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El lunes siguiente (démosle un chance a la paz)

Escribo estas líneas faltando apenas 72 horas para que tengan lugar los comicios presidenciales. Lamentablemente los mismos han estado marcados por numerosas irregularidades, sin que, por cierto, se haya oído el silbato del árbitro, el CNE, y mejor no hablemos del mutismo, por decir lo menos, de los otros poderes. Una sociedad harta Estamos, sin […]

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Escribo estas líneas faltando apenas 72 horas para que tengan lugar los comicios presidenciales. Lamentablemente los mismos han estado marcados por numerosas irregularidades, sin que, por cierto, se haya oído el silbato del árbitro, el CNE, y mejor no hablemos del mutismo, por decir lo menos, de los otros poderes.

Una sociedad harta

Estamos, sin duda, ante unas elecciones cruciales. En efecto, el país lleva al día de hoy, un cuarto de siglo transitando sobre los rieles de una grave crisis política, que repercute en todos los escenarios de la vida social, mostrando abiertamente la precariedad en la que se desliza la vida del venezolano de a pie. Los informes sobre la situación nacional explican y cuantifican una sociedad colapsada, y no es desmesura describirla así.

La población está harta de la situación que la agobia. No es cuestión de que lo digan las encuestas, sino de respirar el aire de la calle.

La política en el siglo XXI

Nuestra crisis tiene lugar en medio de lo que muchos han denominado un “cambio de época” y otros han preferido caracterizarlo como una “crisis civilizatoria”, vistas las características y la profundidad de los giros que está dando el planeta, en función de otras claves que precisan de otros códigos para entenderlo y enrumbarlo.

En lo que respecta a la política, la democracia colapsa en todas partes. Los informes al respecto coinciden, entre otras cosas, en que los ciudadanos sienten que no es eficaz en la resolución de sus problemas.

Han emergido el populismo, la polarización y la posverdad, las tres P, como las ha graficado Moisés Naím. El populismo, disfrazado de “democracia directa”, ha tomado las riendas políticas del mundo, al igual que la polarización, que ha consagrado la sociedad dividida entre un “nosotros” contra “ellos/los otros”, convirtiendo la política en un juego de supervivencia y de suma cero. Por otra parte, la posverdad establece la ruptura entre hechos y consecuencias, al negar y distorsionar los primeros y transformar la política en un espacio inesperado, dibujado por “verdades alternativas”

Adicionalmente, la política ha asumido un carácter global. Como ha señalado, entre otros,  el filósofo polaco Zygmunt Bauman: “…ya no existen asuntos extranjeros; todo se ha convertido en doméstico. Se han acabado las grandes distinciones entre el afuera y el adentro, entre lo propio y lo ajeno”. Se trata del surgimiento de una política más allá de los límites nacionales, que “permita a toda la humanidad vivir conjuntamente en un planeta compartido”. Lo anterior supone, por tanto, la reinvención del Estado Nación.

En semejante contexto, emerge la “digitalización”. Varios autores coinciden en que los tres elementos que modificarán la política de este siglo son los sistemas cada vez más inteligentes, una tecnología más integrada y una sociedad más cuantificada (…). Se trata de un tema que no puede dejarse de lado a la hora de calibrar la crisis política venezolana, pero que no me es posible abordar en estas cuartillas.

La revalorización de la política

El domingo 28 tendremos, pues, una cita con los centros de votación. Cumpliremos así con un requisito de enorme importancia, pero que no alcanza por sí solo para disolver las dificultades y conflictos que nos atosigan. Debemos entenderlo, entonces, como un primer paso y convertirlo en el inicio de un nuevo ciclo histórico para el país.

Para ello hay que revalorizar la política, engavetada desde hace demasiados años. Dice un buen número de autores, incluyendo a Perogrullo, que ninguna sociedad puede funcionar si carece de opiniones comunes, afectos comunes, intereses comunes y que para eso existen las instituciones, entendidas como las reglas del juego, ineludibles para garantizar la convivencia y dar un marco de certidumbre a la sociedad.

En este sentido cabe indicar, que el nuestro es un país institucionalmente precario, débil respecto a los valores, las organizaciones y las reglas que se construyen con el propósito de normalizar, ordenar y asegurar la convivencia social. En muchos ámbitos hoy en día la sociedad la funciona, si se me permite el exceso verbal, en “modo caimanera”.

A partir de las elecciones hay que abrirle otras perspectivas al país. Los acuerdos son imprescindibles e implican recuperar la política para que se produzcan las negociaciones sobre la base de la identificación de los límites del espacio común, del reconocimiento y la regulación de las diferencias que nos separan a unos de otros, sabiendo que no hay otra ruta para tejer la concordia social que no sea una visión compartida y de largo plazo, viable gracias a la creación de una nueva institucionalidad.

Como se ve, tenemos por delante, la inaplazable tarea de recuperar la política como medio para enderezar los desacomodos que nos rodean. Es esta una tarea que nos conviene a todos, a unos y a otros. En ella apostamos nuestra vida, que es irremediablemente común.

Démosle, pues, un “chance a la paz”, como podría haber dicho John Lennon. ¿Es mucho pedir?

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