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Qué difícil es digerir en la empresa que nada es permanente

Nada lo es. Ni tu mejor cliente, ni el peor problema. Ni el más productivo puesto, ni el más funcional de tus contactos de gobierno. Ni la norma que impide algo, ni el fenómeno comercial que impulsa tu venta.

Pero igual se le olvida al empleado que al empleador. Y es que cuando la empresa llega a un determinado punto óptimo, donde funciona lo que ha buscado intensamente que funcione, la tendencia natural es desear que las cosas se mantengan así indefinidamente.

Y no lo neguemos. Cuando las cosas en el negocio van razonablemente bien y la inercia las nutre, no asumir la continuación sin limitación alguna de tiempo es perfectamente contraintuitivo. Lo probado y cómodo encanta.

¿Cómo recordar en nuestra toma de decisiones que todo elemento crítico es transitorio, volátil o relativo? Aquí tres elementos para la reflexión:

1) Toda operación responde a una expectativa.- La evaluación de su eficiencia se hace en función de ciertos supuestos y efectos pretendidos. Y estas dos categorías de análisis se soportan en una lista de costos, tareas y seguimientos.

Y aunque tales acciones resulten impecables y masterizadas, si los supuestos base cambian o los efectos dejan de tener utilidad verificable con el prospecto, cliente o proveedor, es obligado repensar la operación es cierta parte o en su conjunto.

2) Toda venta ocurre en cierta circunstancia.- Todo transacción es un agregado de esfuerzos varios, pero tiene dos macro características: disparadores identificables y una navegación asertiva de sus tiempos, modos y condiciones.

Y sin regatear lo positivo que es vender más y mejor, siempre conviene filtrar las ventas en función de los elementos críticos que las explican o de las condiciones que las hicieron posible. Y, en la necesidad de mayor rigor, estresarlas suponiendo que ese factor crítico desaparezca o se vuelva intermitente.

3) Toda rentabilidad subyace en un contexto.- Los negocios son un asunto de márgenes, pero éstos se materializan en ecosistemas y mercados que, por definición, coexisten con un conjunto de elementos, acontecimientos o fenómenos que los rodean.

Cualquier hecho que detone variaciones estructurales o coyunturales, tenderá a afectar la rentabilidad en cualquier dirección y son una velocidad a veces insospechada.

Hacer negocios es como volar una máquina bien diseñada, adecuadamente calibrada, que requiere mantenerse en la altitud y rumbo deseados. Pero no vuela en el vacío. Lo hace sobre terrenos y condiciones climatológicas –que hay que saber reconocer– y que afectan su trayectoria constantemente –por lo que hay que hacer ajustes–.

Ninguna aeronave, como ninguna empresa, debe asumir que se va en ruta por solo despegar y mantener sus motores encendidos. Y ningún vuelo, como ningún negocio, se desarrolla creyéndose infinito o infalible.

En la operación regular, directivos y colaboradores debemos tener conciencia plena de la posición de la compañía, cuidado de sus recursos limitados y gestionando sus tiempos relativos. Y es que nada es para siempre y nada es permanente. Por algo dicen los que saben, que en el ajuste continuo está la pericia y en el cambio continuo el talento empresarial.

Y una reflexión sobre el aeropuerto de Celaya

Sí, Celaya tiene un aeropuerto nacional de nombre Capitán Rogelio Castillo (IATA:CYW). No goza de vuelos comerciales, pero sí de una pista pavimentada de 1,920 metros de longitud que permite operar salidas y llegadas visuales de aviación civil.

Cuidado por la Guardia Nacional, con una Comandancia amable y con hangares privados que tienen más espacio y quietud de la que sería deseable, es una de esas alternativas poco conocidas para quien requiere opciones logísticas en Guanajuato. Ya quisieran Irapuato o San Miguel de Allende tener esa opción funcional en su haber.

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