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Permitan que les contradiga un poco

La única herejía realmente imperdonable es la ortodoxia

G.K. Chesterton

Perdonarán que últimamente no entre a valorar polémicas actuaciones judiciales en las que pareciera que estoy especializada. Lo cierto es que a lo visto todo análisis consiste en rastrear con gafa de cristal de culo de vaso quién acusa, quién es el acusado y quién es el juez -en una especie de ejercicio de ¡Hola! político-jurídico- y dado que ya no es necesario aclarar nada en función ecuánime de la realidad jurídica, la cosa ha perdido bastante interés. Además desconozco si tengo las habilidades necesarias. Volveré cuando la batalla de garrotes se aplaque y a alguien le interese entender algo de verdad. 

Por eso deambulaba ayer por la prensa nacional e internacional buscando información sobre los comicios europeos que no estuviera mediatizada por el ambientazo nacional, cuando encontré una cuestión que me pareció digna de traer a su consideración. Es una paradoja francesa pero no solo. Es una paradoja que deja tiesos la mayor parte de los análisis que leo en España sobre la ultraderecha europea y patria y sobre la necesidad de poner un muro frente a ellos. Cuando la vean se preguntarán, como yo, quién pone el muro a quién y con qué derecho. Es muy interesante porque de esto va el futuro de Europa y porque debe llevar a una reflexión a la izquierda, también a la española.  

Visioné un debate entre el candidato de la lepenista RN, Jordan Bardella (28) y el primer ministro de Francia, del partido de Macron y ex militante socialista, Gabriel Attal (35). Destripemos cualquier misterio avanzando que el ultraderechista Bardella va el primero en las encuestas francesas con un 33% del voto. Debatieron a cara de perro y se acusaron de mentir como mandan los cánones. Nada nuevo. Bardella se mostró contrario a una inmigración “que supone una amenaza existencial para la seguridad francesa” y llegó a proponer un sistema de doble frontera, europea y francesa, para frenarla. No faltó el repertorio de violaciones, delitos y robos achacables a los inmigrantes ni la respuesta de Attal reprochándole que criminalizara a todos los inmigrantes equiparándoles con delincuentes y terroristas. Hasta aquí un debate que podríamos haber escuchado aquí y yo voy con Attal, no quepa duda. 

Pero es que lo interesante no era tanto el qué sino el quién decía cada cosa.

Jordan Barbella en su propio nombre lleva las marcas de clase. Jordan es un nombre similar a los Kevin y los Jonatan o los Bryan en nuestro país: un nombre con evidentes connotaciones de clase baja. El apellido lo identifica como hijo de inmigrantes italianos llegados en la década de los sesenta: su padre dedicado a la distribución de máquinas de refresco y su madre ayudante de parvulario. Para conocer el barrio en el que se crió, Saint-Denis, sólo necesitan preguntar a los que acudieron a aquel mítico partido. Su abuelo, árabe argelino de Kabilia, llegado a Francia para trabajar en la obra. El chaval ingresó en la Sorbonna pero no acabó los estudios, pasándose a la política. Este es el perfil urgente del hombre que reclama representar a Francia en Europa para frenar la inmigración, reforzar las fronteras, expulsar gente, crear normas proteccionistas y todo lo que significa el lepenismo. Marine ha confiado en él porque sabe que encarna a la perfección el perfil de votante que les apoya. No me digan que no es preciso reflexionar sobre esto.

Gabriel Attal, sin embargo, el defensor de los derechos humanos y de los inmigrantes, el que sostuvo el discurso tradicional de la izquierda y fue militante del PS, procede de una familia muy acomodada, su padre abogado y productor de cine y su madre vástago de la extinta nobleza.  De ascendencia judía se declara agnóstico y lo sacaron del armario antes de que fuera nombrado primer ministro. Ha cursado con brillantez estudios en el Instituto de Estudios Políticos y en la universidad Panthèon-Assas. Su infancia transcurrió en la exclusiva École Alsaciènne y siempre ha vivido en buenas zonas de la margen derecha. 

