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El cordón sanitario es también contra la izquierda que desafía el orden neoliberal

El poder pretende hacer un cordón sanitario no solo contra la extrema derecha, sino contra quienes desafían el orden neoliberal. Ya ocurrió con Sanders en EEUU y Corbyn en Reino Unido; ahora pasa con Mélenchon en Francia

Macron se acerca a la derecha para alejar a la izquierda del Gobierno en Francia

Tras las elecciones legislativas en Reino Unido y Francia, las cosas van a seguir igual. Nada va a cambiar. Respiran las élites y los centros de poder, aquí y allá. Pero hay un nuevo relato, especialmente en Francia, si bien previamente se “escribió” en Reino Unido y Estados Unidos. El poder, que define el consenso sobre la gobernanza que debe regir nuestras vidas, pretende hacer un cordón sanitario no solo contra la extrema derecha. Asustados por la victoria de la izquierda, alrededor de la Francia Insumisa, inesperada y esperanzadora a la vez, los de “extremo centro” pretenden aplicar contra Mélenchon y la Francia Insumisa el mismo frente que contra Le Pen, porque, obviamente, su predicamento va en contra de la gobernanza neoliberal.

Nada nuevo bajo el sol de nuestras decrépitas democracias. Ya pasó antes. La súper-élite, esa que realmente dirige la farsa en que se han convertido las democracias occidentales, acabó con Jeremy Corbyn bajo una campaña infumable en la que participó incluso un periódico considerado progresista como The Guardian. Le pasó igual a Bernie Sanders, contra quien, ante su magnífico desempeño en las primarias, primero contra Hillary Clinton y después contra Joe Biden, los mismos medios autodenominados progresistas, en este caso estadounidenses, pusieron toda la carne en al asador para que no fuera el candidato demócrata. Un tipo, Bernie Sanders, educado y exquisito hasta la médula, que realmente sí tenía una alternativa completa, rigurosa y esperanzadora; la única seria que yo conozco en el ámbito progresista frente al orden neoliberal que asfixia a la inmensa mayoría de la población y que toda esta tropa de “extremo-centro” pretende seguir manteniendo contra viento y marea. Pero vayamos por partes.

Poniéndome la venda antes de la herida

En Reino Unido ha llegado al poder un tipo anodino, mediocre, que encaja perfectamente en el prototipo que las élites pretenden “aupar” por “nuestro bien”. Su arrolladora victoria, si se analizan los datos bien, es muy matizable. Obedece al sistema electoral británico, en el que quien gana en votos en una sola vuelta en la circunscripción se lleva todo. El Partido Laborista de Keir Starmer sacó el mismo porcentaje de votos que Jeremy Corbyn, alrededor del 33%, sobre todo por la victoria en Escocia tras la debacle del partido nacionalista escocés. En feudos tradicionales, como Liverpool o Manchester, perdió un importante porcentaje en favor de otras fuerzas progresistas. Jeremy Corbyn, al menos, pudo desquitarse arrasando al candidato laborista en Islington North. Fue el hundimiento del Partido Conservador, un desastre en toda regla, que perdió más de vente puntos porcentuales, lo que permitió a Keir Starmer ser primer ministro. Los votos perdidos por el partido conservador se desperdigaron entre el Partido Liberal –que, si bien subió ligeramente en tanto porcentual (solo un 0,7%), aumento su número de escaños de manera notoria (de 8 a 72 diputados)– y, sobre todo, el partido de derecha extrema de Nigel Farage, Reform UK, que si bien alcanzó un 14% de los votos, dos puntos porcentuales superior al Partido Liberal, por el sistema británico apenas se tradujo en cinco diputados. Digámoslo claramente, Keir Stamer es un alumno aventajado de Tony Blair que, a su vez, es otro alumno aventajado, tal como ella misma reconoció, de Margaret Thatcher. Stephanie Mudge, profesora de sociología en la Universidad de California, describe en su libro 'Leftism Reinvented: Western Parties from Socialism to Neoliberalism' que el resultado de este tipo de socialdemocracia fue la disminución de la capacidad de representar de forma significativa a los grupos históricos de pobres, trabajadores y de clase media de los partidos de izquierda. Y, al final, la pérdida de peso político. Por eso, me pongo la venda antes de la herida. No espero nada.

