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Un Alcaraz descomunal se asegura su primera medalla olímpica

Abc.es 

Carlos Alcaraz ya está donde quería, asegurada la medalla olímpica tras ganar a Felix Auger-Aliassime (23 años y 19 del mundo) en las semifinales de París 2024. Ya está entre los que sumarán un brillo especial a su palmarés y del que no todo el mundo puede presumir, en la final del torneo tras una lección de tenis y contundencia en una hora y 15 minutos (6-1 y 6-1). Alcaraz lo consigue presumiendo en el camino, con un partidazo ante el canadiense. Derecha supersónica, dejada llena de ternura y globito milimétrico, y el canadiense se enreda en los trucos y cede su segundo turno de saque con una doble falta. El mejor regalo para este Alcaraz con hambre, que se ha deshecho en esta semana olímpica de Hady Habib, Tallon Griekspoor, Roman Safiullin y Tommy Paul con más o menos desconexiones, pero que no se toma ni una ante Aliassime. Presiona porque ve al canadiense algo dubitativo, bolas muy largas y más golpes de derecha que con anterioridad. Y es una derecha que funciona, rápida y letal cuando es cruzada, y que bloquea la respiración del canadiense mientras que a la grada se le escapa el aire en forma de 'oh'. Busca la línea de fondo y busca las dudas del rival, que son muchas porque sus golpes son potentes cuando va por arriba en el marcador, o en el punto, pero se doblan cuando el español se acerca en el juego, y en el punto. Ahí entra Alcaraz con todo, en esas dudas por las que logra un segundo break que lo invitan a lucirse: dejaditas, cortados, pero siempre cuando la derecha ya ha dejado más que fundido al canadiense. Y si se revuelve Aliassime, se estira como un chicle el murciano en la red para atrapar todas las embestidas. Marea y marea al canadiense, que ni siquiera cuando tiene la iniciativa sabe qué hacer con ella, y lo tumba de nuevo al resto para un 6-1 en 40 minutos que expresa bien el hambre y la ambición del murciano, ya en su versión de las grandes rondas, y su superioridad cuando entra en combustión, cuando entra en el pasillo que desemboca en el trofeo. Y pocos brillan tanto como una medalla olímpica. Mayoría de banderas españolas, que despiertan de vez en cuando al personal con los «Viva España» y «Viva Murcia» de rigor, la charanga recrea el intermedio, pero esta vez ni se inmuta Alcaraz. Más serio que en toda la semana. Es lo que ocurre con los grandes jugadores. Eso de calibrar las fuerzas para no desgastarse al principio, cuando saben que no necesitan tanto para ganar al que tienen enfrente, pero que son capaces de lucir sus mejores galas y seriedad si observan que el rival sí puede meterlos en problemas. Tanta la superioridad, dos saques directos y una derecha prodigiosa para ponerse por delante en el segundo set, y las prisas de Alcaraz por descansar, que aún queda el último partido, que la grada cambia el paso y empieza a apoyar al canadiense, que quieren ver más partido y aquí siempre hay cierta consideración con el que se ve en inferioridad. «Félix, Félix, Félix», intenta levantar la grada. Pero no puede el canadiense. No le dan los reflejos para responder a las bombas de Alcaraz, de revés y de derecha, ni para leer sus dejadas ni para que le salgan las suyas propias. Porque hasta lo suyo, que suele ser bueno, falla estrepitosamente: con otra doble falta regala el cuarto juego. Un break que Alcaraz convierte en oro, ese que buscará el domingo para colgárselo al cuello, porque no permite que Aliassime se conceda una mínima oportunidad de jugárselo todo una vez la victoria está tan cara. Sigue centrado el español, imperturbable incluso con el Aserejé, impenitente con la derecha, impenetrable en la red, irreductible en cualquier caso. El canadiense lo acepta, resignado cuando vuelve a perder su saque y camina hacia el otro lado de la pista cabizbajo y aturdido. No sabe lo que son los errores no forzados, él siente que todos son por culpa de Alcaraz. Esto se convertirá en la sede del boxeo para albergar las finales, y el español ha probado el escenario; más que una pista de tenis, esta Philippe Chatrier ya es un ring en el que saca derechazos y noquea a su rival. «Vamos, murciano, a por el oro», zanjan desde la grada. Ya está en el podio, subido tras un partido perfecto, y solo le queda pintar el domingo el color definitivo de su primer trofeo olímpico. Con 21 años.

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