¿El mundo al revés? Esta realidad social se reproduce en muchos países europeos y, aunque nos despistemos con franquistas y faunas rapadas, también en el nuestro. He dicho que no iba a entrar en los detalles cercanos, porque son los que nos impiden ver el bosque. Tal y como están las cosas en Francia -con el insumiso Melenchon hundido en un 7% de intención de voto, con los partidos socialista y comunista defenestrados- ¿no debemos hacernos ciertas preguntas? La primera, obviamente, son los motivos que llevan a hijos de inmigrantes y trabajadores como Barbella a batallar contra el pacto de inmigración y el aumento de extranjeros en Francia. ¿Qué amenaza ven en ellos? ¿Por qué votan los hijos de la clase obrera o la propia clase obrera y precarizada a la ultraderecha? Y si le damos vuelta: ¿cómo son los hijos de las clases privilegiadas los que asumen la defensa de los derechos fundamentales y de la integración? Evidentemente hay respuestas y las de los unos no les sirven a los otros. Una paradoja en toda regla, pero sin darle una respuesta desde las posiciones progresistas sólo se conseguirá que cada vez en mayor medida las formaciones ultras recojan el apoyo de los más desfavorecidos, algo que desgraciadamente en Europa rima. 

Voy más allá. Si como dice Sánchez hay que levantar un muro e impedir que pasen, que se hagan con el control de Europa, tengo aún una pregunta más malvada: ¿son los privilegiados ilustrados como Attal los que van a levantar un muro para aislar a los precarizados hijos de inmigrantes de Barbella? Todo un lío. Si sales del azul mahón y el rojo con el que se presenta este problema en España y te asomas a la realidad europea, te das cuenta de que es mucho más complejo de lo que parece. Mi opinión siempre ha sido que es culpa de la izquierda, también y sobre todo de la francesa, que perdida en la Rive Gauche entre libros y divinidad, la gauche caviar, se olvidó de buscar soluciones y argumentos a los verdaderos proletarios de hoy día. Así les fue y así de bien le va a Le Pen. 

De esto van las elecciones europeas sobre todo. Diecisiete países-miembro, comandados por la socialdemócrata Dinamarca, enviaron las pasadas semanas una carta a la Comisión exigiendo poder externalizar refugiados e inmigrantes “a terceros países seguros y respetuosos de los derechos humanos”. Es un debate que marcará nuestro futuro y que no se puede obviar con un gesto displicente de mano para centrarse en llamarse fachas y rojos un rato más. Ni siquiera está claro que haya una solución perfecta. Los firmantes de la carta reclamaban “soluciones novedosas” que es probable que ni siquiera existan. Por eso, entre otras cosas, va a crecer el número de representantes de la ultra derecha en el Parlamento Europeo. No me digan que no es para reflexionar, más allá de la adhesión plebiscitaria a un grupo u otro. 

Había más cosas interesantes en la prensa de las que se habla poco y que dan muchas pistas sobre lo diferente que es la perspectiva desde otros países del club europeo al que pertenecemos. Pongamos la zozobra de los estonios que se levantaron con la noticia de que Rusia había retirado las boyas que sirven de frontera entre ambos países en mitad del río Narva. Su primera ministra habló de “incidente fronterizo” y Borrell lo calificó de “inaceptable”. ¿Les extraña que los países Bálticos, Finlandia o Polonia tengan miedo del afán expansionista de Rusia? ¿Por qué hablamos tanto de los lemas palestinos y tan poco ahora mismo de Ucrania? De Ucrania, del papel de Europa, de nuestra defensa y de los riesgos que nos cercan también hablan las elecciones europeas. 

Me gustaría tener muy clara la postura de unos y otros antes de meter mi papeleta en la urna. Me gustaría sobre manera que nos mostraran qué es lo que piensan al respecto y qué análisis hacen de la próxima legislatura europea en la que inmigración, fronteras, guerra de Ucrania, medioambiente y sector primario, geopolítica y calentamiento global marcarán un antes y un después para el continente. En lugar de eso nos seguirán echando galletas para que volvamos obedientes con ellas entre los dientes.  

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