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Los muchachos de Pérez Zeledón que ‘jugaron’ a ser futbolistas para migrar a Estados Unidos

La edición de 2005 de la Dallas Cup, prestigioso torneo internacional que reúne a equipos de fútbol en categorías menores, transcurrió con aparente normalidad. Pero, como revela el documental Roofing de las directoras costarricenses Gabriela Hernández y Paz Fábrega, fue el escenario de una historia fascinante en la que el fútbol es un elemento de segundo plano.

En aquella competición internacional estuvo el Club Deportivo San Isidro de Pérez Zeledón. Su participación en el torneo fue desastrosa: perdieron por goleada los tres partidos de fase de grupos y no lograron anotar ni un gol. Bueno, pensará usted, un cuadro costarricense con mal rendimiento en el extranjero no es ninguna novedad.

Lo que usted no sabe es que aquel paupérrimo desempeño no obedece solamente al fútbol de baja calidad que se juega en Costa Rica. Los muchachos del Club Deportivo San Isidro, que recién se había fundado ese mismo año, estaban lejos de querer competir deportivamente. Su plan era otro: llegar a Estados Unidos para vivir su sueño americano y esa jugada de pizarra sí la ejecutaron a la perfección.

La mayoría eran menores de edad que ni siquiera estaban interesados en el deporte rey y que crecieron viendo una migración masiva de los hombres de su comunidad hacia tierras norteamericanas. En aquel contexto, se hicieron pasar por futbolistas en formación para aprovechar el cupo que aquel novedoso equipo generaleño había conseguido en la Dallas Cup.

Uno de ellos era Arturo Ortiz, protagonista de Roofing, que en ese momento apenas tenía 16 y formó parte de aquella aventura junto a su primo Allan. De acuerdo con Ortiz, desde el primer momento tenían decidido quedarse a trabajar en Estados Unidos.

“Teníamos un familiar allá, el papá de Allan por cierto, entonces él nos dio la mano cuando llegamos allá, nos apoyó sobremanera y ya después nos independizamos a los meses de haber llegado. Ya después lo hacíamos todo por nuestra cuenta, a pesar de que éramos incluso menores de edad en Costa Rica”, reveló.

Asegura que la oportunidad fue vista con buenos ojos por muchos muchachos, que participaron en aquella enmarañada estrategia con aprobación de sus familias.

Durante años, amigos, familiares y vecinos había migrado con la misma ruta pero corriendo el peligro de la clandestinidad; y aquella ocasión les presentaba un escenario inmejorable. El Club Deportivo San Isidro, administrado en realidad por una red de “coyotes” (traficantes de personas), había conseguido lo más difícil: una invitación a la Dallas Cup. El resto, parecía, fue todo sobre ruedas.

Por tratarse de una competición deportiva y encima de tal renombre, los jugadores obtuvieron una visa estadounidense temporal sin mayor complicación.

“La visa, para lo del equipo, fue una cita grupal, así le llaman ellos. Que nada más fuimos, cada uno pasó a la ventanilla ahí en la embajada, donde preguntan usted quién es, qué hace su papá, para qué va a ir a Estados Unidos y ya. Dos o tres preguntas nada más; fue muy sencillo esa vez”, explicó Ortiz, hoy de 37 años.

Con todos los papeles listos, uniformes y hasta unos “encargados” que hacían la pantomima de ser el cuerpo técnico, partieron hacia la arriesgada aventura que les esperaba en Texas. Allí, fueron recibidos por familias anfitrionas.

“Al menos antes, no sé ahora, no se quedaban en hoteles, sino con anfitriones, con familias que decían “bueno yo me puedo dejar uno, dos, tres muchachos a cargo esa semana o esos 15 días que estén ahí participando”. Ellos velaban por nosotros, en todo el sentido, nos llevaban, nos traían, nos alimentaban. Era gente muy adinerada realmente la que se hacía voluntario para hospedar a los muchachos”, detalló Ortiz.

Los jóvenes de Pérez Zeledón se mantuvieron en aquellas casas durante la semana que tardó la competencia, todo para cumplir el trámite que representaban aquellos partidos en los que terminaron llenos de goles.

“El fútbol que mostrábamos era muy bajo porque solo 3 o 4 jugadores y el portero éramos los que habíamos jugado fútbol antes y teníamos algo de combinación. Los demás no; eran personas que no jugaban, no acostumbraban a jugar, entonces se veía mal el asunto”, contó el protagonista del documental.

Una vez eliminados del torneo, situación que no buscaron pero fue más que favorable para su plan, cada uno de los integrantes se dirigió al destino que habían pactado previamente con la red de coyotes que los reclutó.

“Al día siguiente nos fuimos de ahí, nos despedimos formalmente de las familias que nos hospedaban y dijimos que íbamos a estar unos días ahí, un par de días en la ciudad conociendo y luego nos retirábamos. En realidad nos fuimos cada uno para el lugar de destino que teníamos, en el caso mío para Carolina del Sur, Greenville”, narró.

