Erdogan emerge como un hombre clave en la era post Asad
No hay duda de que la ofensiva que ha acabado por derrumbar el régimen sirio ha sido sorprendentemente rápida y eficaz, pero lo ocurrido puede explicarse con claros y sólidos factores. Uno de ellos tiene nombre y apellidos, y se llama Recep Tayyip Erdogan. Nada de lo ocurrido a partir del pasado 27 de noviembre desde el feudo opositor de Idlib ha sucedido sin el respaldo de Turquía, país que seguirá siendo fundamental en el incierto futuro que se abre para Siria.
No en vano, Ankara controla desde hace varios años través de sus aliados del Ejército Nacional Sirio -no confundir con el Ejército regular- una zona del noroeste del territorio, la misma desde la que se organizó la rebelión que a la postre ha acabado con el Estado baazista después de 51 años; una buffer zone junto a las fronteras turcas clave para controlar a las fuerzas kurdas, los archienemigos del líder del AKP. En 2020, un acuerdo entre Turquía y Rusia ponía fin a las hostilidades para establecer un statu quo -con el territorio sirio dividido en tres entidades de facto, la mayor en manos de Assad- que ha quedado superado ya para siempre.
Desde el principio la operación liderada por Hayat Tahrir al Sham ha contado con las simpatías públicas de las autoridades turcas, pero el respaldo de Ankara fue ya indisimulado a raíz de las palabras de Erdogan el pasado viernes: «Esperamos que esta marcha acabe sin contratiempos ni accidentes en Damasco».
Si inicialmente en la operación rebelde -que contaba desde hacía un mes aproximadamente con la luz verde de Ankara- el intento de Erdogan de reforzar su posición con vistas a forzar al depuesto Bachar al Assad a sentarse a negociar el futuro de Siria -incluido el retorno de los refugiados desde Turquía- con Ankara, quedó entonces claro que el objetivo de la operación no era otro que apartar definitivamente al exmandatario sirio -que se encontraba, paradójicamente, en plena rehabilitación política regional- de la escena.
Este domingo, el ministro de Exteriores turco, Haka Fidan, se unía a las celebraciones por la caída del régimen, aunque advirtiendo de los peligros de que «el Estado Islámico y otras organizaciones terroristas (…) saquen tajada del proceso». Es evidente que la caída del régimen de Assad comporta riesgos para Turquía vinculados a la naturaleza ideológica de los grupos que han liderado la rebelión.
Aunque en sus alocuciones públicas la cabeza visible de la operación, Abú Mohamed Al Jolani, promete magnanimidad, a nadie se le escapa que procede del Frente Al Nusra, una organización ideológicamente vinculada a Al Qaeda, por lo que las nuevas autoridades tendrán la tentación de vengar los crímenes del anterior régimen en la secta alauita, mayoritaria en la zona costera del país -donde se encuentra una estratégica base naval rusa, y apoyo fundamental del aparato del Estado baazista.
No en vano, los talibanes, cuya recuperación del poder en 2021 guarda profundas semejanzas con la operación rebelde en Siria, se unieron a las felicitaciones por la caída de Assad y pidieron explícitamente a Hayat Tahrir al Sham que forme un gobierno alineado con «las aspiraciones del pueblo y los valores islámicos». Un nuevo conflicto civil en Siria tendría consecuencias necesariamente en Turquía, país que ya ha acogido a casi tres millones y medio de ciudadanos de este país exiliados por mor de la larga guerra civil, según datos de mayo de 2023, en forma de flujos de personas e inestabilidad regional. El ministro de Exteriores ha pedido a los rebeldes un gobierno «inclusivo». Para Turquía es fundamental la supervivencia de una estructura estatal e institucional en Siria.