Severo correctivo electoral
Tras catorce años de dominio conservador, el Partido Laborista británico ha cosechado un rotundo éxito electoral guiado por su líder Keir Starmer. El resultado de los 'tories' no es una derrota moderada, sino un verdadero fracaso con el que se pone fin a casi cuatro lustros de hegemonía política. Los conservadores caen hasta los 120 diputados, mientras que la opción laborista ha alcanzado los 412 escaños. Este giro muestra, además, la flexibilidad del electorado británico, pues en 2019 Boris Johnson se impuso a Jeremy Corbyn con una extraordinaria rotundidad. Apenas cinco años después, el Reino Unido se desacopla de la tendencia continental en la que avanzan las derechas para brindar una oportunidad a Starmer, un candidato sobrio y alejado de la espectacularidad política contemporánea. Este resultado electoral arroja varias conclusiones. La primera de ellas es que la deriva populista de los conservadores británicos ha sido severamente castigada. La incomprensible aventura del Brexit o los escándalos vinculados con el excéntrico Boris Johnson han encontrado un correctivo inapelable. El Partido Conservador ha prestado históricamente un extraordinario servicio al Reino Unido, pero abandonar la ortodoxia que caracterizó a los 'tories' ha acabado siendo letal para su credibilidad, hasta el punto de que incluso la prensa conservadora ha subrayado la necesidad de que se abra un nuevo ciclo político. Otra variable determinante en el nuevo parlamento es la debacle del independentismo escocés, cuya pérdida de relevancia lastrará necesariamente sus aspiraciones. A pesar de que un agitador como Nigel Farage o el propio Jeremy Corbyn hayan logrado sacar escaño, el triunfo de Starmer no sólo es una victoria ideológica. Se trata, en gran medida, de un retorno a la moderación política. El nuevo primer ministro no es un político de gran perfil izquierdista y sus posiciones podrían ser asimiladas por votantes a una y otra orilla del espectro ideológico que buscan soluciones pragmáticas para problemas reales y que están hastiados de contemplar cómo la política espectáculo ha acabado lastrando sus condiciones de vida reales. El éxito de Starmer, un líder político discreto y de carisma contenido, se ha debido en gran medida a que ha sido capaz de embridar las aspiraciones de una parte de la izquierda más radical. En un tiempo en el que ascienden las opciones polarizadoras y populistas, el Reino Unido ha demostrado que los procesos de degradación institucional admiten, afortunadamente, caminos de regreso hacia la normalidad. El nuevo Gobierno laborista debe responder ahora a la encomienda de los británicos, que exigen retornar a una cierta serenidad institucional y que deben redefinir no sólo sus problemas domésticos, sino también su papel en la política exterior. Los próximos años serán los que consoliden el rol de los británicos en el mundo ya sin la cobertura europea. El éxito futuro del Reino Unido no dependerá sólo de la acción de gobierno. Los conservadores deben reconstruir urgentemente su espacio y devolver a su partido la credibilidad perdida. El precio que han pagado los 'tories' tras tantos años de políticas aventuradas ha sido rotundo y este resultado es un espejo en el que muchas democracias deberían mirarse. Hay una última lección inapelable: decisiones tan graves como el Brexit seguirán lastrando las oportunidades británicas a futuro, lo que demuestra que aunque el populismo sea reversible, la imprudencia populista puede dejar fracturas irreversibles o de reparación casi imposible.