Todos se dedicaron, en sus diferentes zonas, al roofing (reparación de techos, en español). Este trabajo es muy solicitado en Estados Unidos y es considerado como uno de los oficios más difíciles y peligrosos en ese país.

“Los señores que tenían las constructoras por ahí nos apodaron “los venados” porque parecía que andábamos saltando por los techos. Como al año de estar trabajando, un hermano mío que nunca ha vuelto a Costa Rica, se fue a vivir a Carolina del Sur. Él llevó la costumbre de amarrarse en el techo para estar más seguros entonces la adoptamos; pero al principio era muy riesgoso, no andábamos amarrados ni nada”, relató el sureño.

Ortiz solo estuvo 2 años y 8 meses en Estados Unidos. Haciendo BMX se lesionó un ligamento de la rodilla y no asistió al médico porque su condición migratoria era irregular. Aunque no se arrepiente de la aventura, admite que fueron meses muy difíciles y que no se enriqueció más que en experiencias.

“Estoy completamente feliz de vivir en Costa Rica sí, pero también muy agradecido con la aventura que viví porque esa me dio experiencia para hoy tomar mejores decisiones. El dinero me alcanzó para solo dedicarme a estudiar en mi primer año universitario, pero en realidad fue muy poco lo que se obtuvo de allá hablando en términos económicos”, concluyó.

En su regreso a Costa Rica se graduó de administración de empresas y luego sacó una licenciatura en banca y finanzas. Trabajó durante 11 años en empresas bancarias y hoy es un empresario, dueño de varios negocios en Pérez Zeledón.

Actualmente, no mantiene contacto con ninguno de sus compañeros de equipo.

Roofing: Una historia que duró casi dos décadas en contarse

Es la primera vez que Gabriela Hernández y Paz Fábrega trabajaron juntas.

Desde el 2005, año en que sucedió la historia del Club Deportivo San Isidro de Pérez Zeledón, Hernández tenía la inquietud de desarrollar un producto audiovisual que abordara el fenómeno migratorio de hombres jóvenes del sur de Costa Rica hacia Estados Unidos.

“En ese momento se hablaba mucho y con mucha xenofobia, de la población migrante nicaragüense en el país. Pero de la migración de acá casi no se hablaba y para mí era una manera de sensibilizar sobre el tema y volver la mirada hacia nosotros, como país no solo de ‘acogida’ sino también expulsor”, comentó la cineasta.

No obstante, esta idea rondaba su mente de una manera muy amplia, lo cual le permitió explorar muchas vertientes, pero a la vez, le impedía concretar una historia. Justo en ese año ganó un fondo para cine y con esos recursos viajó a Estados Unidos a buscar historias. Sin embargo, no fue hasta que volvió a Costa Rica, que “cazó” la épica de los muchachos generaleños del falso equipo de fútbol.

“Yo me acuerdo que escuché la noticia y me llamó la atención, pero no sabía por dónde empezar. Es que fue como que se hizo un escándalo y luego no se supo más. Para que vea como es la vida, yo tenía una vecina que le alquilaba el cuarto a un muchacho de Pérez Zeledón. Yo le había comentado a ella la idea y me sugirió que le hablara a su inquilino, y resultó ser hermano de quien es hoy el personaje principal (Arturo Ortiz)”, explicó con fascinación.

Desde ese momento presentó el proyecto por diferentes latitudes, que van de México a España, con dos factores comunes: quien oía de la historia quedaba fascinado, pero no se lograba dar el paso y conseguir los fondos para materializar la producción audiovisual.

Incluso, en estos casi veinte años, se consideró realizar un largometraje de ficción, para evitar las dificultades que implicaba el proyecto.

Gabriela Hernández llegó a aceptar la oferta de plasmar la historia en una ficción y aunque esto no se dio, fue el impulso que trajo a Paz Fábrega al proyecto. Hernández puso como condición que quería a su colega en la dirección y desde ese momento comenzaron a trabajar juntas.

Ambas estaban encarriladas a seguir esta idea y cuando habían ganado el fondo IBERMEDIA, ocurrió un inconveniente con el productor que les impidió acceder a los recursos. Esta piedra en el camino las hizo retomar el proyecto enfocado como un documental.

“La gran dificultad era acceder a los protagonistas. Fuimos muchas veces y la gente siempre lo aplazaba para otro día. Teníamos la narrativa desde el punto de vista de mucha gente del pueblo y familiares, porque se volvió como un mito en la zona; pero costó mucho que los involucrados directamente nos contaran su historia”, narró Fábrega.

Incluso, realizaron otro viaje a Estados Unidos, en el cual tenían pactado entrevistar a varios de los costarricenses que habían migrado en el 2005. Sin embargo, estos fueron aplazando la fecha hasta que definitivamente se negaron, explicando que representaba un peligro para ellos aparecer en cámara.

“Siempre fue una preocupación exponer a los chicos. Por eso también dejamos tanto tiempo, porque queríamos que ellos estuvieran en una situación menos vulnerable respecto a su condición migratoria”, aseguró Hernández.

