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Biles recupera el trono de la exclusividad en el concurso completo

Abc.es 

Cada sede olímpica tiene su propio público y su forma de disfrutarlo. Todo es como un Disneylandia del deporte, pero hay pabellones en los que se sirven pequeñas frutas como de decoración y otros en los que se pueden comer palomitas, como en el Bercy Arena. Porque es así como se vive la gimnasia, como un espectáculo de magia, de prestidigitación y de matemáticas. En el centro del escenario, claro, Simone Biles , el límite de todo, la referencia, el oro (59.131), segundo en estos Juegos, y el espejo. Si ella puede… Hay una mirada de Biles hacia Rebeca Andrade que mezcla algo de superioridad con mucho de rutina cuando esta termina su ejercicio de suelo. Ha clavado las figuras y todo el mundo aplaude su actuación, incluidas las rivales, menos la estadounidense, que solo la mira así, de medio lado. A lo suyo, se quita la chaquetilla mientras el público ovaciona los 14.033 que le dan a la brasileña. Es su turno ahora y es la hora de mostrar quién está todavía en otra galaxia en este elemento. Lo ha hecho perfecto Andrade, pero lo hace 'Biles' la estadounidense. No se puede medir de otra manera. Tan difícil describir la diferencia de alturas y giros y potencia que consigue con respecto a sus rivales, que la nota es algo que pierde el sentido con ella (15.066). Significa el final de este concurso completo en el que Biles recupera la magia, la sonrisa y la exclusividad. Y el oro en el concurso completo que se dejó en el limbo de Tokio. Nadie tan grande como ella, aunque haya algunos elementos que todavía den esperanza a las rivales, porque la humanizan. La organización sabe bien cómo empezar la función, y se apuesta de inicio por que la estrella de los Juegos luche contra ella misma y la gravedad en el ejercicio de potro. Ahí, Biles se muestra ausente, en su mundo, una roca física, pero también emocional cuando se acerca al pasillo en su primer elemento, ese salto en el que ha puesto varias veces su nombre. Seria, casi enfadada, con los fantasmas a raya, el salto en la mirada, pura concentración, como si hubiera desaparecido este pabellón enfervorizado cada vez que sale en pantalla o en megafonía y solo estuvieran ella y el potro. Hasta que saluda, muestra esa mueca que parece una sonrisa, pero es solo un acto reflejo de tanto que lo ha ensayado, y se pone la careta de superheroína. Es la única explicación que se da para la velocidad con la que se precipita hasta el potro, la fuerza con la que se impulsa, la ligereza con la que realiza esos tres giros carpados de espaldas, la energía con la que cae, con una pierna que se desplaza más de un metro por el ímpetu de la adrenalina. Cuesta no pensar en que si esa fuerza la ejerciera hacia arriba cuánto más se acercaría al cielo. Está cerca, con una nota de 15.766 con la que deja a sus rivales pegadas al suelo. Y es solo el principio. Es una referencia que empieza a sentirse en las rivales, sobre todo en una sobresaliente Rebeca Andrade que se ha propuesto acercarse todo lo posible a esa exclusividad a la que ha regresado Biles, que muestra orgullosa su colgante con una cabra (Goat en ingles, cuyas siglas han tomado el concepto de Greatest of all time, la más grande de todos los tiempos) al cierre del telón. La estadounidense es la meta y hacia ella se dirige la brasileña, que se niega a creer que solo ella sea posible. Por eso celebra sus 15.100 en el salto. No tan lejos en puntuación, pero ya hemos dicho que la nota se queda sin significado cuando se trata de Biles: la dificultad de la brasileña es de 5.6; la de la estadounidense, de 6.4. Solo por poner en datos lo que se ve a simple vista, aunque sea tan difícil de explicar: la altura, la velocidad, la potencia, las piruetas, incluso con un pie a un metro en la recepción. Superior. También Alice D'Amato y Kaylia Nemour van arañando centímetros. Si existe un techo, es cuestión de poner más peldaños en la escalera. Se van de esta final sin medalla, pero con cierta satisfacción de que han conseguido humanizar a Biles en las asimétricas: 15.533 la argelina, 14.800 la italiana, e incluso Lee (14.866) conserva intacto el ego, tantas veces criticadas sus medallas de Tokio porque, según decían, las logró porque faltaba 'la buena'. Biles, no obstante, también sabe dónde está su techo, y no hay sonrisas cuando sale del elemento, hay un 13.733 atragantado el ejercicio en un giro, atascado en el pecho cuando termina: ni una sonrisa, ni un abrazo, resignada porque sabe que la nota no va a ser la que su mente quería, pero ha sido la que su mente ha podido. Sola en su mundo, que es el que lleva sobre sus hombros, pero esta vez no pesa (tanto), ni mira ni atiende. Queda más, esto no ha acabado. Es la Biles de la exigencia solo propia y la satisfacción solo propia. Se le escapa la sonrisa cuando vuela milimétricamente desde la barra de equilibrios para clavar la salida. Ese ejercicio que también la atormentaba. Ya es mejor que en Río, ya es mejor que en Tokio, y solo ella sabrá cuándo y cuánto será mejor si se lo propone. Antes de caer ya sonríe, ha girado sobre sí misma en longitudinal y en transversal y ha sabido dónde estaba en cada momento. Fuera los fantasmas; la medalla que más le ha costado ganar, pero ya la tiene. Y al final de la tarde, la explosión de todas las emociones guardadas en la jornada. La nota apenas espera, 59.131, por delante de los 57.932 de Andrade, y los 56.465 de Lee. La nota apenas dice nada. Es Biles quien lo dice, quien lo grita, quien lo expresa: de vuelva a ella misma, de vuelta a la exclusividad. Referencia y límite del resto del mundo.

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