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Disney pierde la inocencia pero gana un taquillazo con 'Deadpool y Lobezno'

Abc.es 

Era el superhéroe que no merecía una película y, de repente, es el que el mundo necesita. Alguien sin responsabilidad a pesar de tener un gran poder, capaz de burlarse de lo prohibido, de llamar a las cosas por su nombre, de romper, con la cuarta pared, la timorata fachada de Disney a base de bromas escatológicas, violencia explícita y hasta necrofilia. Reconvertido en el mesías de Marvel, es Deadpool, deformado, malhablado, soez, gamberro y, para colmo, inmortal, el encargado de resucitar un universo tan exprimido que parecía agotado. No hay misión que se le resista a la licra del mercenario bocazas, el único capaz de reírse de todo, hasta del canon, y de lograr lo imposible, que ría Lobezno… y que la nostalgia no canse. Después de su muerte en 'Logan', Hugh Jackman parecía haberse despedido del esqueleto de adamantium para siempre, pero decidió sacar las garras una vez más y desemopolvar el traje amarillo de los cómics. «'Logan' fue una maravilla y el final más digno para el personaje, pero esta película es respetuosa con ese legado porque cuenta una historia diferente. Hugh Jackman reconoció la oportunidad de lo que podía salir al tener acceso ilimitado a la mitología del universo cinematográfico de Marvel y con todas las posibilidades del multiverso», asegura Shawn Levy, que asume la dirección de esta película después de que Ryan Reynolds, alter ego de Deadpool y su más apasionado valedor, le dijera que sin él no volvería a ponerse el traje rojo y a coger las katanas. Si la muerte, incluso la más honorable del género, puede ser mancillada, también la desaparición de Fox, antigua casa del superhéroe y aquí muy presente como el blanco principal de todas las chanzas. Todo final es un principio o, al menos, una nueva oportunidad en 'Deadpool y Lobezno', un cóctel imposible que, sin embargo, encaja. «Para hacer la mejor película de Deadpool necesitábamos libertad, utilizar el tono que quisiéramos. Me sorprendió que Disney no intentara limitarnos», reconoce el cineasta. No hay tabúes en 'Deadpool y Lobezno'. El superhéroe bocazas pervierte cualquier código moral, tan ágil para decapitar a un enemigo como para reírse, con buen gusto pero malas palabras, de lo que sea. Eleva la perversión sexual a otra dimensión, cosifica hasta el cáncer y le da una patada a la corrección política. En su sarcástica brutalidad, explora un terreno vedado en una época en la que lo que no tiene coto, que es casi nada, ni existe. «Es un tema candente esto de que la comedia debería tener límites, pero la base de la comedia es su capacidad para sorprender, y si todo se vuelve demasiado limitado por la cortesía o por el miedo a las palabras, la comedia se vuelve más cuerda y menos divertida. La única petición que nos hizo Kevin Feige fue que no hubiera muchas escenas de cocaína, y la primera broma que hicimos fue, precisamente, sobre cocaína. Era el recordatorio de que Deadpool ofende a todos por igual y nadie está realmente a salvo. Nunca es mezquino, pero todo es ilimitado. Hay una audacia cómica que es muy agradable», dice, riendo, el cineasta, que también produce y coescribe la película junto a Ryan Reynolds. Más que ilimitado es incontenible, pero con sentido. Con cameos, por fin, justificados, igual que la acción, espectacular sin que canse. 'Deadpool y Lobezno', que se estrena este 25 de julio, es excesiva e indecente pero audaz. «La falta de complejos de Deadpool le da libertad para hacer cualquier cosa y eso permite a la gente disfrutar de comportamientos que están prohibidos en la vida real. Aquí hay dos héroes que también son antihéroes, y nos gustan porque sus imperfecciones reflejan las imperfecciones humanas», reflexiona Levy. La casa de Mickey Mouse se entrega, como Lobezno, al peor de todos los superhéroes. Pierde la inocencia, cae en el lado oscuro y colma ese término tan manido del placer culpable con algo que parecía de otra época, un presumible taquillazo.

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