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Troles empoderados

Los odios en las redes sociales están desbocados. La violencia es notable en personas con nombres y apellidos que, en la soledad de una pantalla, dan rienda suelta a la montaña rusa de prejuicios, estereotipos, ira, intolerancia y delirios. Con ellos, los troles han vuelto recargados.

Estos sí son sicarios de verdad, mercenarios, pues detrás de ellos hay un autor intelectual, un financista, quien manda a atacar al que se atreva a cuestionar sus intereses. El problema con los troles es que la cúpula del gobierno es la menos preocupada por averiguar de dónde viene el dinero sucio que se mueve en este negocio clandestino.

La policía judicial no cuenta con recursos suficientes para llegar a los escondrijos. La legislación, igualmente, no ayuda a desenmascararlos. Por eso, el país está atado de manos para dar guerra a esas bandas de perversos.

De la mano del anuncio de un referéndum para someter a consulta la llamada ley jaguar (la que impondría una perfecta tiranía del gobernante de turno para manejar miles de millones en contratos públicos), los troles están más empoderados para desinformar, polarizar y amenazar.

Un caso notable es un perfil en X desde donde un matón de escritorio, con nombre falso, por supuesto, advirtió al economista José Luis Arce: “Te tenemos disponible una estancia permanente en el Zurquí para vos y su (sic) familia”. Le indicó que un “equipo de trabajo” coordinará para concretarlo.

La amenaza de muerte se dio porque Arce, en alusión a la ley jaguar, opinó, en esa red social, que “quien ejerza el poder procurando debilitar las instituciones y, sobre todo, la convivencia democrática pierde absolutamente legitimidad”.

El trol es legítimo trol. Cumple los requisitos. Tan solo tiene seis seguidores y eso dice todo de esta cuenta recién creada por un fanfarrón que se presenta así: “Mi devoción es única a don Rodrigo Chaves, titán provida y guardián de los valores de la familia tradicional”.

Como sabemos, no es un caso aislado, es una malintencionada práctica con la cual habrá que convivir mientras no sea posible identificar y exponer a los financistas y sus mercenarios.

Ese es el costo de la democracia, donde la permisividad la aprovechan los tiranos de la desinformación.

amayorga@nacion.com

El autor es jefe de Redacción de La Nación.

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