el 2,3%. Fue la peor elección del partido en su historia. Después se ensayan diversas alquimias electorales, pero no ya con el radicalismo como eje del sistema de partidos: apoya a Lavagna en 2007, va con la candidatura de Alfonsín hijo, que sólo llega al 11,1% de los votos cuatro años después; y en 2015 concurre a elecciones en alianza con una nueva fuerza de centroderecha, que es el PRO.

El radicalismo mostró así, en el siglo XXI, una alianza con la centroizquierda, otra con el centro, algún esfuerzo propio y alianza con la centroderecha. Así no es fácil mantener la fidelidad del votante.

Pero el 4 de diciembre Cristina Kirchner hizo sorprendente una declaración. Por un lado, rechazó la existencia de un pacto con Milei, lo cual resulta políticamente lógico. Pero por el otro, convocó a reformar la Constitución Nacional. Lo hizo el mismo año en el que se cumple el 30° aniversario de la última reforma y cuando tanto el peronismo como el radicalismo han ratificado su apoyo y elogio a ésta.

La ex vicepresidente puso especial énfasis en proponer que todos los mandatos venzan a los cuatro años. La propuesta apunta a eliminar la elección de medio mandato. Se trata de que en un mismo día se vote para presidente y vice, junto con los setenta y dos senadores nacionales y los doscientos cincuenta y siete diputados nacionales. Los mandatos se renovarían todos así a los cuatro años en cada elección presidencial (implicaría reducir de seis a cuatro los años de mandato de la Cámara Alta).

Aprovechó también para reclamar que se modifique el sistema judicial, algo lógico en momentos en que la Justicia de primera y segunda instancia la ha condenado por corrupción y tiene por delante un fallo de la Corte que dejará definitivamente resuelto el tema.

Cristina puso como referencia la reforma constitucional que está realizando en este momento México, impulsada por la nueva presidente Claudia Sheinbaum. Criticó también el sistema de las PASO y el de doble vuelta.

Fue una propuesta centrada en las reformas político-institucionales y no en las económicas ni sociales, como era tradicional en Cristina Kirchner. La pregunta central es: ¿buscará ella un rol como el que tuvo Alfonsín tres décadas atrás?

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