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Pedro Peña Jurado, arquitecto : «La arquitectura vive una vuelta al origen tras un periodo dominado por la tecnología»

Abc.es 
Pedro Peña Jurado nació en Córdoba en 1984. Su padre, Pedro Peña Amaro, y su tío, ambos arquitectos, marcaron en parte su camino, aunque su herencia también está muy vinculada con la hostelería pues es nieto de Juan Peña, histórico empresario ligado a locales históricos como Benítez, Savarín o Los Toneles. En su caso, la vocación lo hizo viajar muy joven lejos de Córdoba, a Suiza, donde hoy codirige un estudio con sede tanto en Basilea como en Tel Aviv . En el horizonte tiene junto a su socio y su equipo proyectos muy importantes en ciudades como Jerusalén o Berna. -Hijo y sobrino de arquitectos cordobeses, el oficio le viene de familia. ¿La vocación nace de uno o se hereda? ¿Cómo funciona? -Creo que la vocación nació en mí, aunque en parte esté influenciada porque mi padre y mi tío se han dedicado a la arquitectura. Es decir, yo no fui un niño que acudiese mucho al estudio de mi padre ni que dibujase. Sí recuerdo ayudarle a doblar planos y cosas así, pero de forma muy puntual, no todas las tardes. Fue más adelante, al acabar el Bachillerato, cuando sentí atracción por esta profesión que al final resume ciencia y arte , y que es por ello tan del Renacimiento . Eso es lo que me llamó la atención. Al decidir que quería hacer Arquitectura sí quise saber más y veía más y trabajé durante los veranos con mi padre. -Su formación, como la de tantos arquitectos cordobeses actuales, fue en Sevilla. Y también sus primeros pasos profesionales, con José Luis Bezos. ¿Qué recuerda de esos años? -En Sevilla desde el primer momento entré muy profundo en la arquitectura, a través de un grupo de amigos que hoy son grandes profesionales. Desde 2º de carrera comencé a colaborar allí con el arquitecto Álvaro Velasco. Eran los 'dosmiles', la época dorada de la construcción, y había mucho trabajo. Luego tuve a José Luis Bezos de profesor, que había trabajado antes con Guillermo Vázquez Consuegra . Hasta la finalización de la carrera pude trabajar con él. Fue ahí donde tuve contacto con una arquitectura más innovadora, pues había un interés por proyectos de relevancia. Posteriormente, un compañero consiguió una beca de la Fundación Arquitectura Contemporánea y me animó a seguir ese camino. En mi caso, logré una beca Arquia y elegí como destino Basilea. Me la concedieron y así fue como entré en el estudio de Herzog & De Meuron con un contrato de prácticas. -¿Cómo fue el cambio a un estudio internacional de esa relevancia, tan grande? -Al principio fue duro, porque era muy diferente a lo que había conocido hasta ese momento. Es difícil pasar de un estudio en el que existe un contacto más directo a un gran sistema con cientos de trabajadores . En ese momento entendí que era una parte más de mi proceso formativo, que en el fondo era como continuar la Escuela. Lo que allí aprendí fundamentalmente es una forma de hacer las cosas. En cierto modo, trabajar para ese estudio era como si en el siglo XX hubiese podido trabajar para Le Corbusier, algo así. Hoy la veo como una experiencia muy enriquecedora, que me dio la oportunidad de trabajar en grandes proyectos e integrarme en equipos. -También conoció allí a su socio en Studiopez, el arquitecto israelí Daniel Zarhy. ¿En qué momento decidieron abrir un estudio propio? -Daniel y yo estuvimos trabajando durante un año en un proyecto juntos, espalda con espalda. Además, vivíamos en la misma calle, por lo que nuestra relación era intensa. Como el contrato de ambos en Herzog & The Meuron era limitado, comenzamos a pensar qué podíamos hacer y decidimos presentarnos a concursos juntos. Al principio trabajamos los dos desde casa, él en Tel Aviv y yo en Basilea, ambos en remoto cuando la tecnología no