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Al Asad, el oftalmólogo que se convirtió en "el carnicero"

En su primer anuncio en la televisión estatal después de la ofensiva que tomó al mundo por sorpresa, los rebeldes islamistas sirios dijeron que habían puesto fin al régimen autoritario de 24 años de Bachar al Asad.

El líder sirio, conocido por su mano dura contra su propia población, es la segunda generación de una dinastía familiar autocrática que se mantuvo en el poder durante más de cinco décadas y su desaparición parece señalar un reordenamiento del poder en una nación estratégicamente vital del Medio Oriente.

Bachar, oftalmólogo, no debía suceder a su padre Hafez como presidente de Siria, pero después de que su hermano mayor Basel muriera en un accidente de tráfico en 1994, su padre lo convocó a Damasco cortando en seco sus estudios de postgrado en Londres para prepararlo para el cargo. En 2000, Asad padre murió después de 30 años en el poder y Bachar asumió la presidencia. Tenía 34 años.

Occidente lo recibió con esperanza. Era considerado un joven culto y familiarizado con lo occidental. La esposa de Asad, Asma al Asad, con quien se casó en 2000, una ex banquera de inversiones de ascendencia siria que creció en Londres, contribuyó a esa percepción.

Pero cuando de oftalmólogo pasó a ser asesino en masa de su propio pueblo, la percepción cambió. Sin embargo, a diferencia de su padre, no fue capaz de mantener la estabilidad de su régimen, lo que llevó a su país a una guerra civil que finalmente lo derrocó.

Bachar nació en Damasco en 1965, en el seno de una familia alauita. Dos años antes de su nacimiento, Hafez, su padre, participó en un golpe militar del partido Baaz, una alianza laica, nacionalista y socialista. En 1970, Asad padre tomó el poder y convirtió a Siria en una dictadura.

Asad hijo llegó al poder en una elección sin oposición en 2000, tras la muerte de su padre. Bachar creció a la sombra de Hafez, quien, durante tres décadas, ayudó a impulsar a una población alauita minoritaria a puestos políticos, sociales y militares clave.

Al igual que el hijo, Hafez al Asad no toleraba la disensión, gobernó apoyado en una opresión generalizada con episodios periódicos de violencia estatal extrema. En 1982, en la ciudad de Hama –que los rebeldes islamistas tomaron a principios de esta semana– el padre Asad comandó a su ejército y sus servicios de inteligencia a masacrar a miles de sus oponentes, poniendo fin a un levantamiento encabezado por la Hermandad Musulmana. El nuevo líder de Siria cultivó los vínculos tradicionales de su país con organizaciones islamistas como Hamás y Hizbulá. Y fue con el estallido de la guerra civil, en realidad la represión generalizada del régimen de toda oposición, cuando Occidente lo condenó abiertamente.

El telón de fondo de la guerra interna fueron las revueltas de la Primavera Árabe en Túnez, Egipto y Libia, y la difícil situación económica de muchos sirias, particularmente de las periferias. Durante un tiempo, pareció que se acercaba el fin del régimen de Asad, pero, gracias a la ayuda militar de Rusia e Irán pudo recuperar los territorios ocupados por las fuerzas rebeldes. Se calcula que durante la guerra en Siria murieron unas 600.000 personas. Además, millones de sirios se convirtieron en refugiados en su propio país y en el extranjero.

En mayo de 2011, el entonces presidente estadounidense, Barack Obama, dijo que el régimen de Asad había «elegido el camino del asesinato y las detenciones masivas de sus ciudadanos» y le pidió que liderara una transición democrática «o se quitara del camino». En 2013, los inspectores de armas de la ONU entregaron pruebas «abrumadoras e indiscutibles» del uso de gas nervioso en Siria. El entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, calificó el ataque del 21 de agosto descrito en el informe, que tuvo lugar en los suburbios de Damasco, como «el peor uso de armas de destrucción masiva en el siglo XXI». El ataque y otros impulsaron a las potencias mundiales a trabajar para desmantelar el arsenal químico del régimen y empujaron a Estados Unidos en 2013 a aumentar su apoyo a las fuerzas de oposición sirias.

Asad fue reelegido por amplias mayorías cada siete años, la última vez en 2021 en lo que Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania e Italia calificaron de «elecciones fraudulentas». Cuando la guerra parecía haberse estancado, a principios de 2023, Asad fue expulsado de la Liga Árabe, condenado por muchos como criminal de guerra y [[LINK:INTERNO|||Article|||675600208d8a3a0007f3f737|||apodado el «Carnicero de Damasco».]]

A pesar de eso, no fue llevado a juicio en la Corte Penal Internacional de La Haya. En los últimos tiempos, la mayoría de los países sunitas de la región reanudaron sus vínculos diplomáticos con Siria y el país fue readmitido en la Liga Árabe. Parecía que Asad había logrado sobrevivir. Sin embargo, su país, devastado por la guerra, había sido caldo de cultivo para una amalgama de grupos extremistas, entre ellos el Estado Islámico, que ha tomado algunas partes del país.

Se sabe que Israel y Siria mantuvieron contactos secretos durante años bajo el gobierno de Bachad al Asad, con mediación turca, sin embargo, nunca maduraron para convertirse en un acuerdo de paz. Y, al mismo tiempo, Siria se convirtió en una via fundamental para la transferencia de armas de Irán a Hizbulá en el Líbano, estableciéndose así una presencia iraní permanente en Siria. Asad hizo la vista gorda. Incluso impidió que Siria se convirtiera en una plataforma de lanzamiento para ataques contra Israel. Ahora, su carrera política ha terminado en un exilio dorado en Rusia después de que el Kremlin le haya concedido asilo político a él y a su familia.

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