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La reivindicación de la persona detrás de la locura

Casi tanto como el amor, casi tanto como la muerte y lo divino, la locura ha sido un tema privilegiado de la literatura a lo largo de los siglos. De las tragedias griegas a Shakespeare, de Don Quijote al surrealismo y de este al postmodernismo, los seres humanos han consistentemente escrito sobre la locura. Los enfoques han sido muchos: la penalidad de los dioses, la idealización de presuntos genios, el temor, la representación máxima de la cordura, y de la tragedia. 

A lo largo del tiempo, la palabra “loco (a)” ha sido utilizada para condenar; para generar condescendencia; para victimizar; pero también –y sobre todo– para crear un “otro”, un ser a quien (advierte el sociólogo Erving Goffman) dejamos de ver como una persona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. No es de extrañar, entonces, que Nathaniel Hawthorne, autor de La letra escarlata, cuestionara la repetición de ese vocablo en uno de sus textos: “¡Qué universalmente eficaz para las sensibilidades estrechas y mediocres explicar por ese medio tan simple todo lo que sobrepasa los límites del entendimiento ordinario!”. 

Por suerte, quizás porque nuestras sociedades están más abiertas a hablar de salud mental, dejando atrás muchos tabúes, desde hace años la literatura se hace cargo de la locura desde otro lugar. Uno más empático, más real. Lejos de héroes o villanos, víctimas o victimarios, lejos de cualquier extremo simplificador. Porque la locura –como la vida en sí misma– es mucho más compleja. Llena de grises, de matices. 

Un ejemplo claro de esto es el libro El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, una ficción de la escritora y periodista moldava-rumana Tatiana Țîbuleac que trata sobre la reconciliación entre un hijo con antecedentes psiquiátricos y su madre que está a punto de morirse.

Algo similar ocurre con No he salido de mi noche, en el que la Premio Nobel de Literatura (2022) Annie Ernaux cuenta la degradación física y mental de su propia madre, diagnosticada con Alzheimer, y todas las versiones anteriores de esa mujer. “La prefiero loca que muerta”, dice la autora. Y sí, porque para una hija es preferible lidiar con la locura –eso que muchos consideran imposible o nefasto– que con la partida de una madre. Más vale la vida, la que sea, que la muerte. 

Aunque “escribir no salva del hecho”, como recuerda la escritora trans argentina Camila Sosa, sí pone a los escritores –y, en tanto interlocutores directos, a los lectores– en otro lugar. La gracia de estos libros –y de tantos otros actuales– quizás resida justamente en ese intento por comprender a las personas detrás de la locura. Dejar de lado los estigmas, los diagnósticos, los prejuicios, para centrarse en algo mucho más complejo de relatar –y por lo mismo, mucho más transformador–: las diversas capas de un individuo. Lo que lo hace único. Sus miedos, sus amores, su rol social. Su versión como madre/padre, como hija/hijo, como esposa/marido, como amiga/o (…). Como un ser humano con sentimientos, silencios, palabras y acciones. Como todos nosotros, al final. 

Por Amanda Marton Ramaciotti, periodista brasileña-chilena. Editora general de la revista Anfibia Chile, docente de la Universidad de Santiago. Autora del libro “No quería parecerme a ti – vivir con una madre con esquizofrenia” (Ediciones B/Penguin Random House, 2024). 

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