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Los límites

Los límites

Necesitamos límites. Pero no sólo para el actuar o ejercicio del poder, sino para poder contar con una imagen sobre hasta dónde de mal o bien puede llegar la realidad del país.

La semana pasada, el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, sostuvo una reunión con inversionistas en Londres. No es muy difícil imaginar cuáles fueron las preguntas o el motivo principal por el que el funcionario acudió a la cita en la capital británica. Naturalmente, quienes han puesto su confianza en forma de inversión en el país tenían preocupaciones que requerían de una aclaración o explicación para poder tener la tranquilidad, certeza o, al menos, la idea de que su dinero está o estará seguro y en buenas manos.

Había temas que, considerando los últimos acontecimientos de la vida nacional, era claro que necesitaban ser esclarecidos. En primer lugar, la hegemonía política, la polarización y el método de eliminación del territorio político de los enemigos. En segundo lugar, el diseño y formulación de una reforma judicial que pone en las mismas manos que señalan todas las direcciones del país la resolución de cómo deben ser planteados, entendidos y resueltos los grandes problemas que pudieran surgir desde el punto de vista de los negocios, de las libertades o del mantenimiento y preservación de la Constitución.

Uno de los grandes problemas que vamos teniendo, y que conforme se vaya profundizando más se verá con mayor claridad, es que cuando se habla de defender la Constitución, la pregunta inmediata es: ¿defender qué Constitución? ¿La que fue, por la vía de hecho, abolida con las mayorías calificadas del Congreso de la Unión? ¿La que permitió unos niveles de votación tan escandalosamente democráticos que perfectamente pueden, sin mucho debate, producir un cambio y crear una Constitución a la medida de acuerdo con los intereses del mandatario o mandataria en turno?

Vistos y analizados los acontecimientos recientes, como inversionista es necesario y razonable cuestionarse cuál es el panorama y contexto que uno tiene cuando viene a nuestro país y su inversión no está protegida o asegurada por algún mecanismo o instrumento sólido –como puede ser el T-MEC– que dé tranquilidad, pero, sobre todo, certidumbre. Sin embargo, hoy esa seguridad es algo que no existe y que inevitablemente genera duda en todo aquel que quiera poner su dinero bajo el resguardo y cuidado de la dinámica socioeconómica y política de nuestro país. De ahí la necesidad de tener que dar aclaraciones y realizar visitas para, en la medida de lo posible, calmar a los inversionistas.

Necesitamos límites. Pero no sólo para el actuar o ejercicio del poder, sino para poder contar con una imagen sobre hasta dónde de mal o bien puede llegar la realidad del país. Necesitamos límites que aseguren la certidumbre en la aplicación y respeto del marco jurídico del país. Límites que nos permitan crear y desarrollar mecanismos de contrapeso que eviten que el poder caiga en manos de una sola persona y que se respete y salvaguarde la tan importante separación de poderes. Sin límites, la catástrofe está en manos de la imaginación y de la incapacidad de actuación de quienes nos gobiernan. La historia nos ha enseñado que cuando se es libre de hacer lo que se quiera, más vale tener un instinto lo suficientemente desarrollado de conservación que sea consciente de ir señalando los límites, ya que, de no señalarlos por iniciativa propia, inevitablemente el propio desgaste del poder y las propias crisis que vendrán te marcarán unos límites que pondrán en riesgo todos los planes y todo lo conseguido hasta el momento.

El secretario de Hacienda, que es un profesional muy reputado de las finanzas y que muchas veces empieza su día a lomos del caballo, tiene una perspectiva clara sobre la realidad del país. Él es consciente de que el mundo y el panorama financiero de México no sólo es BlackRock ni Blackstone ni la obtención de inversiones de unas pocas –aunque significativas– empresas. Ramírez de la O sabe que el mundo es más completo y complejo que eso y que –con independencia de todos los capitales, los limpios, los sucios, los que están mejor o peor– la verdad es que desde la pandemia el mundo de los capitales se ha reorganizado de tal manera que necesitamos reajustar nuestra forma de ver y enfrentar la realidad económica y financiera. Ejemplo de ello es el fenómeno económico y toda la influencia que está ejerciendo China en el mundo. Un país que, a pesar de ciertas crisis que está teniendo como la inmobiliaria, no se puede olvidar que en este momento es el principal acreedor de la deuda estadounidense.

En estos cuatro años que han pasado desde que se desató la pandemia del covid-19 hasta aquí, hemos visto y sido testigos de fenómenos como la reconfiguración del mercado de los capitales o el surgimiento de acontecimientos completamente nuevos. ¿Quién iba a pensar que, a partir del nacimiento de la guerra de Ucrania, la economía rusa se iba a rearmar y a producir los beneficios que ha producido, en parte por las sanciones impuestas? ¿Quién iba a pensar que un modelo tan agresivo de gestión como el que está implementando India tendría un éxito de tal magnitud que los colocaría como una de las principales potencias económicas del mundo?

Hoy los grandes países, los imperios –tanto los que están como los que se perfilan a serlo– y quienes los gobiernan forzosamente tienen que definir límites. En este sentido, al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum le conviene saber y no olvidar que el juego más inteligente que pueden hacer es encontrar una manera de crear y desarrollar sus propios límites.

Cualquiera que viva y conozca la historia de nuestro país sabe que el pacto federal prácticamente no existe. Sabe que la concentración presupuestal en unas solas manos –o al menos en las manos de quien está en Palacio Nacional– es total. Es consciente de que, como las leyes no nos importan ni nos limitan, en cualquier momento podemos crear una situación que nos ponga en un grave conflicto.

Se ha garantizado y repetido que México –una vez fallados los arbitrajes internacionales– asumirá y cumplirá con sus compromisos. Esto es nuevo. Durante la pandemia o inmediatamente después de ella, cuando se le explicó exactamente la escala de inversión que necesitaría el Estado mexicano, el presidente Andrés Manuel López Obrador no permitió que se abriera ninguna negociación y el mensaje fue claro: no pagaremos nada. Hoy eso ha cambiado y, para fortuna del futuro del país, se han dado cuenta de que no se puede seguir con esa postura. Mientras tanto, necesitamos esclarecer las reglas del juego y, sobre todo, necesitamos saber qué quiere ser el México de Sheinbaum. ¿Quiere ser un país como Libia, fuera del orden internacional? ¿O, de una vez por todas, asumirá su rol al que está llamado como potencia perteneciente al bloque económico más importante del mundo?

México tiene todo, siempre lo ha tenido. Hoy, nuevamente se presenta ante nosotros la oportunidad de sacarle provecho a herramientas tan importantes como el T-MEC y otras que presenta el panorama global que permitirían impulsarnos hacia la vía del crecimiento y del desarrollo. Para lograrlo, no sólo se tendrá que desarrollar un plan que permita tener una economía sana y estable o garantizar la certidumbre jurídica que permita una estabilidad económica y social tanto dentro como fuera del país. Para conseguirlo, el primer paso que deberá dar será establecer límites objetivos y claros.

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