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Sevilla fue el gozo y la fe del pueblo el teorema

Abc.es 
La ciudad de los retos imposibles volvió ayer a obrar el milagro de lo impredecible. Y es que Sevilla siempre ha sido así por más que nos duela reconocerlo , con sus formas y sus maneras, apasionantemente enigmática para sus cosas y capaz de pasar del gozo de lo efímero al derrotismo en solo instante. Son los porqués de un ser tan propio que la hacen única y que sólo logra encontrar la unanimidad en aquello que va indisolublemente ligado al tuétano de su existencia, a esa fe que lleva ocho siglos siendo venda de las heridas del alma , capaz de enmudecer al paso del Gran Poder para desbordarse en la Esperanza. Es todo eso que nace de su naturaleza inconformista, a veces vanidosa, en la que siempre sale victoriosa cuando se trata de mirarse en el espejo de la gracia de sus calles en los días en que se pone guapa para mostrarse única al mundo. Esa Sevilla controvertida, que es así por su propia naturaleza que la hace a la vez tan complicada y universal, lleva desde tiempos inmemoriales jugándoselo todo a la ruleta rusa más inconsciente . Pero siempre acaba esquivando la bala. Cada vez que ha tocado enfrentarse a los retos de mayor importancia, los sortea en una especie de pirueta funambulesca que le hace estar al límite del precipicio para no caer por el desfiladero del fracaso . Ocurrió cuando pasó de ser una ciudad de maleantes a convertirse en el puerto y puerta de las Indias, cuando dejó atrás las pandemias para ser capital del mundo o cuando se abrió a la modernidad con la Exposición Universal de 1992 que nació atravesada y murió en la cúspide del éxito. Siempre vence, por ese gen tan sevillano que es capaz de unir a todos cuando toca arrimar el hombro . Y ayer tocaba. Era una de esas ocasiones en las que no se podía fallar, en la que todas las miradas de la Iglesia estaban puestas en ella para contemplarla como icono de una religiosidad popular que no se entiende más que por el pueblo y para el pueblo . Y lo volvió a conseguir, como lo ha hecho siempre, completando una procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular a la que fue difícil ponerle un pero. Todo salió como estaba previsto, incluso mejor de lo que presagiaban los más optimistas y ajena a esos malos augurios de los que se empeñan en destrozarla antes de tiempo. Sevilla puso el gozo y el pueblo el teorema que explica por qué siempre acaba venciendo la esperanza. Nada de lo que ocurrió fue impostado, ni fruto de esa novelería que se empeña en forzar las expresiones extraordinarias de devoción. Sevilla fue más Sevilla que nunca, entregando generosamente lo mejor de su religiosidad popular en un cortejo memorable del que formaron parte ocho de las imágenes con más honda huella en la tradición. Del Gran Poder a la Macarena, del Cachorro a la Esperanza. Nada podía salir mal. Muchísimo menos si a esta perfecta cuadratura evangélica se le sumaba la presencia siempre certera de la Virgen de los Reyes y de las tres imágenes que vinieron de la provincia a recordarnos que para Dios no hay frontera inquebrantable . Esa Sevilla fue la de siempre, la heredera de quienes enseñaron a ver a Dios sobre el canasto barroco de un paso y a la Virgen entre la luz que no se agota de la candelería. Y lo fue, a pesar de la frialdad del escenario de la Magna, un Paseo Colón que no tiene entre sus bondades ser un espacio de recogimiento para el rezo. Pero también pudo con eso la ciudad cuando el Gran Poder fue ese Pescador de Hombres que encogía el alma y desbordaba las emociones de los que clavaban su mirada sobre la eterna silueta surgida de los retablos y enmarcada por la túnica persa del blanco y negro de la memoria. Fue el Señor de Sevilla, el de las viejas estampas, esas de las que salió el Cachorro con potencias y corona de espinas , al que fue una delicia ver navegar a los sones de 'Amarguras' o 'Soleá dame la mano'. Esa Sevilla del gozo desafió al frío que helaba las sillas del recorrido oficial, al que logró vencer también cuando los pasos de las dos esperanzas desgarraban los corazones de quienes se cruzaban con ellas. La de Triana había salido de los trazos de Fernando Morillo sobre la cerámica de la memoria. Fue la misma de siempre, sin complejos , haciendo gala de esa forma que tienen los trianeros de vivir una fe que es común a la del resto pero incomparable en su expresión. La noche se perdía en su palio cuando llegó al Altozano o una Macarena inédita que se reflejaba en la piedra de la fachada de la Magdalena y en las estreches de O'Donnell . La Virgen fue un derroche de elegancia en cada chicotá pero se reencontró con su ser primigenio cuando volvió al barrio, donde se hizo más del pueblo que nunca entre los vivas eternos de Parras. Nadie tuvo que enseñarle a los sevillanos dónde estaba la esencia de su fe. Así lo demostraron también los utreranos con su Virgen de Consolación, los nazarenos con la de Valme y, especialmente, los loreños con la Virgen de Setefilla . Fue emocionante verlos avanzar entre los cantos, vivas y rezos que le dedicaban los devotos. Ahí también estaba el sentido de una noche que encontró su cénit en la Virgen de los Reyes, más patrona que nunca. Ese pueblo de Dios, que fue fiel a un evangelio de la alegría que viene escribiendo la ciudad desde hace casi ocho siglos . Solo Dios y la Virgen bastan para vivir el gozo eterno de la esperanza.

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