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Esto es, según un experto, lo más siniestro del Imperio romano: «Lo hemos heredado»

Abc.es 
Conocer es poner un punto y aparte a la idealización. Cuando el escritor Pablo Montoya arrancó la documentación para su nueva novela histórica – 'Marco Aurelio y los límites del imperio' (Random House)– vislumbraba a su protagonista cual dios descendido desde panteón de la filosofía. Ese emperador que, al frisar la sesentena, alumbró el manual del estoicismo, sus famosas ' Meditaciones '. Pero se encontró mucho más. Se topó con un tipo cariñoso, familiar... y hasta con cierto gusto por el sexo. Y con esos mimbres forjó la obra que presenta estos días en España. «Busco auscultar la intimidad del personaje, una faceta que ha sido silenciada por gran parte de novelistas e historiadores. Es como si la figura del santo pensador del siglo II d. C. impidiera analizar su lado más personal», desvela a ABC. Pero no se equivoquen. Dar luz al lado más desconocido de Marco Aurelio no implica arrebatarle el birrete. El emperador filósofo fue, al menos en su senectud, un tipo que abogaba por la entereza ante las calamidades y un virtuoso que, en palabras de Montoya, representa todavía el ideal de mandatario ecuánime: «Encarna el famoso sueño de Platón, esa idea de que la República debía estar regida por un líder culto, versado en la filosofía y en la música». Un dirigente con sus errores, como también destaca el colombiano, pero de esos que daría gloria tener en una política virgen de estadistas y eruditos. «Ante la dimensión de los gobernantes de España, Marco Aurelio entendería que la estupidez forma parte de la condición humana», bromea. Llegó el escritor para hacer lo que otros no pudieron, o no quisieron. Montoya, sereno y concienzudo en sus respuestas, sostiene que ha habido un problema a la hora de fotografiar a Marco Aurelio: «La gran fuente de la que beben los escritores ha sido la 'Historia Augusta', una obra que es un arsenal de chismes y que no ha sido verificada desde el punto de vista histórico». El texto clásico es magnánimo con el emperador; el problema, ¡uno de los muchos!, es que le retrata en su etapa más reflexiva, aquella en la que alumbró sus famosas 'Meditaciones' y en la que sabía que su final estaba cercano. El colombiano, por el contrario, ha ampliado la mirada hacia un abanico de misivas mucho más íntimas que el emperador intercambió con su maestro. «En estas cartas vemos a un personaje tierno, familiar, con sentido del humor... Nada que ver con el hombre lúgubre y pesimista que se infiere al leer 'Meditaciones'», añade. Armado con ellas, Montoya dispara a la figura idealizada y la baja del pedestal. «Le erotizo. Describo una relación otoñal que tuvo con una concubina –un episodio que confirman los historiadores– y muestro a Faustina de una forma muy diferente», sentencia. Se refiere a la primera esposa del mandamás. «De ella se ha dicho que era una ninfómana que se acostaba con gladiadores. Yo evito esos lugares comunes», completa. Montoya está convencido de que los cronistas arremetieron contra Faustina por haber alumbrado al pérfido Cómodo , el que se convertiría en el sucesor de Marco Aurelio. «Intentaron explicar por qué, tras este emperador, reinó un monstruo, y lo más fácil era culpabilizarla. Se llegó a decir que el niño fue fruto de una infidelidad», completa. El último pilar contra el que carga el escritor es el presunto pacifismo de Marco Aurelio: «Fue un emperador con muy buenas intenciones, pero que también tuvo que enfrentarse a una infinidad de invasiones bárbaras». Las guerras marcomanas, contra germanos y sármatas, son el mejor ejemplo de que lo suyo fue la pluma, pero también el 'gladius'. De ahí nacen las críticas veladas de Montoya a este personaje; unas críticas que, admite, hace desde el púlpito actual. «Hay dos tipos de novelas históricas: las que no intervienen el pasado, y las que, basadas en documentos, lo interpretan y lo reinventan en parte. La mía es de las segundas», admite. El colombiano entiende que Marco Aurelio se preparó con armas para la paz, no le quedaba otro remedio, pero eso no implica que esté de acuerdo con él. «Una de las cosas más siniestras y nefastas que hemos heredado de Roma es el 'lobby' armamentístico, entender que la única manera de gobernar es afianzarse en el conflicto», explica. ¿Con qué nos quedamos, entonces, de Marco Aurelio? Según Montoya, con una larga lista de bondades: «Su consejo más interesante es la resistencia ante las calamidades. El equilibro, la ecuanimidad...». El escritor admite que intenta practicar estos preceptos, aunque le cuesta. «A veces me desespero al ver este mundo tan complicado, me atribulo demasiado, pero intento seguir la máxima de que, aunque somos hombres frágiles y perecederos, tenemos una gran fuerza dentro». El emperador, confirma, «creía que ese impulso provenía de una partícula de divinidad que nos hacía aguantar ante las adversidades». Le preguntamos a Montoya por alguna de esas «adversidades» que evoca, y nos señala una: la ínfima calidad de los políticos actuales. «Parece que la noción de poder está construida para que la tomen imbéciles, payasos y gente incapaz de gobernar de forma armónica. El estoicismo de Marco Aurelio ayudaría en gran medida a liderar el mundo desde la idea de que todos somos iguales». Se refiere, insiste, a esa «idea de construir una ciudadela humana de hombres donde todos contribuyen en aras de la paz y la libertad». Nada que ver con lo que sucede hoy en día dentro y fuera de nuestras fronteras. Y acaba con un pellizco más: «Creo que, si el emperador viera a los políticos españoles, saldría corriendo, tapándose los ojos. Aunque entendería que su comportamiento forma parte de la condición humana. Él era consciente de que estaba rodeado de imbéciles que entorpecían la justicia social». Así nos lo ha dicho y así lo hemos escrito, don Montoya. Le pese a quien le pese.

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