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Intelectuales del populismo

Durante años militaron heroicamente en la sufrida oposición. Escribían artículos, hacían análisis desde la academia, redactaban libros. Actuaban como intelectuales comprometidos con una causa, la causa de la izquierda, solidaria e igualitaria; eran intelectuales, académicos, escritores y periodistas orgullosos de “estar con Obrador”.

Pero en 2018 ganaron las elecciones, su situación material cambió y su conciencia de clase entró en crisis. Al principio les costó trabajo y continuaron hablando desde el victimismo, aunque ahora lo hacían desde arriba de la tarima del poder. Aunque venían de dos tradiciones autoritarias (el PRD y el PRI), no se cansaban de hablar del pueblo cuando querían hablar de democracia. Cambiaron de posición. Ahora ellos son “los de arriba” y festejan que el poder presidencial a la oposición “ni la ve ni la oye”. Ya no cuestionan, ahora están a la defensiva. Pasaron de la crítica opositora a la defensa gobiernista. Pasaron de ser intelectuales críticos a intelectuales orgánicos. Pasaron de buscar la verdad a la defensa de la razón de Estado. Si como opositores les repugnaba el militarismo, ahora que son gobierno defienden la militarización con los dientes y hasta la niegan.

Se dice que dan maromas porque justifican mediante complicados procedimientos retóricos, lo que hace pocos años les parecía intolerable. Se dice que, como acuñó Ruiz Cortines, “tragan sapos” porque ahora justifican que el gobierno recorte brutalmente el presupuesto de salud y educación y que aumente el de seguridad; sapos de todos tamaños, desde las mentiras de “los otros datos” hasta los elogios recurrentes de López Obrador a Donald Trump.

Ahora, como escritores gobiernistas, tienen que callar o mentir o torcer la realidad o hacer malabarismos verbales. Si antes defendían la democracia, ahora se han vuelto adalides de la democracia iliberal. Están tan solo a un paso de negar de plano la democracia y asumir la defensa abierta de la sociedad cerrada. Disimulan acciones de gobierno antidemocráticas (como la supeditación de la reforma judicial y la eliminación de los organismos autónomos) bajo el disfraz de la retórica democrática. No ignoran los límites constitucionales: si no les gusta lo que dice la Constitución, pues cambian la Constitución, aunque para hacerlo tengan que valerse de trampas, como ocurrió con la designación de la sobrerrepresentación de diputados y la extorsión a senadores de la oposición, a los que se les ofreció el sobreseimiento de sus delitos a cambio de sus votos.

No son demócratas aunque se limpien los pies en la palabra pueblo. Ninguno de ellos (Sabina Berman, Lorenzo Meyer, Jorge Zepeda Patterson, Fabrizio Mejía Madrid, El Fisgón, Viri Ríos, Hernán Gómez Bruera, Carlos Pérez Ricart o Vanesa Romero) se autodesignan como “intelectuales del humanismo mexicano” porque el término, mal que le pese a López Obrador, mueve a risa. Se caracterizan por servir de normalizadores de las aberraciones del poder, como la reforma judicial y la desaparición del INAI.

Han sustituido la crítica por la adulación. Prostituyen el oficio. El intelectual es crítico, o no es intelectual. En realidad se trata de voceros del poder autoritario.

Más que defensores de la democracia, son adalides del poder. Les tuvo sin cuidado que Claudia Sheinbaum venciera mediante el fraude a sus compañeros de partido para hacerse de la candidatura, según denunciaron dos de ellos. No ganó la nominación, fue designada heredera. Durante cinco años el gobierno de López Obrador fue muy cauto al momento de contratar nueva deuda o de desviarse de los patrones ortodoxos de la macroeconomía, pero esa mesura desapareció en 2024. El gobierno de AMLO se sobreendeudó, aumentó tanto el déficit presupuestal que ahora Sheinbaum se ha visto obligada a recortes draconianos en salud y educación. ¿A dónde se fue ese dinero? A comprar la elección de Sheinbaum. Sobre eso no dijeron nada los intelectuales gobiernistas porque no les interesa la verdad, sino la compra de publicidad a sus medios o el pago directo.

No dijeron nada del abierto intervencionismo de López Obrador en la contienda electoral. Nada sobre la sobrerrepresentación y la compra de voluntades de legisladores. Pero ah, qué bien hablan del pueblo y los 30 millones de votos que sirven para cambiar la Constitución a su gusto para cimentar un nuevo régimen autoritario.

Son intelectuales del populismo. Defienden la dictadura de la mayoría. No les interesa la economía (no está disminuyendo la pobreza), ni la transparencia (avalaron la muerte del INAI); se dicen demócratas, pero si desde el poder se violan las leyes electorales, no abren la boca. Su papel consiste en normalizar los abusos de la autoridad. Mentir a favor del gobierno. Torcer la verdad en espera de reconocimientos o de recursos. Son los intelectuales de la posverdad. Los jilgueros del gobierno. Los papagayos del poder.

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