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Cuando los ciudadanos saben lo que quieren

Parece que cuando los ciudadanos tienen claro lo que quieren y no quieren actúan con rotundidad. Aunque les lleve mucho tiempo llegar a esa conclusión. Catorce años ruinosos para el Reino Unido ha costado este triunfo aplastante de los laboristas y la derrota histórica de los tories. Culminaban así los destrozos infinitos que infligieron los sucesivos gobiernos conservadores a un país que en cierto modo era modélico en servicios como el Sistema Nacional de Salud. Primero sería Thatcher, pero luego llegaron todos los demás con las tijeras de la austeridad a aplicar siempre a los más débiles.

La era tory con sus cinco gobiernos conservadores sucesivos toca a su fin. David Cameron, Theresa May, Boris Jonhson, Liz Truss y Rishi Sunak marcan un tiempo que ha conocido desde la muerte de la casi centenaria reina una pandemia pésimamente gestionada, el Brexit que les hundió, la presidenta que en 50 días destrozó su economía por sus alocadas recetas neoliberales o un multimillonario de origen indio marcadamente racista.

Keir Starmer, 61 años, laborista, abogado especializado en Derechos Humanos, es el nuevo primer ministro. De origen humilde –su padre era obrero manual–, discreto, socialdemócrata, moderado, ha conseguido 412 escaños, que sobrepasan con creces la mayoría absoluta cifrada en 327 diputados. Dice que será difícil la restauración del Reino Unido. Sí, siempre lo es. Mucho más fácil derribar que edificar de nuevo. Sus prioridades: la sanidad y la educación. Siete millones de británicos están en lista de espera sanitaria, más del 10% de la población. Una aniquilación del NHS llevada a cabo sin pausa durante décadas. Es un sector muy lucrativo.

Vuelven a subir los liberaldemócratas, recuperados de la casi extinción a la que los llevó Nick Clegg en su pacto de gobierno con Cameron. Su esposa, por cierto, española, anda dando lecciones de capitalismo por las teles de nuestro país. Se produce un vuelco total en Escocia: victoria laborista y descalabro de los independentistas del SNP. Son resultados muy significativos todos ellos. 

Al hundimiento histórico en votos de los tories han contribuido los obtenidos por Nigel Farage, el ultra que impulsó con fuerza y muchas mentiras el Brexit. Entra por primera vez en el Parlamento con cuatro escaños, dado el sistema británico, a pesar de haber recibido la nada despreciable cifra de cuatro millones de votos. Los ciudadanos prudentes se han dejado colar en la sacra institución parlamentaria ese germen que pudre las democracias. 

A ver si los franceses aprenden para la segunda vuelta de las legislativas este domingo y vencen en ese reto que tiene en vilo a los demócratas en Europa. De momento, la lección que están aportando los antifascistas franceses es actuar unidos la izquierda y el “macronismo”, retirando más de 200 candidatos para que la división no favorezca al partido de Le Pen.

Y es que esa ultraderecha genuina que representa entra en el terreno de las palabras mayores. Una de las voces que mejor ha definido la situación es la de la escritora, premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux: “Hay momentos en la historia de una nación en los que los ciudadanos toman decisiones que son difíciles de revertir. Esta elección, por la cual nos juzgarán nuestros descendientes, viene, está ahí. Es el próximo domingo”.

El ministro de la Diáspora de Israel, del Likud, dice que una Presidencia de Le Pen en Francia sería “excelente para Israel”. Los tiempos cambian: el padre de Marine, fundador del Frente Nacional, fue considerado antisemita y negador del Holocausto. Vladímir Putin ha apoyado expresamente también a la ultraderechista francesa. Pero bastaría mirar adentro del país, a las ensoñaciones que creen en futuros espléndidos solo por machacar a los emigrantes... o a los agricultores españoles, pongamos por caso, boicoteando sus productos en la frontera. Y ni siquiera es regirse por los beneficios económicos que tan supuestamente pueden aportar a una parte de la población, aunque sean hoy un factor tan determinante. No están asegurados en modo alguno, pero además, está la ideología, la merma de derechos, la corrupción.

Lo vemos en España, los millones de personas que lo quieren ver y no cierran los ojos, desde luego. Aquí, donde el PP se adhiere a los postulados de su socio Vox sin ningún problema. Los retrocesos en feminismo, en protección de derechos para las mujeres y el colectivo LGTBi son hechos ciertos y solo una parte de cuanto han truncado o han querido borrar: la Memoria Histórica, la realidad, el progreso. Tres mujeres asesinadas en 24 horas por la violencia machista, con los dos hijos de una de ellas, y la madre de otra. 6 vidas truncadas. Y oír de un cargo de Vox que es porque las políticas de igualdad no funcionan es no querer entender nada. El intento y borrado de la diversidad sexual que busca convertir de nuevo –inútilmente– el Orgullo en culpa. Tanto por hacer aún y tanto por destrozar si les dejamos.

La mesura de Starmer, el nuevo presidente del Reino Unido, y su diagnóstico claro sobre el terreno que pisa y lo que hay que acometer abren un camino de posibilidades. No el ideal, quizás, pero sí va en mejor dirección. A la espera de lo que decidan los franceses, quedan claras varias ideas:

Hay que apagar los gritos de las derechas tramposas para hacerse con el poder a cualquier precio. A cambio de disfrutar del odio que inoculan no dan sino recortes y mentiras. Disfrutar del odio tampoco es lo más saludable.

La ultraderecha sigue siendo enviada por ciertos votantes a que penetre en las instituciones para envenenar la democracia. Ha pasado hasta en el Reino Unido con una ciudadanía que mayoritariamente ha mostrado su hartazgo y su cordura para solucionarlo.

La unión entre demócratas funciona mucho mejor que los reinos de taifas en guerra, ahítos de razón.

Los pasados imperiales no regresarán, pero la peste de los fascismos que alumbraron Hitler y Mussolini lo está teniendo más fácil por los diversos colaboracionismos, incluidas sus víctimas en muchos casos.

Para la derecha y la ultraderecha, los servicios públicos, con la Sanidad a la cabeza, son un dispendio y una fuente de negocio privado que no se puede despreciar. Todos lo sabemos y lo hemos visto, pero hay quien todavía sueña con cuentos de hadas y varitas mágicas.

Atentos a los enemigos de la sociedad. Hay muchos y están en todas partes. La prensa británica que parió los tabloides en su día como pioneros de una prensa populista y sin rigor, seguía apoyando a los tories hasta última hora. Pero el pueblo ha dicho no. En España el penoso episodio de la querella ultra a Begoña Gómez se ha convertido en una ocasión de propaganda ultra hasta en los telediarios de TVE. A los enemigos hay que conocerlos y neutralizarlos.

He recordado varias veces en estos últimos años aquella explicación de José Luis Sampedro, escritor y economista, referente esencial para mí y para muchos otros, en su libro 'Los mongoles en Bagdad'. Hoy, con la política tan abrumadoramente escorada a la derecha, la diferencia no se establecería entre comunismo y capitalismo, sino en sus derivaciones: una izquierda socialdemócrata y una derecha exacerbada en radicales posturas ultras, incluso fascistas. El resultado en la disparidad de objetivos es el mismo que Sampedro concluía entonces: hay una política en la que “las cosas se estiman y computan según su precio y no según su valor, lo que lleva a desinteresarse de los sentimientos y afectos, de los deberes, y hasta de los derechos humanos no cotizados”. Es la que domina y quiere más y esto lo explica todo.

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