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¿Cómo sonó el Big Bang? Una exposición aborda la relación entre la música y las matemáticas

¿Cómo sonó el Big Bang? Una exposición aborda la relación entre la música y las matemáticas

¿Cómo suenan los planetas? ¿Las galaxias hacen música? ¿Cúal fue el sonido del Big Bang? No hay grabaciones ni testigos, pero con ayuda de las matemáticas podríamos llegar a saberlo. A pesar de que las matemáticas suelen ser una de las asignaturas más suspendidas, como se demostró en las pruebas PISA, el museo Cosmocaixa de Barcelona las reivindica como una disciplina apasionante y propone abordarlas desde la relación que tienen con la música.

‘MateMiFaSol. Un viaje sonoro del caos al cosmos’ es una exposición dinámica, interactiva y acompañada de audiovisuales que explica cómo las matemáticas están presentes en todos los aspectos de la música, desde la física del sonido hasta los ritmos y la percusión. Usa ejemplos que van desde obras clásicas a canciones pop para aproximar su relación intrínseca al visitante. Sus instalaciones se podrán visitar hasta el 12 de enero de 2025 y también contarán con talleres para los más pequeños, conferencias, conciertos y visitas guiadas. 

“Llevamos desde el año 1981 trabajando para mostrar que la interacción y la participación del público es fundamental para el aprendizaje”, explica Valentí Farràs, director del museo. Con esta exposición el equipo espera que, a través del juego se pierda el miedo a las matemáticas y que se puedan convertir en un herramienta para disfrutar más de la música. “Es un fundamento matemático el que hace que se despierten en nosotros sonidos que consideramos agradables”, explica la profesora de historia y filosofía y asesora de la exposición, Magda Polo.

El proyecto también ha sido asesorado por otros especialistas como el divulgador, músico y arquitecto Carlos Calderón o Michael Bradke, artista con una amplia trayectoria en la creación de elementos interactivos.

Aparato interactivo de la exposición MateMiFaSol

Una exposición matemáticamente musical 

Una sola cuerda empezó una revolución en la forma de comprender la música occidental. Alrededor del siglo VI a.C., Pitágoras, con su profundo conocimiento de las matemáticas, pudo demostrar que las notas musicales se rigen por proporciones exactas. Lo hizo con un monocordio, un instrumento que consta de una sola cuerda tensada encima de una caja de resonancia. Pese a su simplicidad, de ese único filamento se podían sacar todas las notas musicales. Ese descubrimiento creó un vínculo entre arte y ciencia que cambió la forma de entender ambos campos. 

A pesar de que los siglos han pasado, esa observación pitagórica no ha quedado desfasada, al contrario; cualquier instrumento de cuerda se rige por ese mismo principio. El más obvio podría ser un piano de cola, con su caja de forma curvada, donde se puede apreciar cómo cada tecla y cada nota equivale a una longitud diferente de las cuerdas que percuten. Pero también se aplica a otros como las guitarras, los chelos, las violas, los contrabajos y los violines.

En la escala musical hay siete notas y siete partes tiene esta exposición del Cosmocaixa. Cada una de ellas tiene un color asignado, en una especie de homenaje al compositor del siglo XX Aleksandr Skriabin, que sentía fascinación por la sinestesia (la capacidad de mezclar diversos sentidos que hace que, por ejemplo, se asocien sonidos con colores). Y, como no podía ser de otra manera, el nombre de las partes corresponde a un número. 

Este recorrido, que cuenta con aportaciones de física, historia, filosofía, biología, medicina y estética, inicia con el número 0 que es el silencio. Con una de las obras experimentales más conocidas de la música contemporánea, ‘4 minutos 33 segundos’ de John Cage, el visitante reflexiona sobre qué es sonido y qué es silencio. También sobre el nacimiento de este, que podemos localizar en el Big Bang. 

Luego se abre la sección 0,00002, que es el número de los pascales mínimos que los humanos podemos percibir: el equivalente a un grano de arena cayendo en un plato. A través de este punto inicial, la sala invita a entender cómo escuchamos, qué factores biológicos nos lo permiten y cómo separamos el ruido del sonido.

Tras este apartado, viene la sección 1. Este número se inspira en la única cuerda con la que dividió las notas Pitàgoras en su monocordio e invita al visitante a viajar por la historia y la estética de la música. Desde el nacimiento de los instrumentos a la proporción áurea en la música.

Representación del sonido dentro de un tubo a través del agua

Los 440 hercios que titulan la siguiente fase de la exposición viene de la vibración de la nota ‘La’ que se usa para afinar los instrumentos. Allí se exhiben distintas representaciones de los sonidos, desde arena que toma la forma de las ondas sonoras que recibe hasta las vibraciones del agua.

Posteriormente se pasará al apartado 1607, que celebra el año de creación de la primera ópera y reflexiona sobre el papel de las matemáticas en la composición. Esta parte, que disfruta de el más llamativo despliegue de elementos interactivos de toda la exhibición, invita a los participantes a crear música de distintas formas y a través de tres ejes: la aritmética del ritmo, la geometría de las melodías y la lógica de la armonía. Desde bicicletas que impulsan mecanismos musicales hasta pantallas donde crear ritmos y composiciones propias. 

Bicicleta que acciona varias campanas tubulares creando una melodía

Antes de llegar a la última sala, la exposición presenta el apartado 100.000, que es la cantidad aproximada de latidos diarios del corazón humano. En esta sección la exposición aporta una perspectiva fisiológica sobre el efecto de la música en el cuerpo humano así como aportaciones de bioacústica (la ciencia que estudia los sonidos de la naturaleza) y la zoomusicología (que estudia la música de los animales no humanos). Una de las más destacadas partes de esta sección es un escáner que simula el sonido interno de la persona que se coloca enfrente. Lo hace representando visual y auditivamente los latidos del corazón, el ruido de las tripas y otros sonidos que surgen del cuerpo humano. 

Y al final aguarda la sala del infinito, donde se reflexiona sobre el plano metafísico del sonido y los números con una sala inmersiva dedicada a la obra del astrónomo Johannes Kepler sobre la música de las esferas. Sentado en un asiento central que simboliza el sol, el visitante verá la recreación del sonido que Kepler calculó para cada órbita planetaria. Los astros más grandes y con órbitas más lentas generan un sonido grave, mientras aquellos más rápidos ocupan las melodías de las voces sopranos y mezzos. Todos ellos sonando a la vez para representar el sonido del sistema solar.

La exposición ‘MateMiFaSol’ prevé alcanzar unos 300.000 visitantes durante el periodo de 6 meses que estará en las instalaciones del Cosmocaixa, unos 2.000 por día. Posteriormente hay intención de que viaje fuera de Catalunya e incluso internacionalmente. 

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