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Monasterios convertidos en granjas u hoteles de lujo, las consecuencias de la desamortización en el siglo XXI

“La expulsión de los frailes en el siglo pasado (el XIX) fue causa de la ruina de las edificaciones monásticas. En el actual, se ha completado la tarea liquidando rápida y vergonzosamente las edificaciones acumuladas en seiscientos años de ininterrumpida actividad”. Con esta sentencia, concluye Leopoldo Torres Balbás —arquitecto de prestigio, reconocido por su labor de restauración en el Palacio de la Alhambra de Granada— su visita al monasterio segoviano de Santa María de Sacramenia a principios del siglo XX. Desde allí, alertaba del peligro que corría el edificio cisterciense, pues a sus oídos había llegado el interés de un agente internacional por comprar y exportar el conjunto.

Sus miedos cobraron forma cuando en 1925, otro arquitecto, el norteamericano Arthur Byne, adquiría dependencias capitales del monasterio para entregárselo a su jefe, el magnate de la prensa americana William Randolph Hearst. Pese a su compulsivo afán de compra (o precisamente por ello), las piedras de Sacramenia aguardaron en el puerto de Nueva York dos décadas y media, sin siquiera ser desembaladas. Hasta que, mediado el siglo, dos empresarios las adquirieron a precio de saldo para erigir un parque temático en la ciudad de Miami que acabó, igualmente, en fracaso.

Cuando Torres Balbás hablaba de la “expulsión de los monjes”, se refería al largo proceso de desamortizaciones llevado a cabo en nuestro país desde finales del siglo XVIII, que básicamente consistía en la apropiación, por parte del Estado, de los bienes de la Iglesia y de las órdenes religiosas, para subastarlos y obtener fondos destinados a las arcas públicas. En el conocido caso de Sacramenia, la desamortización de Mendizábal —una de las más exhaustivas, llevada a cabo en 1835— tendría como consecuencia la amputación de parte del monasterio.

Sin embargo, no todo fue terminal. Con el fin de acomodar las estancias de los monjes a la actividad agropecuaria, los vanos del claustro fueron tapiados para utilizarlo a modo de establo y, según reconocía el académico madrileño, la sacrílega solución ayudó a la conservación del recinto que hoy se encuentra en EEUU. Algo es algo.

A menudo, la subasta de bienes religiosos entregó su titularidad —tal y como ha investigado en profundidad la profesora María José Martínez Ruiz— a sus peores enemigos, personajes sin escrúpulos que ansiaban obtener el máximo beneficio económico a costa de la destrucción del patrimonio español. De ahí que muchas de estas propiedades, situadas en los idílicos parajes cuidadosamente seleccionados por los monjes en la Edad Media, terminaran convertidos en granjas y tierras de labor, una vez desmembrados y vendidos sus elementos de más rápido valor en el mercado.

Un ábside convertido en pajar

Lo más llamativo es que, en algunos casos, el uso como explotación agroganadera se ha mantenido hasta hoy, cuando todavía se pueden ver estrambóticas estampas, como la de un ábside de ladrillo como almacén de pacas de paja, o resguardado recinto para un selecto rebaño de ovejas. La escena, por inusual, no está en absoluto escondida a la mirada de curiosos o adictos al patrimonio. La culpa es de una carretera de Castilla y León (CL-615) que rompió el monacal silencio del antiguo monasterio de Santa María de la Vega (Renedo de la Vega, Palencia), a unos 17 kilómetros de la mucho más popular localidad de Carrión de los Condes. 

A escasos metros de la calzada, un primitivo vallado advierte de que las ruinas son parte de una finca privada —enorme, por cierto— dedicada a la crianza de ganado ovino y al cultivo del cereal. Sin embargo, según informa el responsable de la explotación, no son pocos los que se atreven a cruzar su primitiva puerta y colarse en el interior, apoyándose en una de las barras metálicas que la componen, hoy maltrecha. El guardés es, en realidad, uno de los vecinos que, junto con varios allegados, se encarga —desde hace décadas— de la actividad de la explotación, propiedad particular de una familia madrileña, que ha edificado junto a las ruinas del edificio románico una moderna casa para visitar, de cuando en cuando, su propiedad. 

En el interior, los perros se encargan de custodiar el ganado, máquinas y herramientas propias de la actividad diaria. Como no se permite la entrada en las antiguas dependencias, para observar el resto del extinto monasterio es preciso rodearlo hasta la parte posterior. Ahí está la prueba: a escasos metros del río Carrión, permanece en pie un espléndido ábside levantado en ladrillo, como las cercanas edificaciones del llamado románico mudéjar de Sahagún, en la vecina provincia de León.

Y poco más. Porque en los últimos dos siglos, todo ha sido deterioro y los continuos derrumbes han llevado este antiguo edificio monástico a la desafortunadamente célebre Lista Roja de Hispania Nostra. Todo se viene abajo, salvo el ábside. “La referencia a donaciones muy tardías para la construcción de la iglesia, en el siglo XIII, da a entender que el templo comenzó a construirse con grandes pretensiones, pero posiblemente no llegaría a terminarse al acabarse el dinero”, hipotetiza Pedro Luis Huerta, historiador y miembro de la Fundación Santa María la Real de Aguilar de Campoo, quien nos acompaña en este viaje por antiguos edificios monásticos dedicados, todavía hoy, a fines ajenos a las lejanas oraciones de la Edad Media.

Maltrato, expolio… y conservación

A un cuarto de hora en coche, en dirección a Carrión de los Condes, se sitúa uno de los edificios religiosos más antiguos de Palencia. Se trata del monasterio benedictino de San Salvador, en la localidad de Nogal de las Huertas. Como en Santa María de la Vega, la desamortización puso el extraordinario edificio en manos de una familia, que lo destinó a labores agrícolas hasta mediados del siglo XX.

