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Petro, Lula y AMLO: tras una amnistía

Fue dentro de la cabeza de Gustavo Petro que surgió la propuesta de que cualquiera que fuera el resultado de la elección en Venezuela, quien terminara perdedor debía reconocer la victoria del contrincante. La propuesta consiguió un apoyo tibio cuando fue formulada meses atrás en su visita a Luiz Inácio Lula Da Silva, y un respaldo aún más desdibujado y blando de parte de AMLO.

Pero agua ha corrido por ese río y hoy ya nos encontramos frente a un comunicado de los tres presidentes en el que, de manera abierta, se considera que la vía de avanzar en la solución del conflicto electoral planteado en Venezuela –proceso en el que sin ambages resultó vencedor por un gigantesco margen Edmundo González Urrutia– es el de proseguir “en un esfuerzo de diálogo y de entendimiento que contribuyan a la estabilidad política y a la democracia en el país”. Eso es lo que dicen querer los tres mandatarios

Es decir, sin admitir abiertamente el fraude electoral, los tres líderes asumen que solo a través de una negociación el régimen de Maduro consideraría entregar el poder a quien es el presidente electo de Venezuela. Para los tres mandatarios, al cabo de un cierto tiempo las actas del CNE han dejado de ser un tema fundamental en la crisis política actual, porque, aun sin admitirlo, ellos parten del supuesto de que las actas ganadoras del gobierno simplemente no existen. No lo admiten por escrito, pero así es.

Ello nos lleva a considerar el género de negociación que este trío, con indiscutible peso político continental y mundial, se ha estado planteando. Ellos intentarán hacerle digerir a la oposición venezolana que a través de una tratativa y pacto entre las partes es posible eyectar a Nicolás Maduro del poder. Se proponen así destrancar el juego venezolano que hace dos semanas ocupa los titulares en la prensa internacional, incluida la norteamericana. En definitiva, aspiran a rescatar al país sin hacer que desaparezca el chavismo y al propio tiempo le ofrecen una salida al régimen que ha dejado de tener amigos y socios en el continente. A ellos tres mismos, Maduro hace tiempo que les provoca una urticaria molesta.

Y es allí donde regresamos al factor primario de este episodio, a la idea que puso a rodar Gustavo Petro desde antes de la votación venezolana.  El exguerrillero, como actor político en Colombia, es el resultado de un proceso de amnistía a crímenes de gran calado protagonizados por la guerrilla del M-19 en su país, de la cual él como combatiente formaba parte.

Sin entrar en detalles, el proceso de negociación para la dejación de las armas del M-19 en Colombia fue una tratativa en extremo sencilla. El acuerdo de desactivación de la guerrilla involucró un indulto a los crímenes cometidos, indulto que incluso no estipuló reparación a las víctimas. El proceso de perdón –solo perdón– rubricado por el presidente Virgilio Barco en 1990 hizo caso omiso, por ejemplo, del atentado del M-19 contra el Palacio de Justicia en 1985 que cobró 98 vidas inocentes.

Gustavo Petro volvió a la vida política activa y consiguió competir, dos décadas más tarde, por la presidencia de su país gracias al borrón y cuenta nueva que hicieron las partes de los crímenes de la guerrilla de la que él formaba parte. Los delincuentes del M19 –que a la postre contaba con 2.000 efectivos– no pasaron por ningún tribunal. Gracias al indulto algunos de sus líderes fueron electos congresistas o alcaldes de grandes ciudades, participaron en la redacción de la Constitución de 1991 y consiguieron sacar cerca de 15% de los votos en las elecciones presidenciales de 1990. El mismo Petro consiguió ser miembro de la Cámara de Representantes en 1991 y candidato a la Alcaldía de Bogotá en 1997.

¿Por qué no repetir un escenario similar en Venezuela? Este, sin duda es un antecedente de peso que ocupa un espacio importante en el accionar político del actual presidente de Colombia y es preciso pensar que la experiencia sirve de modelo para la futura rehabilitación del chavismo en Venezuela.

Para Lula Da Silva y para AMLO las motivaciones para involucrarse tan decididamente en la crisis electoral venezolana pueden tener que ver con la necesidad de preservar algún género de validez futura y capacidad de actuación política al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Ello es un punto a favor para las nuevas izquierdas del mundo dentro de una visión amplia de su aporte como partidos socialistas pacíficos y válidos y progresistas.

Y es el caso que, también para la oposición, no es posible tapar el sol con un dedo: aún el chavismo cuenta con un porcentaje no deleznable –cerca de 20%– de apoyo popular o apoyo utilitario. Su desaparición no es algo que haya que considerar.

Así las cosas, el trio de presidentes están tratando de usar su enorme influencia para llevar a Venezuela a una solución negociada. Va a depender de la solidez de la oposición, liderados por María Corina Machado y el nuevo presidente electo Edmundo González y de su capacidad política negociadora, el ir modelando ese pacto de salida y que su resultado sea bueno para toda la colectividad nacional. Frente a ello estamos. Las actas cada vez tienen menos peso. Así lo están viendo ellos.

Y en una negociación también se puede llegar “hasta el final”.

 

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