Así que pasen cien años
Una encendida noche de diciembre de 1927 un tren de carbonilla, tras surcar por más de doce horas una meseta combatida por la nieve y la ventisca -quizá mis lentos ojos no verán más el sur-, de salvar los formidables desfiladeros de Despeñaperros donde las rocas componían el ciclópeo retablo de Polifemo y Galatea y de dejar atrás la campiña del Guadalquivir, entre naranjos y olivos, arribaba a Sevilla, a la estación de Córdoba, lejana y sola, con el lírico cargamento de una capillita de poetas. Acudían desde Madrid, una ciudad de más de un millón de cadáveres, al llamado del Ateneo y de Ignacio Sánchez Mejías a celebrar el tricentenario de oro de Góngora. Aquel instante, lo escribió uno... Ver Más