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Faena de postín de Emilio de Justo en tarde de gente sobrehumana

Abc.es 
Con dos costillas rotas, una cornada en el escroto y dos hematomas en el hígado y el riñón, tan sólo cuatro lunas después de su espeluznante voltereta en San Sebastián, Miguel Ángel Perera reapareció en Bilbao. Un esfuerzo sobrehumano, sin hipérboles ni literaturas. Desnuda su hombría, afrontando el puerto más duro y crucial del agosto taurino. El autor de una faena inolvidable en 2023 no quiso faltar a la cita bilbaína en su veinte aniversario de alternativa. Y no vino a pasearse, sino a dar todo, pese a no andar, lógicamente, al cien por cien. Las bajas médicas y el absentismo laboral no son para los toreros, capaces de jugársela llueva, truene o tengan los huesos fracturados y las carnes abiertas. Son hombres –palabra que no celebra su mejor momento en este ambiente de histérico feminismo mal entendido– que no verán ustedes en el telediario de La 1, hombres que dan vida al campo bravo. Hombres que se visten por los pies, que se comprometen con todas las consecuencias y soportan un dolor que al resto de los mortales nos tendría dos meses en la cama dando quejíos. Porque si Perera toreó en tal estado, Castella permaneció en el ruedo con una cornada de quince centímetros en el glúteo. Ocurrió en el primer toro: cuando iba a descabellarlo, lo izó y el pitón zurdo caló en la mencionada zona. Aunque pasó a la enfermería, Sebastián le dijo al cirujano que quieto, que sólo se operaría tras dar cuenta de su lote. Y con un vendaje que tapaba lo descosido pisó de nuevo la arena. Había brindado ese Farfonillo a Isabel Lipperheide, ganadera de Dolores Aguirre. No se salía de los vuelos el toro y, más allá de un cantado natural, aquello no pudo tomar altura. Tampoco lo haría en el cinqueño melocotón, que se dolió en banderillas y tuvo una informal embestida, pero con una chispa que transmitía, como se apreció en la lidia de Viotti. Se le arrancó el toro al de Béziers cuando se dirigía a los medios para brindar. Y con la montera calada improvisó un bonito inicio por abajo, lo más lucido del conjunto. El izquierdo parecía el pitón, pero en cuanto tocaba los chismes se violentaba, por lo que la labor no pasó de dispuesta. Menudo topetazo se llevó el galo en el momento final. Tras recoger la ovación, pasó al hule para ser intervenido de la herida sufrida en el anterior, que no revestía gravedad. Con estoica entereza asumió Perera su regreso. Infiltrado dos horas antes del paseíllo, a medida que transcurría la tarde se vería que estaba mermado de facultades. Igual le dio: nunca se quejó ni hizo un gesto a la galería. Era Tobillito un toro sin exageraciones ni una gota de clase. Pronto y en la mano empezó el de Puebla del Prior, asentado mientras el cuvillo iba y venía. Más difícil por el derecho, se abría por el zurdo, lado que trató de afianzar, aunque poco había que rascar. Mientras le tapaba defectos, esbozó una serie diestra con importancia. Tocaba la hora de la verdad: empuñar la espada, con el sobreesfuerzo que eso suponía. Enorme su mérito. El reloj avanzaba y la zona lumbar se recargaba cada vez más. Miguel Ángel no podía manejar los trastos como lo borda con el cuerpo intacto. Eso sí, la entrega fue máxima desde que se plantó de rodillas con dos pases cambiados por la espalda. Sí, de hinojos, con dos costillas rotas, donde a los demás nos costaría hasta respirar. ¡Qué valor! Se tapaba la cara Verónica, su mujer, que aplaudió –como todos– su firmeza. Gobernando, buscó el temple, con un Pardillo que colocaba la cara con buen son, aunque le faltaba un tranco más y terminó afligido. El toro de la corrida de Cuvillo –que bajó respecto a la imponente de Fuente Ymbro y acusó su falta de casta– fue el tercero, con una clase potenciada por Emilio de Justo. Triunfó un matador que, no hace tanto, estuvo al borde de contar las estaciones en una silla de ruedas. Qué lección de superación la suya. Y qué notable temporada está cuajando. El buen trato de la cuadrilla también colaboró en la boyantía. Postinero se llamaba el toro y de postín fue la faena. Torerísima desde la apertura. Clásica y con sabor. Hubo naturales extraordinarios –era el pitón– y pases de pecho para plasmar al óleo sobre lienzo. Sin olvidar los cambios de mano, trincherazos y desdenes, con una expresividad que cautivaba. Con listeza oxigenó al estupendo cuvillo en su medida obra, con aroma hasta en el desplante rodilla en tierra o ese genuflexo broche. Derecho como una vela se tiró a matar, aunque el acero se desprendiera. Cortó una oreja y quiso redondear en el burraquito sexto: imposible, tan al paso y desentendido, tan mermado de raza. Para raza ya estaban aquellos hombres heridos y lesionados vestidos de toreros. Gente sobrehumana.

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