¿Era Banksy o Puigdemont?
En los últimos siete años Puigdemont ha estado presente en nuestras vidas mediante la ausencia. Sin escaño en el Parlament se ha hecho notar en la política catalana; sin comparecer ante un tribunal, ha estado en la cabeza y en los sumarios de los jueces, y ha protagonizado horas y horas de informativos y tertulias. Podía haberse parecido a Banksy si esta semana hubiera creado tres nuevas obras de arte
Estar presente mediante la ausencia: esa es la gran obra de arte que Banksy ha creado a lo largo de toda una vida. En versión chusca, Puigdemont ha intentado algo parecido los últimos siete años. Nadie sabe quién es Banksy y aunque el Daily Mail británico reivindica haberlo descubierto tras una intensa investigación, por lo que sea nadie se lo toma muy en serio. La noticia esta semana es que el artista callejero parece haber sido grabado por cámaras de seguridad. En las imágenes se ve a dos operarios subidos a una grúa. Uno de ellos lleva mascarilla además de casco: no se le reconoce en absoluto. Da igual, lo identifican como Banksy algunos medios británicos. Podría ser y podría no ser. Respecto a Puigdemont no caben dudas. Apareció ayer como un suspiro y volvió a fugarse: es un hombre al que se le acabó el coraje antes que la soflama.
Banksy es el autor de los ‘banksies’ y eso es suficiente. Para resultar eficaz en su presencia ausente, debe dejar rastro cada cierto tiempo. En el muro donde se grabaron las supuestas imágenes suyas apareció poco después un mural: una cabra montesa encaramada a un peñasco con sus pezuñas arracimadas. Hay quien ha corrido a interpretar la cabra -ya saben que a Banksy siempre hay que admirarlo en clave simbólica- como metáfora de nuestra precariedad. Eso sólo puede decirlo quien no ha visto una cabra montesa de cerca, como las que yo veo en la Pedriza con frecuencia. Cuando saltan de risco en risco o trepan por una pared casi vertical dan un espectáculo impresionante, con la precisión de una ingeniera aeronáutica y la elegancia de una top model sobre la pasarela. Después de ese primer grafiti han aparecido dos más, también de temática animal. Uno representa a tres monos colgados de lianas. En otro, dos elefantes asomados a sendas ventanas de una alcoba hablan (supongo que de la tristeza de ser grande y pasar desapercibido).
El elefante en la habitación es el antagonista de Banksy: un animal enorme, un paquidermo en una sala al que nadie ve, porque constituye un problema y verlo nos obligaría a hacer algo para enfrentarnos a él. Banksy hace lo contrario: nunca está en ninguna sala, no da entrevistas, no convoca a las masas ni hace streamings con sus intervenciones callejeras. Y sin embargo, todos hablamos de él. El artista se hace presente en su ausencia; el elefante está ausente en presencia.
En los últimos siete años Puigdemont ha estado presente en nuestras vidas mediante la ausencia. Sin escaño en el Parlament se ha hecho notar en la política catalana; sin comparecer ante un tribunal, ha estado en la cabeza y en los sumarios de los jueces, y ha protagonizado horas y horas de informativos y tertulias. Podía haberse parecido a Banksy si esta semana hubiera creado tres nuevas obras de arte. Pero su fugaz aparición de este jueves no fue más que una perogrullada: dijo que ha venido para recordar que está aquí. Suena a rabieta de niño enfadado que lloriquea para llamar la atención.
Calló y se oyó “pof”. Le falta talento para el arte de la fuga y sobre todo le falta razón: el Parlament emanado de unas elecciones democráticas debatía la investidura de Salvador Illa como nuevo president. Su espectral aparición estaba concebida para alimentar su ego y terminó de hacer añicos su dudosa obra política. Me recordó al cuadro de Banksy “Niña con globo”. El artista lo puso a subasta en Sotheby’s hace unos años. Apenas sonó el martillo que adjudicaba la obra al mejor postor, una trituradora de papel se activó y destruyó la obra ante el público. Puigdemont sabe desde el pasado 12 de mayo cuál es la puja máxima que los catalanes ofrecen por él. Y no es suficiente. Así de simple es el final de su escapada: triturado a la vista de todos, en la papelera de la historia. Aunque a trompicones, ahora todo seguirá su curso.