Fantasmas y suicidios: los extraños sucesos del submarino «maldito» de la Primera Guerra Mundial
Los trágicos acontecimientos sufridos por el submarino UB-65 comenzaron, incluso, antes de ser botado en los astilleros de Brujas (Bélgica) el 17 de junio de 1917. Sucesos misteriosos que ayudaron a conformar una leyenda alrededor de este sumergible, de la que han surgido una serie de historias que todavía hoy fascinan a muchos de los investigadores que se ocupan de los episodios más sombríos e inexplicables de la Primera Guerra Mundial . Cuando comenzó el conflicto, Alemania poseía 29 submarinos desplegados entre el mar del Norte y el Báltico, los cuales se usaban para tareas defensivas. El número fue en aumento cuando los sumergibles demostraron su poder como arma de combate . En febrero de 1917, a mitad de la Gran Guerra, los germanos ya contaban con 105 listos para entrar en acción y otros 120 para reemplazar a los hundidos. Sin embargo, a ninguno de ellos le ha rodeado tantas historias de fantasmas como al UB-65, centradas la mayoría en el extraño e inexplicable destino de su tripulación. Según la leyenda, su primera víctima fue uno de los operarios que trabajaba en cubierta, que fue aplastado por una viga de la cubierta a la que se le soltaron las cadenas. Poco después, cuando fue lanzado al agua por primera vez en el verano de 1917, otros tres tripulantes fallecieron asfixiados en la sala de máquinas por los gases del motor, mientras comprobaban la maniobrabilidad del buque. Nadie pudo explicar por qué no salieron tranquilamente, pues les habría dado tiempo de sobra. La realidad de este modelo de submarino en la guerra era bien distinta. En los tres primeros meses de 1917, los U-Boote habían hundido ya más de un millón de toneladas enemigas. Durante el mes de abril, otras 881.000, una cifra récord que hizo temer a Gran Bretaña por la victoria de los alemanes. Era un arma eficaz, pero el relato que trascendió décadas después sobre el UB-65 era otro. No hay más que leer el siguiente incidente, cuando supuestamente realizaba unas maniobras conjuntas junto a otros submarinos de la misma clase. Antes de ordenar su primera inmersión, el comandante Martin Schelle mandó a varios marinos a que comprobaran, cerraran y aseguraran todas las escotillas del buque. Dos obedecieron, pero el tercero reaccionó de forma inesperada. Sin decir una palabra, se dirigió a la cubierta y se arrojó por la borda a las hélices. Murió descuartizado. Sin tiempo para guardar el más mínimo luto, cuenta la leyenda también que, inmediatamente después, se produjo la inmersión hasta los diez metros de profundidad. En ese momento, el submarino se hundió de repente hasta el fondo. La tripulación entró en pánico al ver que la presión hizo crujir las paredes de la nave y el agua comenzó a filtrarse e inundar algunos pasillos. Habría estado 12 horas en las profundidades, mientras el oxígeno se agotaba, y sin encontrar una explicación a lo sucedido para poder solucionarlo. La tragedia parecía inevitable, pero, de repente, el sumergible comenzó a ascender. Salió a la superficie justo a tiempo para salvar de la asfixia a toda la tripulación, aunque dos miembros fallecieron a causa de los daños sufridos en los pulmones. Las autoridades militares ordenaron trasladar el submarino a los astilleros para su inmediata revisión. Según el relato, no encontraron ninguna avería. A pesar de esta concatenación de infortunios, se impusieron las necesidades del esfuerzo bélico alemán y la nave fue declarada apta para el servicio. Todo parecía recobrar la normalidad en torno a este submarino «maldito» y se ordenó que fuera cargado de torpedos. La tranquilidad duró poco, porque el oficial y los ocho marineros encargados de transportar las bombas también habrían muerto cuando una de ellas explotó. Parte de la tripulación se negó a embarcar y prefirieron enfrentarse a un consejo de guerra, alegando que el submarino estaba embrujado. El UB-65 fue enviado entonces a los astilleros para su reparación, en un trayecto en el que se produjo otro incidente que entra en el plano de lo paranormal . Uno de los marinos encargados del