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“La batalla de Ayacucho fue salvaje, sangrienta, sin cuartel”

Este 6 de agosto se cumplen los 200 años de conmemoración de la Batalla de Junín y el 9 de diciembre el bicentenario de la Batalla de Ayacucho, las dos últimas confrontaciones que sellaron nuestra independencia. El escritor, periodista e investigador Gastón Gaviola del Río acaba de presentar en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL 2024) "Ayacucho. La batalla final por la Independencia del Perú", donde relata el agitado camino que condujo hasta las heladas alturas de la Pampa de la Quinua, donde se realizó el cruento choque contra las fuerzas realistas.


¿Por qué la batalla de Ayacucho? ¿Por qué elegiste ese hecho histórico?


Desde hace mucho me interesé por el tema de la divulgación histórica, que me parece un tema casi de responsabilidad social de los periodistas. Así como hay divulgadores científicos que te pueden hablar de agujeros negros, del Bolsón de Higgs, pensé que algunos también podríamos hablar de la historia y echar luz sobre episodios que no nos han contado o nos han contado poco. Quise usar las herramientas de nuestro oficio para trabajar este tema. Hago acopio de fuentes, cruces de información, todo lo que está en el ABC de un periodista medianamente serio para sacar la historia a flote.


¿Por qué eliges contar la independencia?


Había muchas cosas que quería tocar sobre el proceso de independencia, porque mucha gente quizás no entiende ¿por qué si San Martín declara la independencia un 28 de julio de 1821, Ayacucho y Junín ocurre tres años después, en 1824? ¿Por qué pelean en la sierra central? ¿Por qué Bolívar no estuvo en Ayacucho? ¿Por qué San Martín se fue del Perú? ¿Por qué si declaró la independencia en el año 21 fusilan a María Parado de Bellido y a José Olaya el 22 y el 23? Esas dudas las quería ir respondiendo, pero no con un lenguaje de parte policial, algo como: “El hecho ocurrió a las 23 horas entre Fulano y Zutano”. Ese tono notarial no lo quería aplicar al libro… Además, está el pretexto que estamos en el Bicentenario de Ayacucho que, además, para mí es una fecha particularmente especial porque es el día de mi cumpleaños. Entonces decidí lanzarme a la aventura con el apoyo de Penguin Random House.

"Es un libro de guerra, donde hay fusilamientos, prisioneros pasados a cuchillo, pueblos arrasados... Se ha romantizado la narrativa histórica".


Hay que decir que este es un libro de guerra, ¿no? Y no cualquier guerra. La batalla de Ayacucho nada menos.


Así es, es un libro de guerra. No es un libro de política, no es un libro de intrigas, es un libro de guerra, donde hay fusilamientos, prisioneros pasados a cuchillo, pueblos arrasados, porque quizás hemos romantizado mucho la guerra y la narrativa histórica.


Eso quizás resalta de la gesta de Ayacucho. Además de esa composición variopinta del Ejército Libertador, fue una batalla realmente cruenta, tal y como lo narras en tu libro.


Así es, la guerra en el proceso de independencia fue absolutamente sangrienta, salvaje, sin cuartel. Estamos hablando de oficiales españoles que venían de pelear su guerra de independencia contra el ejército de Napoleón. Soldados que venían de derrotar al ejército más grande del mundo, la gran armada de Napoleón Bonaparte. Y muchos de los oficiales del ejército patriota también habían peleado en los campos de batalla europeos. El mismo San Martín tenía la condecoración de Bailén. La batalla de Bailén es el Ayacucho de los españoles, la gran batalla con la que derrotaron a un ejército invasor… Sí, es un hecho sangriento. Y hablando de lo sangriento, hay que referirse que antes de entrar al Perú, en el proceso libertario de la parte norte de América del Sur, Bolívar firmó un decreto de guerra a muerte, que era simplemente eso, al español que agarraban, beligerante o no, lo mataban. El decreto literalmente dice: “Españoles, contad con la muerte”. Y centenares de europeos murieron así… Al igual que cuando monárquicos o realistas tomaban a un prisionero nacional, como José Olaya, por ejemplo, que fue fusilado después de que le arrancaran las 20 uñas de las extremidades y rompieran su cuerpo a palos…


Hay personajes ya bastante citados. Y de los otros…


Sí, en el libro también aprovecho para hablar de algunos seres anónimos. Basilio Auqui era un guerrillero morochuco que tuvo en jaque a las tropas monárquicas y lo capturaron con muchos de sus hijos y nietos. Y lo obligaron a ver primero el fusilamiento de toda su familia, antes de que lo fusilaran directamente a él. Y lo mismo podemos hablar de María Parado de Bellido. Lo mismo tantos héroes anónimos.


