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Irantzu Varela: "La masculinidad, la heteronorma y el amor romántico son la principal amenaza para las mujeres"

Toda feminista se hace. Pasa sus fases. Pone y quita capas. Sufre violencias y luego las piensa y las vuelve a sufrir. Descubre. Llora. Disfruta. Irantzu Varela (Portugalete, 1974) nos lo cuenta en Lo que queda (Continta Me Tienes), un libro que es un ejercicio de escritura salvaje que nos lleva por su vida, sus dolores y alegrías, su rabia, sus reflexiones, por esas etapas que marca con números en el texto y también con definiciones. Varela, periodista y comunicadora, lanzó el espacio feminista El Tornillo, es colaboradora de Pikara Magazine y creadora, junto a Andrea Momoitio, del espacio feminista La Sinsorga, en Bilbao.

El libro es un recorrido por muchos momentos de su vida, por diferentes capas de violencias y de momentos de lucidez feminista también. ¿Cuándo le vino el click feminista, qué momento o momentos fueron importantes?

Ha habido un montón de cosas que me chirriaban desde bien pequeña. Cuando veía una película de vaqueros yo veía que las mujeres aparecían como inútiles, les gritaban y se asustaban, y yo estaba rodeada de mujeres que eran todo lo contrario. Entonces me parecía que me estaban contando algo que no se parecía a mi realidad. Y luego muchos pequeños momentos en la vida. El de ver que hacer lo que te diera la gana era mucho más difícil para ti que para tus amigos. El momento de la hipersexualización, cuando empiezas a tener un cuerpo. Te dejan de ver como una niña y te empiezan a ver como un objeto sexual. Pero entender de qué iba esto fue en la Universidad del País Vasco, que en los 90 era un sitio bastante convulso e interesante a todos los niveles, para bien y para mal. Ahí había grupos feministas, había grupos de lectura y yo me apunté un poco a todo y fue como un abrir los ojos.

Hubo, cuenta, un momento personal en el que comprobó que de la teoría a la práctica había, sin embargo, un trecho.

Fue un día que estaba dando un taller sobre los comportamientos o las cuestiones que se consideran violencia psicológica en una pareja y me di cuenta que el listado lo cumplía yo. Ya no podía hacer como que no estaba pasando y, de hecho lo pongo en el libro, le dije a una amiga que o paraba mi proceso de empoderamiento o dejaba esta relación. Y bueno, pues ya sabemos lo que pasó. Yo estuve de los 29 a los 35 con esta persona, era una adulta con formación, con militancia y que daba talleres.

"En el del amor romántico heterosexual nos podemos saber la teoría, podemos ser hasta las creadoras de la teoría y estar viviendo violencia

Esa es una de las cosas importantes que salen de su historia, que también las mujeres que somos feministas entramos en relaciones de maltrato, relaciones en las que hay violencia o abuso emocional, pero no sé si quizá nos sentimos más a salvo y eso es un peligro. ¿Deberíamos tener más claro que ser feminista no impide sufrir estas experiencias o que te cueste salir de una relación así?

Sí, me encantaría que el libro le sirviera a alguna para darse cuenta de que eso es así, porque a mí fue lo que me pasó. Mi perfil era el de una mujer a la que se suponía que no le pasa esto y el suyo era el de un hombre que se supone que no hace esto. O sea, un tío de izquierdas comprometido, que iba conmigo a las manifestaciones, y que tenía un poco el discurso. Hay muchos ámbitos de la vida en los que nos pasa, pero en el del amor romántico heterosexual creo que especialmente nos podemos saber la teoría, podemos ser hasta las creadoras de la teoría y estar viviendo algo así. Me perturba mucho el ejemplo de Ana Mendieta, que es una artista que en los 70 estaba haciendo ya performances y obras contra la violencia machista y que murió asesinada por su compañero, que la tiró por la ventana de un piso altísimo en Nueva York. No es una cuestión de conocimiento, porque si fuera una cuestión de conocimiento lo evitaríamos en nuestra vida y se lo evitaríamos a nuestras amigas, a nuestras madres, a nuestras hermanas, a nuestras hijas, a las desconocidas incluso.

Es importante la definición de violencia simbólica, que es que te atraviesan los sistemas de valores, las creencias, las emociones, especialmente en el amor romántico y dentro de la heterosexualidad. Son siglos de hacernos creer en la sumisión, en la pérdida de tu identidad, el permitir que te hagan cosas. Para mí es la mezcla de eso con el discurso de la masculinidad: la masculinidad, la heteronorma y el discurso del amor romántico son la principal amenaza para la vida de las mujeres. Está muy bien montado, o sea, a la que se crea que ya no le va a pasar porque es muy lista pues le diría que no. Sí, somos listas y hemos leído mucho y hemos pensado mucho sobre esto, pero también nos ha pasado.

