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La zancadilla de la novela histórica: de los burdeles del Holocausto a Juana de Arco

Abc.es 

Dos novelas con polémicas diferentes han vuelto a poner sobre la palestra los grandes debates que resuenan cada vez que se habla de novela histórica con cierto interés y profundidad. Y las discusiones siempre acaban relacionándose con la paradójica y compleja relación entre dos términos tan antagónicos como la realidad histórica y la ficción. Son debates bizantinos, seguramente, pero que suelen llenar de sentido a un género al que, no pocas veces, se desprecia y se malentiende. Como escribía hace unas semanas en este periódico Manuel P. Villatoro, la obra 'El barracón de las mujeres', de la historiadora Fermina Cañaveras (Espasa) ha ocupado el ojo del huracán por las presuntas falsedades históricas que contiene su relato sobre las españolas que fueron prostituidas en campos de concentración nazis. La autora había defendido la verdad de su relato, aunque también ha alegado que la había convertido en novela por «la falta de información». Desconozco quién tiene la razón de su parte y si alguien, realmente, la puede poseerla de manera completa. El debate es interminable y se puede enredar todo lo que uno quiera. No es el primer caso, ni será el último, aunque siempre suele levantar más ampollas cuando las ficciones tratan sobre temas más recientes. Lo cierto es que las novelas, las ficciones, como obras de creación artística deben tener siempre la mayor libertad para imaginar y fabular. La verdad literaria y la histórica tienen objetivos muy diferentes y juzgar únicamente una novela de este tipo por la presunta recreación fidedigna del pasado, acorde con la visión historiográfica del momento en el que se escribe, tiene tan poco sentido como valorar exclusivamente los 'thrillers' o las novelas policíacas por su adecuación al Código Penal vigente o las técnicas forenses del momento. Noticia Relacionada Locura en Guadalete estandar No La traición a don Rodrigo que provocó el colapso de la España visigoda Manuel P. Villatoro El periodista y escritor David Yagüe publica 'La última reina goda', una novela histórica que se zambulle en la época de un personaje tan desconocido como épico: Egilona Si nos ceñimos a la visión más canónica sobre la novela histórica y situamos como padre más o menos consensuado del género contemporáneo al escocés Walter Scott , deberíamos preguntarnos, ¿eran sus novelas un referente de rigorismo histórico? No lo parece. Más aún, ¿deberíamos juzgar la sublime 'Memorias de Adriano', de Marguerite Yourcenar, la genial 'Yo, Claudio', de Robert Graves o la muy entretenida 'Sinhué, el egipcio' de Mika Waltari, únicamente por su rigor histórico? Parece claro que, de hacerlo, estaríamos cometiendo una colosal injusticia. Repitamos el ejercicio con, probablemente, dos de las mejores novelas históricas escritas en este siglo, la trilogía de Thomas Cromwell, de Hilary Mantel, o Hamnet, de Maggie O´Farrel, con sus espléndidas recreaciones psicológicas, y la respuesta sería la misma. Y eso, sin adentrarnos en que las visiones historiográficas cambian con las sensibilidades sociales, con el paso del tiempo y con los sucesivos descubrimientos. Y sin dedicar un segundo a reflexionar sobre que la realidad es inaprensible y que, cuando se le da forma narrativa, ya sea como relato periodístico, ensayístico o ficcional, muta y se transforma en un relato con sus necesarias limitaciones. Ningún lector o espectador con cierto grado de madurez debería esperar aprender Historia viendo una película o leyendo una novela Sin embargo, estas polémicas sí que muestran claramente una de las principales zancadillas que se ponen los novelistas de género histórico a sí mismos, y que es algo relativamente frecuente en nuestro país. Ficción es ficción, creación, fabulación, y lo es hasta cuando se basa en hechos y personajes reales. Ningún lector o espectador con cierto grado de madurez debería esperar aprender Historia viendo una película o leyendo una novela. El valor histórico que tienen estas ficciones está en despertar el interés o revelar la visión social de un determinado momento del pasado en la actualidad. El objetivo de un novelista de género debería ser la creación de una ambientación