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Por qué el Partido Laborista británico no es como el Frente Popular francés

En una época de ascenso electoral de la extrema derecha, en dos de los países más importantes de Europa acaban de ganar las elecciones dos formaciones políticas de izquierdas: el Partido Laborista en el Reino Unido y el Nuevo Frente Popular en Francia. El caso británico es todavía un hito mayor porque los conservadores llevaban 14 años gobernando. Todo ello ha provocado una cierta sensación de alivio frente al citado auge de la extrema derecha en buena parte de Europa, y también ha despertado una comprensible ilusión en las izquierdas. “Por fin se revertirán las políticas regresivas de los conservadores y por fin se aplicarán políticas progresistas y de justicia social”, se dice. Sin embargo, todo apunta a que esto desgraciadamente no será así en el caso del Reino Unido; allí difícilmente veremos la aplicación de políticas progresistas.

Para entender esto es importante recordar, en primer lugar, que la actual dirección del Partido Laborista pertenece a una facción distinta a la de Jeremy Corbyn, quien se hizo famoso precisamente por mantener un discurso mucho más escorado a la izquierda de lo que habían mostrado los últimos gobiernos laboristas, especialmente haciendo una crítica mordaz a las políticas de austeridad que se comenzaron a aplicar duramente tras la crisis del año 2008. Una crítica que hace tiempo abandonó la actual dirección del partido, motivo que explicó parcialmente el abandono de Corbyn, quien repetidamente ha afeado a los laboristas que hayan abrazado el discurso de la austeridad.

Y es que no perdamos de vista cuál es la primera y principal promesa electoral de la formación que lidera el laborista Keir Starmer: “Proporcionar estabilidad económica con reglas de gasto estrictas, para que podamos hacer crecer nuestra economía”. Se trata de un posicionamiento claro y frontal a favor del cumplimiento de estrictas reglas fiscales que abocan a la reducción del déficit público aplicando austeridad (aumentando impuestos y/o recortando gasto público). Es justamente lo contrario de lo que enarboló Jeremy Corbyn no hace tanto tiempo. Y también justamente lo contrario del discurso del Nuevo Frente Popular de Francia, en cuyo programa electoral podemos leer literalmente: “Rechazar las restricciones de austeridad del pacto presupuestario europeo”.

No descubro nada nuevo si señalo que no se pueden aplicar políticas valientes y verdaderamente progresistas si éstas se supeditan al cumplimiento de absurdas y anticientíficas reglas fiscales. Lo que ha permitido que las crisis derivadas de la pandemia y de la energía no hayan sido tan lesivas para el crecimiento económico y el bienestar social ha sido precisamente la suspensión temporal de dichas reglas fiscales. Si no se hubiera hecho tal cosa, ahora mismo nuestras economías estarían muchísimo peor, tal y como ocurrió tras la crisis del año 2008 por culpa de las políticas de austeridad aplicadas.

Y como muestra un botón: la quinta promesa más importante de Keir Starmer durante su campaña electoral consiste en contratar a 6.500 nuevos profesores. Relativicemos esta medida para poder valorarla bien: 6.500 nuevos profesores en un país de 70 millones de habitantes y 25.000 escuelas supondría contratar solamente un nuevo profesor en uno de cada tres centros escolares. Parece una broma, habida cuenta de los dolorosos recortes que ha sufrido la educación pública en el Reino Unido durante los últimos años, pero no lo es; es simplemente el resultado coherente de plegar tu programa de gobierno al cumplimiento de estrictas reglas fiscales.

Pero… ¿cómo es posible que haya cambiado tanto el Partido Laborista y que ahora abrace sin pudor algo que en el resto del continente europeo sólo defienden ya las derechas? Pues sin duda por el trauma social y económico que sufrió el país hace dos años por las políticas de Liz Truss, quien sólo duró 42 días como primera ministra. Recordemos que nada más llegar al poder, Truss redujo profundamente los impuestos a las grandes fortunas y aprobó potentes subsidios de energía a las familias británicas, lo que hizo saltar las alarmas en los mercados financieros por el previsible incremento del déficit público.

La prima de riesgo del país se disparó, los fondos privados de pensiones estuvieron a punto de quebrar (fueron rescatados por el Estado), y la primera ministra se vio forzada a dimitir. Un terremoto económico y político del que tomaron buena nota los laboristas, integrando desde entonces en su discurso la idea central de “estabilidad económica y financiera”, con el claro objetivo de asegurarles a los votantes que a ellos no les ocurrirá lo mismo que a Truss. Buena parte de la campaña de Starmer se ha basado en señalar los errores económicos de los gobiernos anteriores, pero desde una perspectiva ortodoxa: “no hay dinero”; “hay que ser responsables”, etc. Han caracterizado constantemente al partido conservador como el caos económico, y ellos se han presentado como un renovado partido laborista que será garante de la estabilidad económica y de la solvencia financiera.

Pero esta estrategia no es sino el resultado de un mal diagnóstico económico. El problema de Truss no fue elevar intensamente el déficit público, porque eso se hizo en todos los países del planeta durante la crisis de la pandemia y de la energía; el problema fue que el banco central de Inglaterra no respaldó sus políticas fiscales comprando deuda pública británica (a diferencia de lo que hicieron el resto de los bancos centrales). Fue una decisión política por parte de los dirigentes del Banco de Inglaterra que bien podría haber sido otra. Los laboristas lo entendieron mal, y ahora creen que controlar y reducir el déficit público es el camino para lograr la estabilidad económica. O quizás lo entendieron bien, pero creen que el trauma social provocado es tan doloroso que no pueden desligarse del discurso de la sostenibilidad financiera, quién sabe.

Sea como fuere, lo único que está claro es que mientras el nuevo gobierno laborista priorice el cumplimiento de absurdas y anticientíficas reglas de gasto público, será imposible que puedan aplicar políticas económicas y sociales verdaderamente progresistas, por lo que no se diferenciará mucho de los anteriores gobiernos conservadores.

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