facilitaba tanto ese trabajo como ahora. Conseguimos ganar un par de concursos de obra pública y eso nos animó y nos enseñó a perfeccionar cómo teníamos que hacerlo. Los proyectos con los que ganamos entonces no llegaron finalmente a construirse, pero fueron fundamentales para que nos decidiésemos a seguir adelante. -El estudio no ha parado de crecer desde entonces. ¿Cuál es la dimensión actual? -Ahora mismo en Studiopez somos ya 20 personas , seis en Basilea y 14 en Tel Aviv. Participamos en concursos internacionales, en todo el mundo. Los premios que hemos ido consiguiendo han permitido que vayamos ampliando nuestra lista de colaboradores, pues al principio éramos los dos solos. Ahora también nos llegan concursos por invitación y mejores condiciones. Nuestro trabajo se centra siempre en una arquitectura de carácter público, pero con la singularidad de que tenemos disposición tanto para hacer grandes proyectos como más pequeños. Otros estudios no trabajan así, pero a nosotros nos permite participar en muchos concursos y es algo muy excitante, aunque tenga sus riesgos. Nosotros conseguimos premio en tres de cada diez concursos a los que nos presentamos y el primer premio en uno de cada quince. -Entre los muchos proyectos que tienen, hay dos emblemáticos que están ya muy cerca de construirse, la Ciudad de la Justicia de Jerusalén, en Israel, y la Facultad de Ciencias de Berna, en Suiza. ¿Qué nos puede contar de ellos? -El proyecto de la Ciudad de la Justicia de Jerusalén lo ganamos en 2014 y ha estado parado ocho años hasta que en hace dos se retomó el proyecto de construcción. Ahora se está licitando y luego trabajaremos un año con la empresa constructora para definirlo, que es el sistema que se sigue allí. La Ciudad de la Justicia se construirá junto al Puente de Calatrava y la Biblioteca de Herzog & The Meuron, en una zona Jerusalén de nueva construcción en la que están apostando por la arquitectura contemporánea. El otro gran proyecto que tenemos en marcha, en este caso en conjunto con el estudio alemán Wulf Architekten, es la Facultad de Ciencias Aplicadas de Berna, cuyo concurso ganamos en 2019. Es un edificio que agrupará varias facultades y que se sitúa en un terreno de la ciudad recuperado pues anteriormente estuvo contaminado. Por allí pasarán miles de estudiantes. La previsión es que en un año comiencen los movimientos de tierras y que en cinco años esté construido. -¿Cómo definiría su estilo arquitectónico, tanto en lo estético como en lo ético en cuestiones hoy clave como la sostenibilidad? -Lo que buscamos principalmente es que nuestra arquitectura tenga una línea clara y accesible. Nuestro estilo tiene que ver con la tradición mediterránea, de la que venimos tanto Daniel como yo, y con versatilidad entre el espacio interior y el exterior. Nuestro lema es «Dramatizar, nunca. Simplificar, siempre» , y eso se basa en que nos gusta la sencillez. En nuestros proyectos también buscamos que la sostenibilidad sea algo intrínseco del propio proyecto, y no un añadido de última hora. Hay muchas cuestiones integradas en el proyecto que hacen que un edificio sea o no sostenible. Los proyectos que hacemos para el Sur de Europa favorecen eso por el clima, pero también en la Facultad de Ciencias Aplicadas de Berna hemos incluido un gran espacio interior que lo facilita. -¿Hacia dónde va ahora mismo la arquitectura internacional? -Es difícil dar una respuesta a eso, porque hay una gran cantidad de gente haciendo cosas muy diferentes. No todo se mueve en la misma dirección. De todos modos, sí creo que en general asistimos a una vuelta al origen tras un periodo dominado por la tecnología y la técnica. Aprecio un cansancio de todo eso y la necesidad de volver a la esencia . Digamos que hemos pasado de una arquitectura del espectáculo a otra arquitectura en la que se aprecia cierta serenidad. Las