Desde entonces —perdida la propiedad en el limbo de herederos dispersos y poco interesados en ella— la falta de mantenimiento y el expolio mutilaron parte la estructura original e hicieron desaparecer elementos de valor, como capiteles o antiguas inscripciones. El cimborrio del edificio y parte de una bóveda se acabarían viniendo abajo, pese a la intervención arqueológica realizada por la Junta de Castilla y León para frenar el deterioro. En las dos últimas décadas, el ayuntamiento de Nogal de las Huertas ha trabajado para hacerse con la compleja propiedad, logro obtenido en 2008, y desde entonces avanza en la recuperación de la dignidad del monasterio de origen cluniacense y en la divulgación de sus valores.

Sin embargo, no todos los cenobios requisados de manos religiosas han corrido tan mala fortuna como Santa María de la Vega o San Salvador. En el lado opuesto, se sitúan ejemplos como el de Santa Cruz, edificio premostratense situado en la localidad palentina de Ribas de Campos. Fruto de la desamortización, los nuevos propietarios desarrollaron las labores de una inmensa granja sobre las dependencias que se conservaban, la iglesia y la sala capitular.

Pedro Luis Huerta, coordinador de Cursos y Publicaciones en Santa María la Real, recuerda sus primeras visitas al conjunto monástico, donde “era habitual ver encerradas las vacas en el exterior de la cabecera”. Otra de esas extravagantes postales. Con un ingrediente más: la Iglesia recurrió la propiedad del templo del complejo y la Justicia le dio la razón. En cambio, los nuevos titulares acudieron a los tribunales europeos, que se pusieron de su parte y lograron que la empresa fuera indemnizada.

Pero es quizá —en opinión de Huerta— el monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos (Olmos de Ojeda, Palencia) el que representa el caso más extremo al de Santa María de la Vega. “Los propietarios han cuidado el edificio perfectamente; desde mi punto de vista, se trata de la mejor iglesia románica que tenemos en Palencia, mejor incluso que San Martín en Frómista, en el sentido que se ha conservado en su estado original”, apunta el experto.

La iglesia, único elemento superviviente del complejo original, se conserva intacta como epicentro de una granja de elevadas dimensiones. Aquí, a diferencia de los anteriores, la propiedad pasó a manos privadas no como fruto de la desamortización, sino producto de una operación de trueque de las monjas de la orden de San Juan que lo habitaban, antes de trasladarse a Toledo en el siglo XVI.

El lujo de la historia

Las ruinas de un edificio del siglo XII pueden convertirse, por su historia y capacidad de resiliencia, en reclamo para visitantes que desean viajar al pasado. Algunos de estos edificios han terminado —muchos de ellos, profundamente transformados— ejerciendo actividades en el ámbito turístico, o vinculadas al lujo, como el sector del vino. Ejemplos evidentes de ello son el monasterio de Santa María de Retuerta (Sardón de Duero, Valladolid), adquirido hace más de tres décadas por el grupo farmacéutico suizo Novartis, que ha transformado el lugar en hotel, bodega de altos vuelos y restaurante con estrella Michelín.

Un negocio ubicado precisamente en el antiguo refectorio de los monjes. O el caso de Santa María de Valbuena, edificio cisterciense localizado también en Valladolid (Valbuena de Duero), donde hoy comparten instalaciones la sede de la fundación Las Edades del Hombre y un hotel balneario de lujo, promovido por el grupo Castilla Termal.

De nuevo en la provincia de Palencia, en la desamortización de las dependencias benedictinas de Santa María de Mave se sitúa el origen del actual hotel rural. Los propietarios transformaron su actividad de un complejo heredado de sus antepasados, pero aquí tuvo lugar otro conflicto por la titularidad. La Iglesia esgrimió el argumento de que, tras el proceso de desamortización, un monje se mantuvo en las dependencias ejerciendo las funciones de párroco, por lo que la Justicia acabaría dictando que el templo monacal se disgregase del resto del conjunto, para pasar a depender de la diócesis de Palencia.

Pese a esta sencilla clasificación, podría decirse que hay tantos casos diferentes como monasterios se apropió el Estado y que, desafortunadamente, algunos acabaron convirtiéndose en ruinas con el paso del tiempo. Como el caso del palentino San Román de Entrepeñas, del que hoy solo resta una torre en estado terminal. Pero también hay ejemplos de auténtica veneración por una antigua propiedad medieval, como subraya Pedro Luis Huerta, quien apunta al monasterio cisterciense de Santa María en Bujedo de Juarros (Burgos).

Su propietario, ya fallecido, se hizo popular por ser uno de los cargos procesados y condenados, junto a Mario Conde, en el caso Banesto. Rafael Pérez Escolar dedicaría desde entonces una parte de sus energías a plantear una batalla jurídica contra Emilio Botín, por su gestión al frente del Banco Santander, que se ocupó del Banesto tras la intervención del Banco de España. 

Las fuerzas restantes tuvieron que ver con su condición de erudito y amante de la historia. Rafael Pérez Escolar tuvo la habilidad de poner de acuerdo a los diversos y variopintos propietarios de Santa María de Bujedo, hasta hacerse con la propiedad del conjunto. Refiere Pedro Luis Huerta que cuando Pérez Escolar compró el monasterio —hoy en manos de su hijo— se vio obligado a derribar una puerta para que una excavadora pudiera acceder y desalojara el amplio metro de estiércol de oveja que colapsaba las dependencias. Un interés por la historia, por el pasado, que se mantiene intacto en las decenas de personas que acuden cada año a los cursos de la fundación Santa María la Real, cuya entrega el próximo mes de julio está dedicada, precisamente, al estudio de los monasterios.

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