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Estopa hace historia en Barcelona: cumpleaños total y superhéroes de la rumba por aclamación popular

Abc.es 

En línea más o menos recta, solo veinte minutos de coche separan Cornellà, el bar la Española y el picoteo Can Domingo del Estadio Lluís Companys, pero David y José Muñoz han tomado un larguísimo y necesario desvío, la vida misma, antes de completar el camino y convertirse en el primer grupo de aquí (El Último de la Fila lo hizo en 1990, pero junto a Tina Turner) en lograr semejante hazaña. De la fábrica a la cima de las listas de ventas y del Baix Llobregat al Olimpo de la música popular. Casi nada. Veinticinco años, nueve discos y, ahora sí, por primera vez en Barcelona, todo un estadio olímpico a sus pies. Con sus entradas agotadas en cuestión de minutos, sus 60.000 personas convertidas en coro palmero de récord Guinness y su casa, su barrio, a un tiro de piedra. «Yo he venido aquí a ver a Coldplay, a Madonna… ¡a Bruce! ¡Me voy a pensar que soy yo Madonna!», bromeaba un David entre nervioso e hiperexcitado, qué menos, horas antes del concierto de sus vidas. Y, vale, puede que no sean Madonna, pero también hicieron esperar al público un buen rato (40 minutazos de nada; había que amortizar el gasto en pulseras luminosas y esperar a que anocheciera un poco) antes de irrumpir en el escenario en modo apisonadora rumba-rock para celebrar por todo lo alto, hasta el infinito y más allá, su 25 aniversario. «Estamos jugando en casa y no podemos perder ni empatar», dijo David. Así que ojillos de victoria y conquista, un abrazo a su hermano José, y a partir la pana. A ganar por goleada rumbera y regalarse unas bodas de plata las que no se olvidan. «Bruce Springsteen esto no tiene huevos de hacerlo», se choteó el cantante mientras se sentaba en un poyete «arrancado directamente de Cornellá» y abría una cerveza por «exigencias del guion». »Un guion que hemos escrito nosotros», puntualizó. Dentro risas. Minutos antes, aún con luz del sol, jaleo fenomenal en la pista, sonido de hormigón armado, y todas la gradas de pie desde el primer arreón de 'Tu calorro'. «Me he quedado afónico en la segunda», dijo David justo después de, en efecto, dejarse la garganta en 'Cacho a Cacho». Sólo que de afónico nada. Por delante aún le esperaban más de dos horas y media de exaltación flamenca, rumba canalla y arrebatos hard-rock. El camino más corto, también el más divertido, para ir de Los Chichos a Extremoduro. Si estaban nervioso, lo disimularon la mar de bien, y para cuando atacaron 'Ké más nos da', una de las 'nuevas', el estadio ya parecía el salón de su casa, el bar de la esquina. «Como el guion lo hemos hecho nosotros, nos hemos hecho un bar», insistieron con la segunda cerveza en la mano y un par de cajones flamencos disparando las revoluciones. Faltaban cinco minutos para las once de la noche, sonaba 'El del medio de Los Chichos' y el Lluís Companys se había caído ya unas cuantas veces. «Este concierto no lo vamos a olvidar en la vida», aseguró David. Y por más que lo intentaran, tampoco podrían: no todos los días planta uno bandera en la montaña mágica de Barcelona mientras 60.000 personas persiguen al trote el ritmo de 'Malabares' y otras tantas pulseras se iluminan y cambian de color como un ejército de luciérnagas enloquecidas a media que avanza 'Tragicomedia'. Ante ellos, a sus pies, una armada de brazos en alto para llevarlos en volandas durante toda la noche, aplaudir a rabiar la exhibición de Chonchi Heredia en 'El run run' y servir palmitas a medio tiempo entre la humareda fumeta de 'Poquito a poco'. Momentos escogidos de una noche de calor sofocante, fogosa rumba catalana (no faltó 'La rumba del Pescaílla') y selección de una treintena de favoritas gravitando alrededor de su ya legendario primer disco, el que convirtió a dos chavales de barrio y cadena de montaje en fenómeno de masas. La diferencia, aún hoy es notable: gargantas ajadas y apasionados coros a capela para 'La raja de tu falda', locura comedia y ordenada cuando lo que suena es 'Cuando amanece'. Pero tampoco pasa nada, porque donde no llegan las canciones lo hacen, sobrados de gracia, salero y cachondeo, los hermanos Muñoz. El secreto del éxito, en este caso, son ellos: subidos en el capó de este SEAT Panda rojo que apareció en escena en 'Camiseta de Rokanrol', quitándole el freno de mano a 'Me falta el aliento' o con José quedándose a solas con 'Ya no me acuerdo', momento de aclamación popular para el menor de los Muñoz. Siempre con la juerga mayor como objetivo final y se diría que con la necesidad de pasárselo en grande para alegrarle la vida a la gente aunque sea por contagio, se reservaron para el final el músculo de 'Pastillas de freno' y 'Fuente de energía'; pusieron a todo el mundo a brindar, lo de menos era que nadie tuviese copas, con 'Paseo'; y se regalaron una tanda de bises de altura. Primero, imágenes de archivo de 1999, kilómetro cero de la mitología de Estopa y año en que despegaron oficialmente desde Cornellà al mundo; después, la fiesta y el desmadre. El turbo de 'Vino tinto', el romanticismo callejero de 'Ojitos rojos', 'Me quedaré' caldeando los ánimos y 'Como Camarón' cerrando por todo lo alto una noche irrepetible, O tal vez no, Porque mientras se convertían en superhéroes de la rumba por aclamación popular, David fantaseaba con inaugurar el nuevo Camp Nou. Todo llegará.

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