redes sociales también están influyendo, pues ahora cualquier aficionado hace fotos magníficas de edificios y las sube a Instagram. Eso hace que se recuperen elementos y que se mezcle con lo vintage. También está volviendo materiales tradicionales como la madera . En general, diría que es un momento en el que mucha gente aprecia la belleza de la arquitectura contemporánea, cuando antes eso solo lo hacía una minoría formada principalmente por los propios arquitectos. -En Córdoba celebramos este año el centenario de Rafael de La-Hoz Arderius. Será un momento de reivindicar la modernidad, pero también aquí también ha existido polémica con grandes proyectos del pasado como el Palacio del Sur de Ren Koolhaas. ¿Cómo ve la situación de Córdoba y por extensión de Andalucía? -Mi opinión es que, tanto en España y Andalucía como concretamente en Córdoba, la relación con la arquitectura contemporánea ha sido bastante positiva. Hay una calidad arquitectónica que se ha conseguido mantener a lo largo del tiempo, como se ha demostrado ahora en Córdoba con el edificio de la nueva Biblioteca Grupo Cántico. El problema que sufrieron algunos proyectos creo que estuvo más vinculado con la crisis económica y con la ambición de ciertos políticos animados por lo que supuso el efecto del Museo Guggenheim de Bilbao. En el caso de Córdoba, creo que el Palacio del Sur de Ren Koolhaas era un magnífico proyecto, que ganó porque conectaba muy bien la otra orilla del río con el Casco Histórico. El Plan Especial del Río lo ganó mi padre en 1984, precisamente el año en el que yo nací, con un jurado con gente muy relevante. De ahí vino la reordenación de la Ribera, la zona del Alcázar o la construcción del edificio del C3A, de Nieto y Sobejano. Que el Palacio de Congresos no saliese tuvo que ver con la dificultad para asumir su presupuesto, porque al final los costes siempre se imponen, pero no con la necesidad que existía. De hecho, tiene todo el sentido del mundo y quizá lo que se tiene que buscar son presupuestos asumibles y estudios menos costosos porque la necesidad de un edificio así en esa zona sigue ahí. -También hemos tenido debate en Córdoba con el tema recurrente de las alturas, como la que se generó en torno al proyecto de la Torre Prasa de Gabriel Ferrater. ¿Qué opina de este tema? -La densificación es un asunto largo de debatir, que produce reacciones no solo en Córdoba, sino en todo el mundo. Generan de inicio una respuesta negativa. Aquí en Basilea también ocurrió con la Torre Roche , en cuyo proyecto estuve trabajando durante mi estancia en el estudio de Herzog & De Meuron. Sin embargo, hoy, una vez construido, es el primer elemento que fotografían los turistas cuando salen del aeropuerto. Digamos que son edificios que requieren de una cierta digestión. Y no en todas las zonas son adecuados. -Para un cordobés, supongo que poder desarrollar un proyecto en su ciudad sería en cierto modo cerrar un círculo. ¿Se lo plantea? -Córdoba tiene un enorme patrimonio arquitectónico de etapas sucesivas desde los romanos hasta la modernidad con arquitectos como De La-Hoz, Chastang, Olivares y muchos más. Poder formar parte de ese legado me encantaría como cordobés que soy, por supuesto, aunque quizá pueda sonar poco humilde. Creo además que no hay que pensar solo en grandes edificios de nueva construcción, sino que existen muchas oportunidades en zonas degradadas o que necesitan reordenar sus usos. Mi proyecto de fin de carrera estuvo centrado precisamente en la Axerquía . Se trataba de reordenar ese espacio tan singular, con sus placitas y sus diferentes espacios. Poder desarrollar algún proyecto en Córdoba sería contribuir al desarrollo de la ciudad, ahora que creo que la belleza se impone y se demanda ya en todos los ámbitos de las ciudades contemporáneas.

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