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El Festival de Aix-en-Provence se somete a la presión extrema

Abc.es 

En el Festival de Aix-en-Provence sigue vivo el debate sobre qué hacer con el teatro musical desde una perspectiva contemporánea. Y entre diversas respuestas surge el espectáculo 'Songs and Fragments ' presentado en el teatro Jeu de Paume, un pequeño recinto construido a mediados del siglo XVIII pero muy cercano a la experimentación. Al frente del proyecto está el director teatral Barrie Kosky, actualmente dedicado exclusivamente al diseño de distintas propuestas una vez liberado de su trabajo al frente de la Komische Oper Berlin. ' Falstaff ', la ópera final de Verdi, y ' El gallo de oro ', última de Rimski-Kórsakov, son escenificaciones de gran formato realizadas anteriormente en el festival francés y en las que se reconoció a un director inteligente, crítico, irónico, preciso y profundamente razonable. Kosky le tiene cariño a estos trabajos avalados por el éxito y a otros muchos que van desde el barroco a Offenbach pasando por la escena actual; desde el formato más espectacular al más inmediato e íntimo; desde el drama a la comedia o el cabaré. 'Songs and Fragments' se acoge formalmente a la dimensión más cercana e íntima aunque su espíritu alcance una proporción extraordinariamente ambiciosa. El espectáculo reúne dos obras contemporáneas características de un entorno en el que han convivido procesos heterogéneos. Comienza con las ' Ocho canciones para un rey loco ' de Peter Maxwell-Davies y desemboca en los ' Kafka-Fragmente ' de György Kurtág . Nace, por tanto, en un ámbito expresionista y violento para recogerse en la reflexiva fragilidad personal de un escritor que se confiesa en sus diarios. Apenas hay puntos en común entre las obras, quizá la inquietud existencial como impulso anímico y el reflejo del rescoldo histórico materializado en referencias a músicas muy diversas sin discriminación de género o repertorio. Es razonable que Kosky, cuya técnica teatral es un apabullante catálogo de posibilidades impredecibles, haya encontrado en estas obras un terreno fértil para la concentración de los medios y sus consecuencias. En el caso de las 'Ocho canciones para un rey loco' de Peter Maxwell-Davies hay que mirar a Jorge III, cuya bonhomía le granjeó el apelativo del 'granjero Jorge', y cuyos desarreglos mentales le llevaron a la muerte ciego, sordo y loco, después de haber convertido sus fantasmas en objeto de súbitas alucinaciones. Lo son también las herramientas que maneja la obra, con un grupo instrumental de seis músicos capaces de producir efectos sorprendentes a partir de técnicas ampliadas, por ejemplo en la percusión, donde participan instrumentos convencionales y otros inauditos como el silbato de ferrocarril, los pájaros de juguete y la tabla de lavar. La relación entre el objeto instrumental y su rol se puede entender observando la partitura del tercer número en la que se dibujan los pentagramas dispuestos como barrotes de una jaula de pájaros, en una alarde gráfico similar al de aquellos cánones enigmáticos que en España se hicieron famosos de la mano del barroco Juan del Vado . Cualquier aspecto de las 'Ocho canciones para un rey loco', desde la escritura a la ejecución, se equilibra gracias a las poderosas relaciones que establece el cuadrado mágico, fórmula que se usa para la generación de los materiales musicales y de las inmediatas posibilidades interpretativas, tan diversas, extremas y originales que la impresión final es apabullante. Todo tiene un poderoso carácter expresivo, más aún cuando se logra el equilibrio entre los instrumentistas, en palabras de Maxwell-Davies 'colección de objetos musicales que funcionan como accesorios escénicos', véase los instrumentistas del Ensemble Intercontemporain con su actual director Pierre Bleuse , y la deslumbrante interpretación del barítono Johannes Martin Kränzle , en otro momento un gran Beckmesser para la no menos genial producción que Kosky dirigió en Bayreuth en 2017. Las 'Ocho canciones para un rey loco' solo están al alcance de un cantante dotado de una técnica impecable, capaz de moverse en el ámbito de cinco octavas, y de servir a una exigencia vocal extrema, con recursos que van desde el grito al susurro, la palabra emitida en posiciones inauditas, el canto circulando entre el más violento falsete a la gravedad más profunda. Pero todo ello se descubre tras una introducción musical sobre el oscuro, con el telón bajado, y una vez que aparece Martin Kränzle apenas vestido con un calzoncillo blanco que tiene un algo de paño de pureza en un ser evidentemente desarmado, de cuerpo cansado, gesto esquizofrénico e ideas delirantes. La actuación clama en el terreno del desasosiego y desarma al espectador mientras le mueve por territorios difícilmente compatibles con lo racional. El esfuerzo físico es descomunal, la naturaleza de lo que se expresa raya lo imposible. La actuación de Martin Kränzle, nació el sábado, convertida en una referencia de la obra pues es difícil encontrar un acuerdo tan sensato entre lo que se muestra y la manera en la que se hace. En 'Songs and Fragments' apenas existe un escenario vacío y negro , y un foco de luz blanca que determina el espacio real, a veces abierto a lo general y en ocasiones centralizado en un detalle. A partir de ahí se vinculan las 'Ocho canciones para un rey loco' y los 'Kafka-Fragmente', en realidad cuatro docenas de haikus musicales, de apenas un minuto de duración la mayoría, que Kurtág fue escribiendo sin orden ni objetivo determinado, y sin pensar en su exacto contexto interpretativo. Añadirlos a 'Songs and Fragments' significa convertirlos en escenas 'cuasi' cinematográficas, cada una de ellas dotada de autonomía de afecto, pero todas terminadas en posiciones fijas antes de que el foco se apague para encenderse iluminando un nuevo gesto. En este caso, la artífice escénica es la soprano de origen austriaco Anna Prohaska , quien grabó esta obra en 2022 junto a la violinista Isabelle Faust , y con quien la ha interpretado en varios lugares. La actuación en Aix ha contado con la compañía de la no menos osada Patricia Kopatchinskaja como cómplice necesario en una interpretación también de sobresaliente demanda física.   Se ha dicho que los 'Kafka-Fragmente' son 'trozos de papel arrugado' por lo que tienen de pensamiento fortuito (con independencia de la depurada elaboración de todos ellos), pequeños mundos idiosincrásicos que Anna Prohaska interpreta con una convicción indiscutible pero también con una poso de retraída intelectualidad muy distinta a la entrega incondicional y vívida Kränzle. Quiere esto decir que su mundo está más cercano al retratista y no tanto al visionario. Al margen de que la obra de Kurtág sea un mundo más abierto y ambiguo, cercano a tantas cosas imposibles de definir de manera académica. Los 'Kafka-Fragmente' son ante todo una especie de confesión que Kosky apura desde el llanto a la caricatura. Él, explícitamente gay y judío, no ha dudado nunca en ironizar sobre todo ello. También lo hace sobre esto último en esta escenificación de la que se derivan tantas referencias y tan distintas maneras de abordarlas, sin encaje de tiempo ni contexto concreto. Con la sola ayuda de una cantante dispuesta a la acrobacia y una violinista instalada en una parte alta del foso mientras convierte su actuación en un espejo gestual. La poderosa energía que se desprende de 'Kafka-Fragmente' y la arrolladora voracidad de las 'Ocho canciones para un rey loco' otorgan a 'Songs and Fragments' el privilegio de ser portavoz incuestionable de la debilidad humana.

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