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Los cántabros contra Roma: la verdad detrás del «ladrón hispano» que plantó cara al Imperio

Abc.es 
«Un ladrón hispano muy poderoso». Así describió en el siglo II el historiador romano Dion Casio al protagonista de nuestra historia de hoy: Corocotta. Fue en las famosas guerras cántabras donde se ubica a este líder rebelde que se enfrentó en Hispania al recién creado Imperio Romano en el siglo I a. C. El mismo al que hace cien años, el arqueólogo alemán Adolf Schulten rescató, al traducir extractos de los libros de Casio como el siguiente : «Al principio, el emperador Octavio Augusto se irritó tanto con un tal Corocotta, que hizo pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios a quien lo apresase. Más tarde, sin embargo, como este se presentó espontáneamente ante él, no solo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella suma». Más allá de las fuentes, lo cierto es que la existencia de Corocotta se ha convertido hoy en un enigma. Algunos historiadores contemporáneos lo consideran un mito, pero lo cierto es que con su tesis de 1892, Schulten lo convirtió en un importante héroe de la resistencia contra el Imperio Romano, en un temido caudillo local capaz de enfrentarse al gran Augusto en las guerras cántabras. Esta imagen acabó imponiéndose en la bibliografía experta a lo largo del siglo anterior, consiguiendo que tenga hoy una gran presencia social y cultural Cantabria y que algunas páginas web importantes recojan su historia como cierta. En Google es fácil encontrar titulares como 'Corocotta, el líder cántabro que se enfrentó a Roma' o 'Corocotta, el irreductible cántabro que desafió a Roma' , junto a otros más cautos como 'Corocotta, historia y mito' o directamente 'La falsa leyenda de Corocotta' . Pero para remontarnos a su origen debemos retroceder al momento en que el gran Julio César recibió las famosas 23 puñaladas que acabaron con su vida en el 44 a. C. El último dictador de la República romana fue víctima de una conspiración orquestada por un grupo de senadores opuestos a sus ambiciones autocráticas. En ese momento, Octavio era solo un adolescente recién adoptado por la víctima, que era su tío abuelo. Ante el magnicidio, sin embargo, no solo no se amilanó ni aterrorizo, sino que dio un paso al frente y se proclamó legítimo heredero y sucesor. En ese momento nadie lo tomó en serio, pero formó su ejército y consiguió alzarse como uno de los hombres más poderosos de Roma. En la siguiente década fue adquiriendo poco a poco más notoriedad, hasta que finalmente se impuso en la cuarta y última guerra civil a Marco Antonio, que controlaba las provincias orientales. Después de aquel triunfo se proclamó primer emperador de la historia de Roma y se bautizó como Augusto, acabando para siempre con los cinco siglos de República. Fue en ese momento cuando, convertido ya en un consumado manipulador y en un despiadado mandatario, decidió intervenir militarmente en las frías e inhóspitas tierras del norte de Hispania. La relación del emperador romano con esta provincia fue siempre muy estrecha, pues viajó a ella hasta en tres ocasiones. En la primera, en el 45 a. C., se reunió con Julio César cerca de Calpia, al sur de la Bética, y marchó después hasta Carthago Nova (actual Cartagena) para atender asuntos de administración y justicia. Los otros dos periplos por Hispania se produjeron a partir de febrero del 27 a. C., que son las que nos ocupan en este reportaje, pues en ellas tuvieron lugar las conocidas guerras cántabras en las que se forjó el mito de Corocotta. Estas guerras habían comenzado dos años antes de la llegada de Octavio a la provincia y no concluyeron hasta una década después, en el 19 a. C. Se enfrentaban el Estado romano y los distintos pueblos cántabros y astures que habitaban los territorios conocidos ya entonces como 'Cantabria' y 'Asturiae'. Se trataba de regiones que coincidían en su mayor parte con las actuales comunidades autónomas, además de algunas zonas de las provincias de León, Palencia y Burgos. El primero de estos dos viajes a Hispania ya como emperador se prolongó durante tres años, entre el 27 y el 24 a. C., y tenía el objetivo de dirigir personalmente la guerra contra los cántabros. Su presencia en las batallas, sin embargo, duró poco, pues un año después se vio obligado a retirarse a Tarraco por una enfermedad. A pesar de ello, su presencia en la provincia fue de vital importancia, pues Augusto protagonizó la mayor reorganización administrativa y jurídica de la historia de Hispania. Lo primero que hizo fue suprimir la provincias Ulterior y Citerior y crear Lusitania, Bética y Tarraconense. Estas medidas trajeron consigo, además, la fundación de Augusta Emerita (Mérida), donde el emperador asentó a los soldados licenciados de las legiones X Gemina y V Alaudae que habían combatido precisamente contra los pueblos del norte. También creó la colonia Iulia Ilici (La Alcudia de Elche), donde convivieron la población indígena, los ciudadanos romanos venidos de otras ciudades –incluida la africana lcosium, que se encontraba en la actual Argel– y otros veteranos de las legiones romanas asentados. El tercer viaje de Octavio a Hispania se produjo el 16 a. C. Según las crónicas de Dion Casio, regresó finalmente a Roma tres años después con la orden del Senado de construir un altar a la paz, el Ara Pacis. En esta estancia, su trabajo fue clave para que se produjera no solo la consolidación de las reformas jurídicas en las ciudades hispanas, que eran consecuencia de las guerras