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Venezuela y la ruta para una transición democrática, por Diego García-Sayán

Edmundo González era, hasta hace pocos días, un casi desconocido para el mundo fuera de su país, Venezuela. Pero está ahora en las primeras planas. Con escasa trayectoria de liderazgo político, varios factores le dieron un protagonismo frente a la autocracia demagógica de Nicolás Maduro.

A partir del mismo domingo 28 de julio, luego de concluida la votación, las cosas se pusieron calientes en las calles de Caracas y otras ciudades. Observadores internacionales de calidad y respeto, como el Centro Carter, mostraron elementos suficientes para poner en duda el veredicto del Consejo Nacional Electoral, que le daba el triunfo a Maduro.

Esa contradicción entre la verdad real y la falsa información oficial fue la chispa que encendió la pradera. Movilizaciones y esperanza de transición democrática, sin presidente electo. Si bien Washington mencionó que González habría sido quien más votos obtuvo, con solvencia y solidez no saltó de allí a considerarlo “presidente”. Lo aclararon rápidamente: “no estamos en ese punto”.

Firmeza y transición democrática

Si hay o no resultados de la elección no es un asunto semántico sino de fondo.

Primero, de acuerdo a la ley, los resultados los dan los órganos del sistema electoral. Por eso es tan importante que sean independientes. La información de mesa recogida por observadores de la oposición es importante, pero no fuente suficiente para un resultado “oficial”.

Segundo, lo crucial: superar la crisis con una transición democrática. A diferencia de algunos desavisados, Washington sí la vió clara. Exhortó “al chavismo y a la oposición que negocien una transición democrática”. Dos asuntos cruciales: 1) que se negocie, y 2) apuntando a la transición democrática.

Transiciones eficaces

Siguieron al día de votación -y al grosero manejo arbitrario del sistema electoral-, amplias movilizaciones populares, algo fundamental para lograr una transición democrática. Acompañadas, por cierto, de una represión en la que se han detenido a cerca de 2000 personas. Mucho de déjà-vu, para quienes vivimos en el Perú la experiencia de la transición el 2000 en que se logró salir de la autocracia enfrentando con éxito la fraudulenta re-reelección de Fujimori, quien se vio obligado a sentarse a negociar y a renunciar.

Y se hizo posible una perfecta transición pacífica. La Mesa de Diálogo de la OEA fue un espacio particularmente crucial. También contribuyó a generar condiciones institucionales para que aliados militares y del servicio de inteligencia dejaran al autócrata sin piso. Transición eficaz que enlazó con el fundamental gobierno de Valentín Paniagua.

La transición posible

El ejemplo -o “caso”- peruano ilustra cómo las transiciones a la democracia son posibles. Las negociaciones funcionan. Y “traiciones” de entrecasa de los autoritarios también ocurren.

La profesora en ciencias políticas en la Universidad de Michigan Erica Franz, quien estudia los autoritarismos contemporáneos, lo explica con precisión. Entre 1950 y 2012 cerca de dos terceras partes de los 473 líderes autoritarios que han perdido el poder, fueron removidas por personas de su propio gobierno. Si lo de Venezuela marchase en una correcta dirección, se podría estar aumentando ese número pronto a 474.

Tres aspectos relevantes, que no apuntan a un continuum del régimen de Maduro, saltan a primer plano.

Primero, señales de una posible crisis en las alturas. Resonó, en días pasados, el llamado público de María Corina Machado: “la nación los necesita (…) La Constitución debe ser su norte y guía”. Estará por verse cuánto aguantan en la institución militar haciendo de comparsas a un proyecto en descomposición.

Segundo, el entorno internacional. Cierto, no pone a Maduro y su gobierno en una situación de total aislamiento. Ni se marea porque el vocero desavisado de un gobierno diga que González es el presidente electo. Esto no mueve un milímetro las cosas.

Tercero, líderes regionales latinoamericanos apuntando a jugar un papel contributivo y sin enredarse en la bravata de considerar electo a alguien que no lo ha sido. Este es Brasil y Lula, hoy cruciales por su peso y legitimidad.

Mediador capaz y viable

La internacionalista ecuatoriana Grace Jaramillo ha destacado en reciente artículo la potencialidad del presidente Lula, para gestionar la transición pacífica en Venezuela: “mediador capaz de convencer a Maduro y su régimen de participar en ella”. Así se han impulsado las variadas transiciones exitosas.

Recuerda Jaramillo que Lula le ofreció a Argentina garantizarle que el local de su embajada en Caracas siga funcionando. Y lo logró. Curso que se fortalece por el reciente pronunciamiento de Gabriel Boric, presidente de Chile: “No tengo dudas de que el régimen de Maduro ha intentado cometer un fraude, (…) Chile no reconoce el triunfo autoproclamado de Maduro”. Piso, pues, fangoso.

Mientras, por su lado, Machado le apuesta, visiblemente, no al putsch desde frívolas proclamaciones presidenciales, como los desavisados “anuncios” de que el “electo” sería Gonzáles. Sino a un proceso complejo de resistencia. Apeló Machado expresamente a Brasil para que “ayude en un proceso de transición democrática”. En ese sentido, un solo curso posible que es la negociación. Los buenos oficios de alguien de peso en la región, lo crucial. Así, quedaron relegados a asuntos accesorios como las amenazas de procesos en la Corte Penal Internacional (CPI) o de extradición a los EE.UU, que, probablemente, solo lograrían “atrincherar” más a los líderes chavistas.

Hay, pues, luz al fondo del túnel. La idea es que se logre una verdadera transición democrática. El combo crucial: movilización popular, negociación y buenos oficios. Camino seguido en la mayoría de los casos en que líderes autoritarios tuvieron que dejar el poder.

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