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Kamala

Kamala Harris llega a la arena electoral y debe revolucionar una contienda y a un país. De lograrlo marcará un antes y un después en la historia de los Estados Unidos al convertirse en la primera mujer indio descendiente (madre), en gobernar la principal potencia del mundo, aunque también tiene sangre jamaiquina, es decir, afrocaribeña (padre). De no hacerlo, dejará en manos de un antihumanista, nuevamente, las riendas de un país bajo múltiples presiones.

Por lo pronto, lleva en mano la llave de la suerte. Con recaudaciones históricas en apenas un día, y una trayectoria implacable como fiscal, senadora y vicepresidenta, posee la armadura necesaria. Le tocó saltar, bajo circunstancias impredecibles, a lo más alto para buscar ejecutar “al arte de gobernar a los hombres con su consentimiento”.

Las características de la democracia estadounidense exigen diversos elementos para ascender al parnaso político. En primer lugar, el apoyo de las cúpulas: delegados demócratas o republicanos, empresariales (Alexander Soros o Elon Musk), políticos… para después desplegar un engranaje electoral en busca del voto popular.

Kamala Harris, para haber dado este crucial paso, no solo requirió del beneplácito del saliente Joe Biden, sino de dos operadores y cuasi símbolos de fe entre los demócratas: su amigo y mentor, Barack Obama, y la mujer que mueve los hilos bajo el agua de los escalafones partidistas, Nancy Pelosi, quien otorgó su respaldo a Kamala “optimista e ilimitado”, para evitar divisiones internas y un apoyo “entusiasta”, cuasi filosófica al hacerlo “oficial, personal y político”. Es decir, en nombre de todos los demócratas, estén o no de acuerdo.

En 2016, cuando Harris asumió su puesto en el Senado utilizó una frase que bien podría ser el eje de su próxima campaña: “nuestra diversidad es nuestro poder”. Muy probablemente será la esencia de su bandera política: las minorías que se han ido posicionando en sectores definitorios en la sociedad: migrantes, mujeres, grupos de la diversidad sexual, jóvenes sin empleo, familias desahuciadas por las diversas crisis que han menguado su futuro, los promotores que luchan contra el cambio climático.

Kamala Devi Harris tiene casi 60 años, nació el 20 de octubre de 1964 en Oakland, California. En 1986 se licenció en Ciencias Políticas y Economía por la Universidad de Howard. En 1989, obtuvo el Juris Doctor. En 2011 se convirtió en la primera fiscal general de California y en 2020, también en la primera vicepresidenta mujer de Estados Unidos, además de ser de ascendencia asiática y afroamericana. Está casada desde hace 8 años con el abogado judío, Douglas Emhoff, quien nació en Nueva York. De ganar la presidencia Kamala Harris, se le podría llamar a su marido, “primer caballero” de la nación, un título nunca utilizado. Él ha sido un activista incesante en brindar apoyos a su pareja, logrando un buen equilibrio entre el ser discreto y visible en actos públicos.

No es la única de su familia que se ha involucrado en actividades políticas. Su hermana, Maya Harris, fue asesora en la campaña de Hillary Clinton, quien precisamente perdió contra Donald Trump en 2016. No obstante, Kamala, ya había sido considerada por analistas como una mujer con el potencial suficiente para ser presidenta. Un artículo publicado por The New York Times en 2008, enumeró una lista de mujeres bajo ese perfil. De Harris, afirmó que tenía una reputación de ser una “luchadora dura”. El 21 de enero de 2019, anunció por primera vez y de forma oficial, que buscaría la candidatura demócrata para la presidencia de los Estados Unidos.

Para ese entonces, sufrió ataques sexistas y racistas durante la contienda interna demócrata. Finalmente, el 3 de diciembre de 2019, decidió abandonarla, argumentando “escasez de fondos”. En marzo de 2020, Harris respaldó a Joe Biden, quien derrotó a Donald Trump por una diferencia de apenas 4.5% sufragios.

Pero, qué tendría que suceder para que Kamala Harris se posicione después de una campaña cargada de altos decibeles que van desde un atentado fallido, hasta una declinación por incapacidad física para seguir gobernando. De inicio quitarse la semblanza de ser la “suplente”. Tiene que revertir esa sensación de que si Biden no se hubiera salido de la contienda, ella no estaría en la pista electoral actual.

No obstante, aunque muchos opositores desmeritarán su trayectoria, cuenta con un perfil determinante para competir. Más bien, los demócratas se tardaron en reconocer que Biden ya no podía seguir un periodo más. No debieron esperarse hasta el estrepitoso debate que marcó su declive definitivo.

Ahora, Kamala Harris y su equipo de campaña tienen que hacer un sprint inicial para emparejar a un Trump incontenible en sus mentiras y bravuconadas. Cuando Hillary Clinton perdió ante Donald Trump en 2016, Kamala ganó al mismo tiempo una senaduría. Un puesto muy relevante que sin duda la catapultaría para estar donde se encuentra en estos momentos.

En ese momento, bajo el agridulce sabor de sentirse triunfadora, pero al mismo tiempo decepcionada por la victoria de Trump, dijo: “En esta ocasión, la batalla era por el alma de nuestra nación”. Por fin, llegó su momento.

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