Aún dudando de si serían capaces de producir el largometraje, se toparon con otra casualidad, de esas que son como una bocanada de aire fresco para quienes construyen historias.

Para un día de grabación alquilaron una cabaña cerca del cerro Chirripó y fueron recibidos por una pareja, dueña de la propiedad, quienes les consultaron el motivo de la visita. Cuando las realizadoras le comentaron sobre el documental, descubrieron que quien les alquilaba la casa era compañero de sus protagonistas y estuvo a punto de acompañarlos en su aventura estadounidense.

Se trata de Andrés Fernández, originario del distrito de San Pedro de Pérez Zeledón y que afirmó que la mayoría de jóvenes de aquel equipo se conocían del Liceo de San Pedro de Pérez Zeledón.

Andrés Fernández: El muchacho que no creyó en el ‘sueño americano’

Fernández, de 37 años, tenía 16 años y era un fiebre para el fútbol. En las mejengas de su pueblo jugaba de volante recuperador en la media cancha. Recuerda que en aquella época comenzaron a surgir escuelas de fútbol en su cantón, entre ellas el Club Deportivo San Isidro de Pérez Zeledón.

Fue uno de sus compañeros de colegio, del cual no precisa el nombre, que llegó con el atractivo cuento: aquella nueva academia querían llevarlos a jugar a Estados Unidos y encima, los ayudarían con las visas.

“En todo momento se habló de que la escuela estaba reuniendo un equipo para ir a jugar a Estados Unidos. Lo que pasa es que yo creo que los chiquillos se pusieron de acuerdo cuando vieron esa oportunidad. Muchos de ellos tenían familiares allá y seguro pensaron que era una buena posibilidad para viajar y quedarse”, relató.

A él lo picó la inquietud, sobre todo por la pasión que tenía por el deporte y ese sueño de convertirse en futbolista profesional que compartía con casi todos los adolescentes del país. Pero los entrenamientos se realizaban lejos de su pueblo y la inversión de tiempo y dinero estaba fuera de su alcance.

“Acá se trabajaba en el campo. Cortar caña, coger café y el ganado era tema de todas las tardes y días libres. Además, el tema de los buses era complicado. No es que era muy sencillo, pero a uno hasta que le brillaban los ojos”, rememoró.

Por esa razón, le comentó la idea a su mamá, quien le respondió que aquello era “una vagancia” y que había mucho trabajo por hacer en su casa. En ese momento, el padre de Fernández se encontraba trabajando en Estados Unidos e iba y venía de aquel país con frecuencia.

“Mi hermano mayor sí fue y regresó un año después, con papeles y todo. Me dijo que ese lugar era horrible y que él no quería estar ahí. Mi hermana también se había ido con mi papá, cuando yo tenía 14, con la idea de ganarse el dinero para sus estudios. Estuvo 22 años en Estados Unidos y regresó un mes antes de que mi papá muriera. Todos esos ejemplos lo marcan mucho a uno”, declaró Fernández.

Dos años después, cuando tenía 18, su papá lo llamó y le sugirió que viajara a suelo norteamericano. No obstante, ya en ese momento el muchacho tenía claro que ese no era su rumbo y que el destino de la gran cantidad de hombres de la zona que habían migrado buscándose la vida, no estaba en sus planes.

“Yo la verdad no creía en esa idea del ‘sueño americano’. El ejemplo que nos daban todos los mayores era irse para Estados Unidos, no regresar o hacerlo hasta años después, llegar con la platilla y gastársela. Yo no quería eso para mí y entonces le dije a mamá: ‘voy a dejar eso ahí y voy a tratar de avanzar en Costa Rica y ver cómo me va’”, comentó Fernández.

Posteriormente, al terminar el colegio, pudo, con arduo trabajo, graduarse de la universidad como docente, profesión que ejerce desde hace 10 años. Además, en el 2015 inició una pequeña empresa de turismo, en la cual se alojaron las directoras del documental.

“Cuando estábamos chiquillos acá era café, caña y ganado. Era difícil tomar la decisión de quedarse aquí. Hoy en día ya el comercio creció, ya tenemos la oportunidad de subir turistas al cerro Chirripó; entonces eso también fue una semillita que creció. Muchos como yo se fueron desarrollando y entendiendo que con esfuerzo y preparación se puede aprender a vivir en Costa Rica”, expresó con gran convencimiento.

El educador considera que la lucha que mucha gente de la zona emprendió para abrir oportunidades, terminó impactando en la comunidad de Pérez Zeledón y comenzó a cambiar la cultura que existió en los años 90 y principios del 2000, cuando migrar a Estados Unidos se veía como la única opción de desarrollo.

“Las nuevas generaciones, como mis hijos por ejemplo, ya no tienen ese ejemplo de que papá y mamá se van a ir y que qué voy a hacer. Ahora más bien es: mis papás estudiaron y tenemos una vida tranquila por lo que ellos hicieron, entonces lo vamos a hacer también”, sentenció Fernández, quien fue detenido, por un sabio regaño de su madre, de viajar junto con sus compañeros del cole a un destino lejano que, tiempo después comprendió, no estaba hecho para él.

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