Nadal firma un emocionante epílogo en París
Tenía que ser la Philippe Chatrier el escenario de un adiós sentido, triste, doloroso. El de una figura que ha honrado el deporte, el tenis y esta pista en particular. Que Nadal no se quiere ir, que quiere tiempo para repensarse, para reconstruirse, que no le ha dado tiempo a medir la recuperación de la cadera con la competición, que será él quien diga si el punto es seguido o final, pero no puede evitar que la grada sienta este partido como el último tributo que podrán realizarle en París, con todo lo que ha sido París para él, con todo lo que es para París. No hay «nos vemos al año que viene» y todo es una incógnita, pero la ausencia es demasiado real cuando desaparece por el túnel acompañado de Carlos Alcaraz, sin medalla, sin el final que quería el mundo. Ram y Krajicek son los antagonistas de una historia que se consideraba eterna. Es Nadal y con eso se explican tantos partidos a punto de perder, tantos mordiscos que se han saboreado en familia o en la intimidad, que a cada aficionado le ha llegado de forma distinta, pero igual de sentimental. Incapaz el cuerpo de no reaccionar de asombro ante alguno de esos golpes con los que ha acribillado a tantos rivales aquí. Incapaz la cabeza de entender lo que está viendo aunque sean los propios ojos los que lo detecten justo ahí delante. Así se mueve el balear en esta Chatrier, respondiendo a los ataques de los estadounidenses porque siente que están profanando lo que es suyo. Y asiste en la ayuda este incansable, pero dubitativo Alcaraz, doble exigencia sin que padezca ni el asomo del sudor físico, pero sí el emocional, a pesar del bochorno por el techo cerrado. Curioso que en el partido de Roland Garros ante Zverev, también el balear tuviera que lidiar con estas condiciones. Quería regalarse un recuerdo mejor que aquel, y era ilusionante pensar en inmortalizar al balear y al murciano en un oro extraordinario, la imagen de este París 2024. Pero no hay coordinación ni recursos individuales ante los estadounidenses, Rajeev Ram (40 años) y Austin Krajicek (34), que llegaban como números 1 y con cuatro de cinco victorias cuando han jugado juntos en Copa Davis, y se marchan como los malos de la película . La compenetración de los rivales surte efecto al inicio del partido. Atizan con saña al murciano, que hace lo que puede en la red, pero todo le llega al cuerpo. También los nervios y los errores se pagan se pagan con una rotura a las primeras de cambio, y en dobles todo va demasiado rápido y es difícil darle la vuelta. Y más si los temblores atenazan la mano de Alcaraz, que comete dos dobles faltas para que la distancia en el marcador empiece a relucir un runrún colectivo. Murmullos de una extraña resignación con un 2-6, aunque se mantenga la esperanza de que Alcaraz se levante con toda su juventud, y que Nadal sea el Nadal de esta pista, el de retorcer la lógica a placer para encontrar el camino de la victoria entre un bosque inexpugnable de buenos golpes al fondo, presión al que está en la red y un entendimiento estadounidense estudiado y efectivo. Mejor pareja en el segundo set, pendientes de cualquier despiste y de cualquier agujero por el que puedan colarse los estadounidenses. Se sufre, pero están acostumbrados, sobre todo Nadal, que se ha visto en tantas de estas: todos contra él en esta pista en la que ha jugado 117 partidos y ha perdido cuatro hasta hoy. Pero no hay metralla en la derecha de Alcaraz, que choca con su responsabilidad en la red demasiadas veces; y tampoco puede con todo Nadal en esta ocasión, algo pesadas las piernas, plomizo el choque como el día. Si algo tienen es que no dejan de intentarlo, puro espíritu español cuyo mayor exponente es Nadal. Y sacan todo lo que pueden, coraje, valentía, piernas del murciano, batuta del balear, y también el apoyo de una grada llena. Hay 'Vamos, Carlitos esporádicos, es el «Rafa, Rafa, Rafa» lo que hace retumbar las paredes y el techo cuando sacude una derecha que no encuentra oposición para encender una chispa de esperanza. Dadle tiempo, ya decidirá cuándo se va del tenis y de París. Dadle tiempo, que al mundo no le importa que esté un día más aquí. Al contrario, lo estaba celebrando con euforia estos días, con agradecimiento, tributo, rendición. Un homenaje diario ahora que los días ya sí se descuentan como una realidad. Hasta ahora, lo repetía el balear, «me queda menos», pero se sentía tan eterno... Pero se vive este momento con angustia, sobre todo cuando al murciano se le hace un mundo su saque y su derecha, que vuelve a fallar en el momento más inoportuno. Se enzarzan los dos con la jueza de silla por una bola que discuten, pero que no tiene solución: es la rotura para el 4-3 y saque de los estadounidenses. El DJ intenta animar con música de baile cuando se produce el 'break', pero no hay demasiados ánimos. Pone los últimos Nadal, voluntarioso, que no quiere irse, que lo tendrán que echar a empujones, o saques, como hace Ram. La Chatrier tampoco lo quiere dejar marchar, en pie y con ovación con cada punto de este juego de la supervivencia, de creer que sí, aunque se observe que no. Y con la doble falta que comete Krajicek en el juego en el que tienen la victoria. Y con la derecha de Nadal que pone la opción de rotura en manos de los españoles. Y hay un minuto de espera y de silbidos porque nadie quiere que acontezcan los puntos que pueden despedir a Nadal (y a Alcaraz) de esta pista. Firma a lo Nadal su resistencia más brava, tres puntos de break, dos puntos de partido y se hace el silencio con ese saque que limpia la línea que tantas otras veces limpió el balear. Abrazo entre los españoles y despedida en pie, con las emociones constriñendo la Chatrier, de un planeta tenis que vive un momento que nadie quería vivir. Que solo Nadal sabe si será el último, pero no se desaprovecha la ocasión para rendirle el mayor de los tributos. Que no hay «nos vemos al año que viene», y todo es una incógnita, menos sus huellas en esta pista. Indelebles. Nadal.