A tus personajes no le niegas humanidad. Para ti no existen héroes o villanos, sino seres humanos.


Exacto. Yo creo que nadie es enteramente bueno ni enteramente malo. Y todos tienen una razón por la cual pelear, por la cual morir y por la cual matar también. Y eso se vio en el proceso de independencia, que, además, podríamos incluso hablar de que es un proceso de guerra civil entre peruanos a favor de la independencia y peruanos a favor de mantener el statu quo, de mantener sus privilegios, su estilo de vida de grandes beneficios. Y eso lo puedes ver hasta en las tradiciones de Ricardo Palma. En “Pan, queso y raspadura” él te dice que antes de que la batalla de Ayacucho empezara, a las 10 de la mañana, a las 9 fueron a un campo neutral soldados realistas y soldados patriotas, porque había hermanos, padres e hijos, mejores amigos, en uno y otro bando, y se acercaron a despedirse uno al otro y a desearse de corazón que no tuvieran que dispararse en el combate.

Gastón Gaviola afirma que su labor como periodista y su interés por la rigurosidad histórica se manifiestan en el libro.

El periodista y la historia


¿Qué tan difícil es para un periodista hacer labor de historiadores? Dirías que como en Perú Batalla 1 y Perú Batalla 2 ¿solo haces crónicas históricas?


Yo puse en la introducción y siempre lo dejo muy claro que no soy historiador, soy un divulgador histórico. Y lo hago con todo el rigor académico que mis herramientas me permiten. Yo he leído desde muy niño. A otros chicos les regalaban una pelota de fútbol o zapatillas, a mí me regalaban colecciones de libros de historia. Y, además, como periodista quiero encontrar el porqué de las cosas. ¿Por qué en la batalla de Junín solo se peleó con lanzas y espadas? ¿Por qué nadie usó un cañón? ¿Por qué nadie usó un fusil o una pistola? Esas preguntas, cuando entras a la vida profesional, encuentras formas y herramientas de responderlas. Puedes acceder a archivos, repositorios, bibliotecas y con el filtro que te da la profesión de periodista, con el desapasionamiento de no decir los patriotas eran todos buenos y los realistas eran todos malos, todos peleaban creyendo que su causa era buena y terminaron enfrentándose hermanos contra hermanos.


Hay quienes tienen la idea de que un periodista puede quizás ser más ameno para contar la historia, puede tener más llegada que un científico social…


Es que conocemos lo que se llama ‘la pepa’, ¿no? Llegas a redacción y tu jefe o productor te dice ya, Juan, Pedro, María, ¿cuál es ‘la pepa’? En tu cabeza sabes que de 45 datos aparentemente superfluos la pepa es…


… Pero hay quienes estiman también que al científico social se le ve más riguroso con el dato. Pregunto, ¿crees que un historiador acudiría a tus libros para una consulta?


Sí, por supuesto. Es más, en la presentación de mi libro estuvo Natalia Sobrevilla, historiadora a la que respeto muchísimo. En mis anteriores libros la presentación estuvo a cargo de Carmen McEvoy que tuvo palabras muy gentiles… Mis libros tienen citas. Y digo esto sucedió así y lo puedes encontrar en la página del libro tal o en el parte de batalla o en las memorias de fulano tal y al final del libro están la bibliografía. Entonces, si eres antropólogo, historiador o simple curioso que no se contenta puedes encontrar los libros. Además, he recurrido a libros españoles, ingleses, chilenos, peruanos, entrevistas con doctores en historia, que me ayudan a encontrar el hilo conductor… Le meto muchísimo rigor histórico.


