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La guerra de los fracs, por Mirko Lauer

Aunque en verdad ya no se visten tan formalmente, la expulsadera y retiradera de embajadores en América Latina ya podría ir siendo llamada “la guerra de los fracs”. Como un embajador es un representante del presidente que lo nombró, asume las consecuencias de las peleas en que este se puede ver envuelto, que en estos días pueden ser muchas.

El número de embajadores expulsados o traídos de vuelta a casa puede sumar docenas en estos últimos dos o tres años, y son una muestra de la inestabilidad de las relaciones en el continente. Cada vez hay más países pendencieros, con los diplomáticos usados como piezas en el ajedrez presidencial, con un limitado albedrío personal.

Hay cada vez más una parte simbólica en los embajadores, lo cual no les quita importancia, pero la modifica. Entre el teléfono, internet y los aviones, los mandatarios cada vez más han venido expresando sus afectos y ventilando sus diferencias cara a cara. En esos casos, el embajador es redundante, pero sigue siendo importante. Por ejemplo, la expulsión de diplomáticos extranjeros desde Caracas desprotege mucho a los ocho millones de venezolanos del éxodo.

Los países prácticos se manejan con pocas embajadas. Por ejemplo, usan a un embajador para cumplir su función en más de un país. Suecia es notable en esto; solo tiene embajadas en 78 capitales. Por ejemplo, el embajador del reino en Santiago de Chile dupletea como representante en Lima. Donde no hay embajador residente, se despacha a uno ad hoc.

Nótese, sin embargo, que los embajadores tienen que soportar las iras de los presidentes. El de Lula en Managua, las de Daniel Ortega. Los de media docena de países en Caracas soportan las de Nicolás Maduro. La lista es larga, y el gobierno de Dina Boluarte también ha estado en ella. Unos expulsan, otros traen de vuelta, todos zarandean.

Al norte del Ecuador se producen cosas parecidas, pero con más pragmatismo y menos pataleta. El gobierno de Polonia acaba de cambiar 50 embajadores, muchos en la Unión Europea, por un cambio en su política exterior. Pero la tradición es latinoamericana, igual que la del asilo.
¿Qué dicen de todo esto los diplomáticos de América Latina? No tienen mucho que decir, y mucho menos pueden quejarse. La única salida es esperar otro destino. Volver al mismo es inusual y puede resultar incómodo. Son, pues, potenciales kamikazes de la primera línea de los conflictos diplomáticos en la región. En efecto, en otros tiempos eran ejecutados por el tirano anfitrión.

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