Además, en el caso de las feministas sufrimos una especie de doble culpa. ¿Puede hacer eso que nos cueste reconocer algunas violencias, que pensemos que estamos más a salvo o que no nos debería pasar eso y nos culpemos si pasa?

Claro. Es un “¿cómo has podido permitir que pase esto?” o “cómo he podido permitirlo yo que soy esto o lo otro, que he leído, que estoy rodeada de no sé qué gente”. Pues sí, es que el sistema te moldea para que no lo veas, incluso casi para que lo desees.

Detrás de todos los problemas que me rodean está la masculinidad. Habrá que ponerla en cuestión, estructuralmente y de una manera seria. Mientras estemos criticando el amor romántico como abstracción, pero pensando que el tuyo no, pues estarás jodida hasta que descubras que el tuyo también

¿Nos falta más discurso crítico sobre el amor y la manera en que formamos y entendemos las relaciones, está ahí buena parte del problema?

No sé si es tanto discurso como poner en cuestión el marco de violencia para las mujeres, que es el amor romántico heteronormativo. No se puede hacer sin poner en cuestión la heteronorma y la masculinidad. Hay que hacer una crítica abiertísima al espacio de explotación de las mujeres, que es la heteronorma, o sea, las mujeres cualificadísimas o las no cualificadas, las que están trabajando gratis y las que hacen un chiste sobre que tienen tres hijos cuando solo tienen dos, y las que están cuidando adultos funcionales que no saben hacer lo mínimo para la supervivencia de la vida y con una responsabilidad emocional nula, o una incapacidad de gestionar sus propias emociones, desde la frustración hasta el amor, el cuidado y el respeto, tíos que no se ocupan de sí mismos ni de la relación o los espacios comunes o la prole. Yo, de las historias de las heterosexuales con las que hablo y de las experiencias heterosexuales que he tenido yo y que cuento en el libro, digo que hay explotación como mínimo.

Estoy harta de ver a teóricas del amor romántico diciendo que el suyo es bueno, que algunos son buenos. Hagamos una crítica estructural, que así es como hemos cambiado el mundo. Y con la masculinidad me pasa lo mismo. Detrás de todos los problemas que me rodean está la masculinidad. Habrá que ponerla en cuestión, estructuralmente y de una manera seria. Mientras estemos criticando el amor romántico como abstracción, pero pensando que el tuyo no, pues estarás jodida hasta que descubras que el tuyo también. No sé si hay algún grupo de hombres que sea antipatriarcal, se juntan para ver el daño que les ha hecho a ellos el patriarcado o para hacer reparación de lo suyo, que supongo que está bien, pero eso no es feminista.

En el libro habla de hombres (sin nombre) y violencias concretas y mucha gente le ha dicho que es valiente por hacerlo, y usted se preguntaba por qué nadie piensa en si esos hombres debían tener miedo en lugar de tenerlo usted. ¿Escribió estos episodios como manera de reparación, quería que ellos y sus entornos sí pudieran sentirse identificados?

Lo que quería era romper con la impunidad porque las violencias estructurales y, en concreto, la violencia machista lo que tiene es un espacio de impunidad infinito. A mí ellos no me interesan en absoluto. Si alguno se da por aludido y se quiere revisar, me la suda, y a mí que no me lo cuente. De alguna manera había pensado en poner nombres y apellidos, pero me ha disuadido la gente que me quiere, entre ellas, mi abogada. También para no generar ese efecto de programa del corazón, es decir, que podría ser que de repente uno decida que quiere responder y le regalo un un artículo en algún periódico. A mí si las mujeres del entorno íntimo o del entorno de cualquiera de ellos me los reconocen y quieren interpelarles y decir “pero tío, ¿tú cómo coño hiciste esto?” o “tío, tú esto también me lo hiciste a mí”, pues bien, pero por lo demás es que ellos me dan igual. Que se rompa el círculo de la impunidad, que haya gente que diga que esto no se puede hacer, señalar los comportamientos que hasta ahora les han salido gratis.

Como mujer expuesta en el espacio público, como comunicadora feminista y activista recibe mucha violencia digital. ¿Estamos tomando lo suficiente en serio esa violencia, está la sociedad entendiendo que es realmente una manera de ejercer violencia con un componente de género?