Eso es lo importante…


Así es. No se encontrará en uno de mis libros que a la hora de pasar rancho están comiendo arroz chaufa, porque no existía. Y si digo que en un episodio, en una batalla, los soldados están bajo la lluvia es porque he encontrado el parte en donde dice que ese día llovió. Me rijo por el rigor histórico y no tiene por qué ser aburrido. A veces la gente dice ¡uy, cultura! y piensa en un programa cultural con un señor de 85 años, con corbatita michi, con música de Vivaldi, sentado al pie de la chimenea y dice ¡uy, con esto me duermo en minutos! La historia no tiene por qué ser aburrida.


La crónica histórica debe demandar la misma exigencia, la misma rigurosidad que un ensayo científico-social.


Sí, requiere de muchísima rigurosidad. Y ahí tienes casos como el del británico Ken Follett, que tiene una trilogía espectacular de libros sobre la historia del siglo XX. Guillermo Thorndike y sus libros sobre la Guerra del Pacífico. Arturo Pérez Reverte, periodista y escritor español, que ha escrito sobre la revolución mexicana, la guerra civil española, Trafalgar, las campañas napoleónicas. Todo muy riguroso... Salvo cuando se escribe una novela, que se puede tomar algunas licencias. Pero lo mío no es una novela sino relato histórico. Yo puedo poner en mis libros colores de los uniformes, el tipo de armas de patriotas y realistas, etc. porque he investigado. Esa labor de recopilación me lo da ser periodista por más de 25 años.

“El terrorismo y las muertes en las protestas son procesos aún no cerrados”

En tus libros elegiste las batallas por la independencia y la guerra con Chile, ¿por qué no algo cercano como la violencia de los años 90?


No he tenido la oportunidad de hacerlo todavía, lo que no significa que no lo haga. Lo que pasa es que esos son procesos que siento que todavía no han cerrado. Lo de la guerra contra el terrorismo todavía podemos encontrar resquicios. Lo que quiero contar es lo que no enseñaron en el colegio, y en el colegio recién están empezando a hablar de la guerra contra el terrorismo o la campaña de Falso Paquisha, o la guerra del Cenepa del 95… Por ejemplo, en uno de mis libros conté del sacrificio de Quiñones y cómo era el avión en el que estaba y cómo fue que voló. Y en otra historia sobre el gran sitio del Callao, en el Real Felipe, mucha gente no sabe que murieron cientos de personas detrás de sus muros. O la batalla de San Pablo, en el que los peruanos, que eran básicamente escolares cajamarquinos, vencen a los ocupantes chilenos y repasan a los heridos, al igual que cuando vencemos en Tarapacá y repasamos a los heridos chilenos. Lo cuento porque hay que quitar ese romanticismo de banderas al viento y caballos blancos. La guerra es lo peor del ser humano.


Sobre las muertes en las protestas contra este Gobierno, ¿escribirías una historia?


Primero, creo que una historia va más allá de la indignación. Mi idea es presentar los hechos y que el lector decida si se indigna o no. Presentar los hechos sin apasionamientos, sin agenda, sin segundas intenciones, sin decir este es bueno porque hizo esto, y este es malo porque hizo aquello. Te muestro el hecho, y si te digo que alguien mató a un niño que quede claro que eso ocurrió. Lo demás corresponde a tu propia escala de valores… Y sobre el tema que refieres creo que hay mucho que se tiene que todavía terminar de escribir. Hay procesos judiciales que se están haciendo todavía, y es una historia todavía palpitando. Lo mío es escribir sobre procesos ya cerrados.


¿Escribir hechos recientes tiene sus riesgos, sus peligros?


Escribir tiene sus riesgos, punto. Más allá de que sean hechos recientes o de hace 100 o 200 años, siempre va a haber riesgo porque te podrías equivocar, nadie es infalible. Por eso creo que hay que tener mucho cuidado en el manejo de fuentes. Y lo segundo es que siempre hay que escribir con responsabilidad y el riesgo de que te puedas equivocar siempre va a estar ahí o el riesgo de que te quieran engañar, lo que se suele calificar como el famoso ‘tonto útil’.

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