Mala copa: cómo la ingesta de alcohol ha estimulado la evolución
El alcohol ha jugado un papel ambivalente en la civilización: por un lado, está conectado a la sociabilidad, la cooperación, la creatividad y la búsqueda de lo trascendente y tiene una presencia protagónica en la evolución de la vida urbana y la invención cultural; por el otro, tiende a generar agresión y violencia y a embrutecer o enfermar al que lo ingiere en exceso.En las últimas décadas, la apreciación sombría del alcohol ha ganado terreno y su ingesta se concibe como un mecanismo de evasión de la realidad para espíritus débiles y como una actividad de riesgo para la convivencia. Sin embargo, y así lo demuestra el actuar de muchos abstemios, hay quienes tienen mala copa sin jamás haber probado una gota de alcohol. De hecho, la historia está repleta de ejemplos de líderes políticos sobrios que toman las decisiones más irracionales y lesivas para sus sociedades o de psicópatas continentes que son capaces de las más crueles acciones contra sus semejantes. La larga familiaridad del alcohol con los humanos permite sugerir que la intoxicación tiene una función saludable en la evolución al propiciar que los individuos superen desconfianzas frente a sus congéneres, fortalezcan sus lazos emocionales y estimulen su imaginación artística y religiosa.En su libro Borrachos: Cómo bebimos, bailamos y tropezamos en nuestro camino a la civilización (Crítica, 2023) el filósofo canadiense Edward Slingerland hace un riguroso y, a la vez, jocoso recuento de las razones nutricionales, médicas, sociales y creativas (recipiente de calorías, antiséptico, lubricante de la conversación, fuente de inspiración) por las que el humano bebe alcohol. Al relajar temporalmente los mecanismos de vigilancia y control racional, el alcohol imbuye un sentimiento de confianza, promueve un sentido de pertenencia y comunidad; atenúa las diferencias o jerarquías y estimula la cooperación o la invención colectiva. Así, sugiere el autor, el alcohol contribuye a conectarnos como animales sociales y a maximizar nuestras frágiles capacidades biológicas. En particular, en el terreno de la conversación intelectual, el alcohol ayuda a romper el hielo, a pensar fuera de los moldes rutinarios, a ser receptivo a otros saberes y experiencias, a asumir riesgos y a buscar innovaciones.La descompostura que produce el alcohol genera intuiciones más audaces y mayores incentivos para colaborar intelectualmente. Por eso, a lo largo de la historia, el alcohol se vincula a la más fecunda conversación letrada y, a través de diversas formas de asociación desde el banquete griego y la academia renacentista hasta la tertulia moderna, ha estado integrado a la cotidianeidad creativa. No obstante, la fragmentación y aislamiento de las disciplinas del conocimiento, el puritanismo académico, las complejidades del entorno urbano, la mala prensa de la bebida o, más recientemente, las secuelas de clausura de la pandemia han limitado esta sociabilidad cara a cara y copa a copa, que tanto se extraña.AQ