A las violencias que sufrimos siempre se les ha quitado importancia, han pasado desapercibidas y parecían el estado natural de las cosas. Lo que pasa es que en el feminismo las hemos señalado, conceptualizado, les hemos puesto nombre y luego hemos desarrollado las herramientas para combartirlas. Todo ha sido un proceso, son muchos años de pensar, de reflexionar, de luchar, de escucharnos entre nosotras y de pensar juntas. Creo que estamos empezando a comprender la violencia digital, a conceptualizarla y a desarrollar herramientas para combatirla.

Para mí el lesbianismo fue salir de un régimen de violencia. Es poder plantearte las relaciones humanas, también las amorosas y las sexuales, en términos de pares. Yo no le recomiendo a nadie que se haga lesbiana si no lo desea, pero sí le recomiendo a todas las mujeres que dejen un poquito fluir su deseo a ver hasta dónde les lleva

Espero que ninguna feminista crea que es menos grave o que crea que se arregla apagando el teléfono o no mirando Twitter, porque eso sería como decir 'no te pongas minifalda si no quieres que te violen'. Como dice Andrea Momoitio, la violencia digital de digital solo tiene el canal, o sea, son siempre los insultos que se nos han dedicado siempre a las mujeres, sobre tu cuerpo y tu sexualidad. Es terrible en sí mismo, a mí me genera problemas de salud mental, como a cualquiera.

También genera un caldo de cultivo en el cual eso se naturaliza y si la gente se acostumbra a llamar puta, gorda, fea o feminazi, a odiarte impunemente, pues el día que te tenga delante igual te meten una hostia o te rodean. Es decir, para mí esa violencia es una violencia en sí, pero también está generando, legitimando y generando impunidad para quienes están dispuestos a llevar a cabo la violencia directa, que por otra parte el feminismo nos ha enseñado que no siempre es la peor.

En el libro habla del lesbianismo como un espacio que le abrió las puertas de algo mejor, como una cura, un alivio.

Para mí es más, fue salir de un régimen de violencia. Es poder plantearte las relaciones humanas, también las amorosas y las sexuales, en términos de pares y sin dar por supuesto poderes legitimados por las estructuras que te rodean. Evidentemente tiene que ver con el deseo, yo no le recomiendo a nadie que se haga lesbiana si no lo desea, pero sí le recomiendo a todas las mujeres que dejen un poquito fluir su deseo a ver hasta dónde les lleva.

¿No corremos también el riesgo de idealizar las relaciones entre mujeres como espacios donde parece no existir el malestar, los juegos de poder, los abusos emocionales...?

Con o sin violencias, nunca las vamos a idealizar tanto como se idealiza la heterosexualidad. Al 52% de las mujeres asesinadas en España las mata su pareja o expareja hombre. Y eso no te lo dice nadie de pequeña. Te dicen que tengas cuidado y no hagas autoestop, no te dicen 'ten cuidado a ver con quien te emparejas'. Quiero decir, jamás se va a idealizar nada tanto como la heterosexualidad.

Y luego, yo intento no contribuir a la idealización. Para mí, sacar el deseo masculino de mi vida ha sido una tranquilidad, un gustazo. Me siento mucho más deseada, mucho más deseable, estoy más tranquila. Es una cosa que yo recomiendo muchísimo, pero no es ideal. Son relaciones entre personas y por supuesto que hay conflictos, pero me parece un sitio bastante más tranquilo y de cuidados.

¿Estamos debatiendo poco en el feminismo en los últimos tiempos, quiero decir, estamos demasiado en una cosa como de bandos o etiquetas, al menos de cara afuera? ¿Deberíamos estar más dispuestas al diálogo?

Siempre ha habido debates, algunos los vamos a cerrar y otros no, los cerrarán otras. Pero para mí todo lo que sea crítica e interpelación para ser más conscientes de otras opresiones, incluso las que nos atraviesan, como el antirracismo, me parece enriquecernos y absolutamente necesario, por incómodo que resulte.

A mí, las tránsfobas y las que quieren hablar en nombre de las trabajadoras sexuales ni me interesan, ni me voy a poner a debatir con ellas, y para mí no entran en ninguna de las definiciones, por amplias que sean, del feminismo que a mí me importa. Como no me voy a poner a debatir con los que dicen que España es para los españoles o con los fascistas, con la gente que opina que las las bolleras estamos enfermas. Y yo odio el suministro y reparto de carnés, pues imagínate creerte que puedes repartir tú el carnet.

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