El arresto como última baza de Puigdemont para evitar el apoyo de ERC a Illa
Entre 1.500 y 2.000 personas , en su mayoría jubilados, acompañaron la mañana de ayer a Carles Puigdemont en el enésimo anuncio de su regreso a España. Esta vez añadió «le pese a quien le pese», usando una expresión catalana -«peti qui peti»- bastante más vulgar. El expresidente dijo que esperaba que «las autoridades eviten una detención que sería arbitraria » y que «los jueces tienen la obligación de aplicar las leyes que aprueba un Parlamento democráticamente elegido». En la pequeña localidad francesa de Els Banys i Paladà, con la mayoría de los hoteles cerrados y abandonados, con los bares decaídos, sucios y sin aire acondicionado, Puigdemont se ratificó en la promesa de su retorno inminente a España , cuando se celebre el próximo debate de investidura, y ha dicho que «sólo un golpe de Estado» le impedirá estar en el Parlament. El expresidente repasó la singladura de Junts y se quejó de la inversión del Estado en Cataluña comparada con la de Madrid. Cargó contra los jueces Marchena y Llarena -a los que comparó con Armada y Tejero y les llamó «la toga nostra»- y contra la figura de Salvador Illa. El animador presentó el acto como «la fiesta de verano de Junts en el cuarto aniversario de su fundación». Lejos quedan los tiempos en que el expresidente podía reunir a 150.000 personas de todas las edades, como logró en 2020 en Perpiñán pocas semanas antes de que el mundo se parara por la pandemia del Covid. En estos cuatro años el partido no ha sido capaz de ganar ninguna de las elecciones importantes a las que se han presentado, con la excepción de Xavier Trias al Ayuntamiento de Barcelona, aunque tampoco consiguió ser alcalde. La tensión política en Cataluña ha disminuido y el independentismo, fragmentado y peleado, y cada vez con menos apoyo electoral, ha visto cómo la moderación le ganaba terreno y cada vez menos catalanes se declaran independentistas en las propias encuestas de la Generalitat. No por casualidad el de ayer fue un acto más nostálgico que realista, como si el pasado volviera descafeinado y en versión miniatura. El agobiante calor, los discursos largos y sin demasiado sentido y un público mayor y cansado no ayudaban a creer en el futuro. Ni siquiera la insistencia de Puigdemont en la promesa de su retorno -que está por ver si finalmente cumple- destapó la euforia en el ambiente. El espíritu de ayer en el patio trasero del Teatro de la Verdura se pareció más al almuerzo popular que tuvo lugar tras los discursos que al principio de una nueva revolución por la independencia de Cataluña. La alcaldesa del pueblo habló primero, con un bonito y frágil catalán afrancesado. Comparó a España con el Jurassic Park e instó a los presentes a defender a Puigdemont «con las uñas, si hace falta» , cuando regrese a España. A continuación, la expresidenta del Parlament, Laura Borràs, homenajeó al exalcalde de Barcelona, Xavier Trias, también presente en el acto. Reclamó a Esquerra y a la CUP unidad política y pensar en el futuro «sin retrovisor», aunque reconoció que los independentistas tienen motivos para estar cansados. Tras la intervención del senador Josep Lluís Cleries , recientemente jubilado y que contó batallitas de sus años mozos, fue el turno del exalcalde de Barcelona, Xavier Trias, que como su predecesor en el uso de la palabra aprovechó para repasar su trayectoria y se despidió de la política activa con el lema que le hizo famoso cuando Jaume Collboni le ganó la alcaldía: «que us bombin», expresión catalana que se podría traducir por «que os jodan». El secretario general de Junts, Jordi Turull, interrumpió su fervoroso discurso contra el juez Marchena y Salvador Illa, y en defensa de su partido, al sonarle la alarma del móvil. Lo miró y dijo: «la pastilla», e hizo una mueca como de disgusto porque se le hubiera pasado tomarla. Puigdemont se enfrenta, si realmente vuelve a España, a un encarcelamiento seguro por lo menos hasta el día que se celebre el juicio, que en cualquier caso no será antes de cinco o seis meses. El expresidente podría recurrir al Tribunal Constitucional (TC) el auto de prisión del Tribunal Supremo (TS) alegando vulneración de derechos fundamentales, pero aunque Cándido Conde-Pumpido tratara de ayudarle mediante, los recursos y contra recursos tardarían también tiempo en resolverse. Si Puigdemont cumpliera finalmente su promesa de volver, sería la primera vez en siete años. Es cierto que ante la probable investidura de Salvador Illa, la única carta política que le queda a este candidato que ha perdido todas las elecciones autonómicas a las que se ha presentado es provocar su detención para que Esquerra no se atreva a investir a otro presidente y fuerce la celebración de unas nuevas elecciones a las que planea presentarse siendo el líder de una lista unitaria de todos los partidos independentistas. Esquerra sabe que si Illa llega a la Generalitat, la carrera política de Puigdemont está terminada, y es lo que ansía, pero teme que si el expresidente es encarcelado la presión de sus propios votantes se vuelva insoportable. Además, la guerra interna en el partido no contribuye a la calma. «Si cuando están organizados son imprevisibles, imagínate cuando no están organizados», dijo el viernes un ministro socialista sobre lo que puedan acabar decidiendo los republicanos. Otro detalle que planteó dudas sobre el sentido que tiene para Puigdemont pasar por las incomodidades de ir a prisión es que su discurso fue muy autonomista y poco revolucionario. El prófugo marcó como eje básico de Junts mejorar la inversión del Estado, sus apelaciones a la independencia fueron más retóricas que concretas y aunque tanto él como los demás intervinientes dieron en varias ocasiones las gracias a los presentes por su asistencia, era imposible no detectar en el ambiente la tristeza y hasta la preocupación por ser manifiestamente menos. No sólo pocos, o muy pocos, sino tantísimos menos que en otras comparecencias del líder, mucho más tensadas y multitudinarias. El cansancio al que se había referido Laura Borrás en su discurso, y la desmovilización reflejada en la escasa concurrencia, y en sus decadentes características, ponían en duda que hasta la supuesta épica de un retorno con detención y encarcelamiento pudieran dar un vuelco al estado de ánimo en el independentismo. Las negociaciones entre Esquerra y el PSC avanzaban a buen ritmo hasta entrar en el detalle los últimos flecos, que ha complicado un acuerdo que de todas maneras continúa siendo posible. Los republicanos necesitan una baza que sus bases puedan entender como contrapartida para investir a Illa. Tanto Marta Rovira como Oriol Junqueras quieren acabar con la vida política de Carles Puigdemont pero necesitan hacerlo sin enfadar a sus votantes más emocionales. De ahí que los negociadores republicanos intenten hasta el final presionar al PSC para arrancar las máximas concesiones posibles. Se espera para la semana próxima conocer la decisión de la dirección del partido sobre la investidura , y que en pocos días la sometan a la consideración de sus aproximadamente 9.000 militantes. En caso de producirse, la sesión debería tener lugar entre la primera y la segunda semana de agosto. Más allá de decir que estaría presente en el debate, Puigdemont no desveló en qué momento exacto ni qué día piensa regresar a España y aunque advirtió a los asistentes de que no deben «lamentarse o llorar», sino que han de cargarse de energía y «capacidad de respuesta», tampoco específico cómo ni dónde espera que lo hagan.