Vayamos al otro lado del Atlántico. ¿Quién estaba detrás de Hillary Clinton y del mismo Joe Biden? Los grupos económicos más importantes de los Estados Unidos, muy especialmente el lobby del conglomerado militar, y el lobby financiero apoyaron a Hillary Clinton. Obviamente todos estos grupos de poder maniobraron contra Bernie Sanders, por su propuesta económica, y después contra Donald Trump, porque no estaba sujeto a su control. Sirva un botón de muestra. Robert Scheer en su libro 'The Great American Stickup' señala, y cito textualmente: “Los Clinton, junto con un grupo nutrido de congresistas republicanos y demócratas obedientes, pusieron un enorme cartel de ”se vende“, no sólo en el dormitorio Lincoln, sino en el resto de la Casa Blanca y el Capitolio, y, de hecho, en el estado del bienestar de los estadounidenses. Era en realidad un esfuerzo bipartidista para anular las protecciones establecidas por Frank Delano Roosevelt en los días más oscuros de la Gran Depresión”. Más de lo mismo. La desregulación financiera y bancaria bajo los gobiernos de Bill Clinton ha sido una máquina de generar desigualdad y pobreza. Ronald Reagan jamás se atrevió a tanto.

Macron pretende aplicar el cordón sanitario a la Francia Insumisa

Macron, cuyo partido quedó en segundo lugar exclusivamente por el voto masivo hacia sus candidatos de los votantes de izquierda en la segunda vuelta –fue muy inferior el voto, en porcentaje, que el Nuevo Frente Popular recibió de los votantes macronistas y de la derecha clásica–, pretende ahora burlarse del electorado francés. Sus políticas son detestadas por la inmensa mayoría de la población francesa, desde la extrema derecha, pasando por los gaullistas, los socialistas y la izquierda francesa. Pero, como nuevo Rasputín de la política francesa, pretende ahora maniobrar contra los ganadores morales de la segunda vuelta, el Nuevo Frente Popular. Los desheredados, los habitantes de la banlieue, votaron primera vez en muchos años, y lo hicieron al Nuevo frente Popular. Pretende, este nuevo Rasputín, aunar un gobierno con los gaullistas, su partido y los socialistas. 

La pelota está, por lo tanto, en el cuartel del Partido Socialista Francés. Tiene dos opciones, o seguir a este nuevo flautista de Hamelin, o, crear un Ejecutivo de izquierdas con Verdes y la Francia Insumisa, similar al que aquí, en España, ha formado Pedro Sánchez, el único socialdemócrata que parece haber entendido algo de cómo el sistema está en franco declive. Eso sí, bajo un programa disruptivo. Ya no caben cosméticas. La gente, la ciudadanía, en su inmensa mayoría, lo está pasando mal. El orden liberal ya ha fracasado. Artículo académico tras artículo académico resumen muy bien las consecuencias de dicho orden: caída de la inversión productiva, hundimiento de la productividad del capital; incremento brutal de la desigualdad, en favor de la extracción de rentas, vía financiarización; percepción de inseguridad en los aspecto vitales fundamentales –vivienda, salarios, empleo, sanidad, crisis recurrentes financieras y de deuda privada…–. Estos tipos, los liberales y social-liberales, por ejemplo, aún no se han enterado que los últimos episodios inflacionistas obedecen a un conflicto de intereses por el reparto de la tarta. A un lado, el factor trabajo y el capital productivo; a otro, el capital rentista, ese que le gusta a Ayuso y a quienes le mueven los hilos. Esperemos que el Partido Socialista Francés está a la altura y haga caso omiso a los cantos de sirena de Macron. Veremos.

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