cántabras, sino para decidir cuestiones sobre los límites de estas y establecer regímenes tributarios. Se colonizaron también urbes como Segóbriga y Iuliobriga y se fundaron otras ciudades como Caesar Augusta (Zaragoza) y Barcino (Barcelona). Fue en esas guerras donde se forjó el mito de Corocotta, del que se llegó a especular en los últimos años que Brad Pitt lo interpretaría en una película dirigida por Ridley Scott. Sobre él se han publicado también novelas como 'El último soldurio' (2005), de Javier Lorenzo, y 'Corocotta, el cántabro' (Algaida, 2017), de Santiago Blasco. Esta última lo describe así: «Es un guerrero de casi dos metros de músculos bien proporcionados y dotado de una fuerza descomunal que, cuando se encontró frente a los soldados del imperio, se aplicó con una furia inusitada en destrozar con su hacha de doble filo los cuerpos de los legionarios que se atrevieron a desafiarle. No había escudo ni armadura que pudiera soportar aquella contundencia de golpes». No obstante, todo alrededor de este «ladrón hispano» que sacó de sus casillas al mismo Augusto César, de este rebelde indómito y líder que hizo temblar a las legiones romanas en el norte de Hispania, es incierto. En los últimos años se ha ido esclareciendo algunas de sus sombras. El libro 'Los cántabros en la antigüedad. La historia frente al mito' , publicado por tres profesores de la Universidad de Cantabria en 2008 –José Ramón Aja, Miguel Cisneros y José Luis Ramírez Sádaba–, revisa y rectifica buena parte de lo que se había dado por válido sobre el pueblo que ocupaba la actual Cantabria hace veinte siglos. Contaban los autores que su obra trataba de eliminar tópicos, estereotipos y falsedades. Una de las más importantes es precisamente el mito de nuestro protagonista. Según ellos, fue Schulten quien pintó a Corocotta como un héroe de las guerras cántabras «sin fuentes documentadas». Tan solo hay registros de él en Lusitania. «Si se ha creado una leyenda, hay que desmontarla. ¿Quién lo hizo? ¿Schulten? ¿Es creíble? En este aspecto no, porque ha interpretado, y cuando uno interpreta se puede equivocar porque las fuentes no lo dicen», apuntaba Cisneros a 'El Diario Montañés'. Ramírez Sádaba afirmaba en el mismo periódico que no hay nada que sostenga el mito que le dibuja como el aguerrido líder cántabro: «Desde el punto de vista romano, Corocotta era un asaltador de caminos al que el emperador Augusto le puso precio: 20.000 sestercios». Pero el historiador insistía en no hay nada con base científica que lo sitúe en estas tierras. «¿En qué territorio de los que estuvo Augusto en Hispania se cruzó con Corocotta? De hecho, no se conoce el nombre de ningún jefe, pues para los romanos los ejércitos cántabros eran masas y no tenían líderes [...]. Corocotta es un mito creado. Nosotros damos esa interpretación. Quizá algún día se revise, pero hemos ido a las fuentes y no dicen nada». La primera tesis de Schulten, una auténtica eminencia en el pasado romano de Hispania, caló a lo largo del último siglo no solo en el imaginario popular, sino en el mundo académico. El historiador alemán le describía el siglo XIX como un caudillo cántabro oriundo de nombre céltico, responsable de unificar a las diversas tribus cántabras –orgenomescos, vadinianos y concanos, entre otros– y de liderar la resistencia contra el Imperio Romano desde el 26 al 19 a. C. Schulten da por cierta la historia de Casio y asegura que causó tantos estragos entre los romanos, que Octavio puso precio a su cabeza. Eso no impidió que el supuesto líder se presentara desaliñado ante él con intención de cobrar la recompensa. Detalla el historiador que, en ese momento, el emperador le miró de soslayo y le preguntó dónde estaba el caudillo cántabro, a lo que contestó: «Aquí, yo soy Corocotta; págame lo que me debes». Este se quedó sorprendido por su coraje y, como apuntamos, le dejó marchar con la recompensa. Hay una segunda tesis, defendida por un pequeño grupo de expertos, que asegura que fue un bandido norteafricano, en contra de la teoría de Schulten. Una de los argumentos en los que sostienen esa hipótesis es que Dion Casio lo menciona en un panegírico sobre la clemencia de Augusto, en el que lo cita como un «bandido en Hispania» y no como «un bandido hispano». Ese detalle indicaría la procedencia extranjera de Corocotta, unida al hecho de que el nombre es una latinización de un nombre griego que se refiere a un conocido animal del norte de África: el crocutá, al que Estrabón se refería en el siglo I a. C. como 'crocotta', una mezcla de lobo y perro nativo etíope. Surge la duda también sobre el encuentro, por el simple hecho ya mencionado de que la salud de Octavio no era muy buena y no intervino personalmente, durante mucho tiempo, en las batallas contra los cántabros, sino que se fue a Tarraco para reposar y recuperarse por recomendación de su médico. Y menos hacerse semejante cantidad de kilómetros a caballo para entregar la recompensa a un índígena, por muy líder que fuera. De haberse producido, tampoco se sabe nada de lo que le sucedió a Corocotta después del encuentro. Los últimos hispanos irredentos, según Dion Casio, fueron derrotados: «De los cántabros no se cogieron muchos prisioneros, porque cuando desesperaron de su libertad no quisieron soportar más la vida, sino que incendiaron antes sus murallas, unos se degollaron, otros quisieron perecer en las mismas llamas, otros ingirieron un veneno de común acuerdo, de modo que la mayor y más belicosa parte de ellos pereció».

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