histórica verosímil, que no necesariamente real. Cuando los novelistas aseguran que «narran únicamente lo que ocurrió» o que «todo lo que escriben fue real» o que sus relatos «sirven para enseñar Historia» centran el discurso sobre sus ficciones en el valor documental que aportan, se hacen flaco favor a sí mismos y se adentran en terrenos pantanosos. Siendo honestos, nadie, ni el historiador especialista más dedicado, puede saber qué sintieron las personas del pasado o qué pensaban o qué se decidían en la intimidad, aunque haya fuentes escritas que lo digan. ¿O quizá es que pensamos que este es un género que solo pueden disfrutar los grandes eruditos, los catedráticos en Historia? O, quizá, simplemente ese placer, el de sentirse especialistas, es el que buscan los que solo juzgan una ficción por su presunta veracidad histórica. Esa esta una de las grandes zancadillas que se autoimponen los propios novelistas. La de querer que sus novelas se lean como Historia más que como novela. Quizá empujadas por las editoriales o por una sociedad tan utilitarista como la nuestra, que valora como de escaso valor una novela que únicamente pueda emocionar, hacer reflexionar, empatizar o entretener sin más, y necesita vender, aunque sea falsamente, algún premio extra y útil. Y, cuando se habla de Historia, lo lógico es que enseñe. Además, de manera fácil y entretenida. ¡Qué más pueden pedir los gurús de márketing de las editoriales! Juana, sin visiones Lejos de esos postulados, en los últimos meses se ha publicado en nuestro país una novela histórica, Juana de Arco, de Katherine J. Chen (con traducción de Montse Treviño, Destino), de la que se ha hablado más por su supuesta cubierta generada por Inteligencia Artificial que por su contenido. Y es una pena, porque es una de las ficciones del género más interesantes de las publicadas en los últimos meses y la que puede generar ricos debates sobre qué es o puede ser la novela histórica. Chen ofrece una visión sumamente personal y atrevida sobre Juana de Arco y lo admite sin tapujos. Ha actualizado y modernizado al personaje, y para ello, ha eliminado las famosas visiones de santos y arcángeles que se aseguró que tuvo y que valieron que fuera santificada la célebre campesina guerrera francesa. «Su interactuación con los santos creaba una distancia enorme con el lector y yo no estaba dispuesta a sacrificar esa cercanía», explicaba la escritora en una entrevista con este diario. La Juana de Arco de Chen es una guerra combatiente nata y lucha y mata en primera línea. Es víctima de maltrato infantil, porque la propia autora lo sufrió y quiso reflejarlo. ¿Es discutible? Sí, pero indudablemente lícito en una novela. ¿Corre el riesgo de desnaturalizar al personaje? Seguramente, al pensar que el reino de Francia se consideraba el 'más cristiano' en aquellos tiempos y recordar que el dar el mando de las tropas a Juana vino precedido de largos debates teológicos. La autora, además, es indudablemente consciente y coherente con su visión y decide concluir su ficción sin recrear el juicio que llevó a la Doncella de Orleans a la hoguera. Habría sido difícil, casi imposible, de narrar obviando las visiones, indudablemente, aunque ella asegure que lo eliminó porque habría sido «farragoso» de contar. Noticias Relacionadas estandar No Hablan los afectados: la polémica sobre las prostitutas españolas que se acostaron con nazis Manuel P. Villatoro estandar No Luis García Jambrina: «Hoy harían falta muchos Unamunos, pero yo al menos me conformaría con uno» Mariano Cebrián Los objetivos de Chen son otros, no desea hacer una mera recreación histórica fidedigna para anticuarios y especialistas, desea establecer un diálogo entre el pasado y los lectores del presente y futuro eligiendo los elementos que más podían conectar con ellos. No deseaba revelar ninguna verdad historiográfica y lo asume desde su posición de novelista. Lo cierto es que, valoraciones y críticas a un lado, siempre resulta más honesto que un novelista hable de cómo transforma la Historia en ficción, que de los valores documentales de la misma. Se evitan así zancandillas peligrosas y, desde luego, se mantiene en el código de la ficción y se evita el juicio ensayístico. Diga lo que diga el márketing.

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