supuesto traslado aseguró, presa del pánico, haber visto a uno de sus compañeros muertos sobre la cubierta, mientras este le miraba fijamente con los brazos cruzados. En ese momento, la nave entera había sucumbido al al miedo. Uno de los marineros capturados aseguró, al intentar huir, que también había visto a su compañero fallecido. Una confesión a lo que habría seguido otro suicidio en extrañas circunstancias. A pesar de todos estos sucesos, el submarino UB-65 recibió la orden de partir hacia el estrecho de Dover. Un viaje en el que, según la leyenda, parte de la tripulación seguía viendo a los «fantasmas» de los marinos. Cuando llegaron al puerto de Brujas, el temor a la maldición era tan grande que los marinos prefirieron salir corriendo de la nave a pesar de los bombardeos aéreos. Uno de los que huyeron era, supuestamente, el mismo comandante, que moriría ametrallado al salir a la cubierta. Con el paso del tiempo, muchos de estos sucesos fueron dados por ciertos, quizá por la confusión que hubo durante muchos años en entorno a su destrucción. La leyenda cuenta que, cuatro meses antes de que finalizara la Primera Guerra Mundial, el 10 de julio de 1918, el buque fue descubierto por el submarino estadounidense AL-2 en la costa occidental de Irlanda. Y que, cuando se disponía a torpedearlo, el UB-65 explotó misteriosamente sin que los norteamericanos llegasen a disparar, con sus 37 tripulantes dentro. Según los datos publicados por la web especializada en este modelo de submarinos, www.uboat.net , la causa que se registró poco después es que el UB-65 desapareció como consecuencia de la «explosión prematura de uno de sus torpedos». Una versión que podría coincidir con la leyenda, pero luego aclara que realmente estuvo en activo al menos hasta el 14 de julio, ya que en esa fecha hundió al velero portugués María José frente a la isla de Lundy. Y luego subraya: «Desaparecido a causa de un accidente (muerte marítima) cerca de Padstow (Cornualles, Inglaterra), el 14 de julio de 1918 o después. 37 muertos (todos perdidos)». Según el cuaderno de bitácora del submarino AL-2, tras el impacto de uno de sus proyectiles observaron al UB-65 semihundido durante unos minutos. Y que después se produjo una fuerte explosión que lo arrastró hasta el fondo marino. Lo cierto es que, en 2004, el Channel 4 británico organizó una expedición submarina para identificar a un buque de la Primera Guerra Mundial hundido en aguas inglesas. El estudio realizado por el arqueólogo Innes McCartney y el historiador Axel Niestlé confirmó que se trataba del UB-65, pero no mostró indicios claros de que hubiera sido atacado. Con los datos recabados, otros expertos apoyaron la tesis de que el submarino se había hundido como consecuencia de un accidente. Por otra parte, los investigadores George Behe y Michael Goss aseguraron que versión sobre el impacto de un torpedo enemigo fue inventada por el periodista Héctor Charles Bywater (1884-1940), bajo el seudónimo del Doctor Hecht. En lo que respecta a la historia de los fantasmas tampoco hay un consenso claro. La versión más conocida de esta fábula de la Gran Guerra se publicó por primera vez en julio de 1962, en la revista «Blackwood's». El responsable original es, supuestamente, G. A. Minto, un autor del que sabemos muy poco y que, según parece, empezó a escribir una vez jubilado, tras una vida dedicada a la función pública. Otros achacan su autoría al escritor neoyorquino Charles Berlitz, fallecido en 2003, famoso por sus libros sobre fenómenos paranormales y de cuya obra «El triángulo de las Bermudas» se vendieron cerca de veinte millones de ejemplares. Aunque nunca llegó a esclarecerse del todo, lo cierto es que durante los años 60 y 70, «El fantasma del UB-65» ya aparecía en numerosas antologías, tebeos e, incluso, libros ilustrados para niños. De esta forma adquirió una apariencia de realidad. Pero el hecho de que su primer y único comandante fuera Martin Schelle, un oficial de 29 años, demuestra que este no murió en la pasarela del submarino huyendo de la maldición, sino junto con los otros 36 tripulantes en el accidente del 10 de julio de 1918.