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Morante acaba con la trama de la «valentía», Talavante se eleva sobre sus incrédulos: categoría de Domingo Hernández

Abc.es 
Era un mano a mano encubierto . Dos viejas estrellas rockeras, arropadas por un caballero telonero. Un caballo por delante, antes y durante el cante grande. De Morante y Talavante ; y también de Domingo Hernández , cuyos nietos lidiaron una corrida –bueno, tres toros dentro de una corrida–, guapos y con muchos matices importantes. La categoría en las hechuras y en el estilo de los dos primeros , y la vibración y el fondo del viejete y hondo sexto. Demasiados quilates para una fiesta tan venida a menos, la de esta Almería prácticamente a media plaza y sin el eco que merecían dos obras colosales como las de Clavelito y Friturero, que tenía poco de fritanga. Pero para eso vino ABC, para contarlo... y para gozarlo. Como se gozó en la plaza aquello tan incomprendido que es el toreo de Morante . «Los del valor a mandar, y los del arte a acompañar», puso la tarde anterior un perfil tuitero. Pero, ¿dónde debemos meter a Morante? Después de un intenso verano, viendo a los del «valor» y a los del «arte» por toda Andalucía, no me cabe la menor duda de que este torero, y más concretamente el de este momento, no encaja en ninguno de estos encasillamientos. Decía Bergamín, maestro Bergamín, que « el peor truco del toreo es la valentía : el torero truculento y sensacional de la valentía es un tramposo. El alardear de valor es en el toreo un efectismo del peor gusto; y, además, mentira; la prueba más evidente del miedo es un exagerado gesto de valor: para asustarlo». Y el toreo de Morante tiene poco truco –no vayan a pensar en aquel espectáculo verbenero de Jesulín asomando sus calzones en televisión– y aún menos alardes de valor. Pero quizás por eso es Morante de la Puebla el más valiente de todos. Porque ni tiene trampa ni alardea su valor; pero su brazo, conforme pasan los años y los días, se ha ido aflojando hasta conseguir, en un juego completo de muñecas, codos y hombros , meterse los animales bajo su misma faja. Empapada ésta en sangre tras la constante fricción entre sus manos y el bordado de su chaquetilla, mientras bambolea a Clavelito, siempre tan cerquita de su cuerpo. Es la sublimación de la reunión, amén de una vitalidad impropia de un estado depresivo. Más que animado, ilusionado. Dándole distancia y procurando la ligazón, que lo encontró rápidamente con este bravo y ligerito Clavelito , de largos y entregados pasajes. Sin perder la concentración, encontrando el sitio, la distancia y el ritmo de este bravo primero –muy bonito en su acapachada y estrecha cara, aunque muy astifino por delante– al que apenas quiso picar después de un volatín que tanto acusó en su manera de apoyarse por el lado izquierdo. Por aquello de plaza triunfalista o por lo que fuera, a Morante le pidieron la oreja tras el pinchazo. Que era de justicia, pero como tanto le escatiman en otros lares… Volvió a ponerse como si fuera un «sinta» (sin tabaco, Juncal dixit) con Tabacalero, un toro con el hierro de Núñez del Cuvillo –remiendo tras varios rechazos matinales– y la divisa de Domingo Hernández. Un cachondeo. Que no se entregó, siempre con la cara alta y en línea recta. ¡Ay si a Morante le entrara la espada! Todavía más vibrante fue Friturero, una bella pintura que embistió con la misma categoría con la que lo habían moldeado. Con bravura, categoría y fondo. Como la faena de Talavante, entregado desde sus algodonosos lances hasta su potente final. «He pegado ya tantos naturales en mi vida que ya no me seduce pegarlos malos», contaba Talavante esta primavera en una entrevista a ABC. Y los pegó, más reunidos y largos que en todo el año . Buscando menos el pitón contrario en el cite y metiéndose en el embroque. Una faena en la que volvía la grandiosidad a sus manos, la rotundidad en su conjunto. Que despejaba muchas dudas, como el paso adelante con Añejo, el sexto. Nunca un nombre fue más acertado. Un toro añejo, viejete y hondo, camino de los seis años. Que rompió en fondo, con emoción y mucha importancia. Había que ponerse en el sitio, donde se colocó Talavante, que lo desengañó en una primera serie en redondo, lentos hasta quebrar el sentido del animal. Lo mató casi aculado en tablas, convencido de que éste no se le iba a ir. Cumbre. Algunos no lo creerán, pero éste que firma no supo que era Guillermo el «Hermoso de Mendoza» que anunciaba el cartel hasta que lo vio en el paseíllo. La trampa de poner el nombre de pila en minúscula coló. Como coló ese primero de Romao Tenorio, que por el nombre debía ser una divisa portuguesa y por el tipo pudo pasar en Bilbao, ese sumidero por el que este año están colando lo más impresentable del campo bravo, sin remate y con cara por delante. Así fue este primero, escuálido y bastó en su figura, que debía tener origen Murube-Urquijo por su caja, badana, expresión y estilo, al que cuajó sobradamente el rejoneador navarro, aunque entró a matar en plan cuatrero, precipitado y con la cuadrilla colocada en el rabo del toro. Más emoción tuvo el becerrote cuarto, hermano de cualquier clase práctica que televisa Canal Sur. Esto de mezclar churras con merinas, o sea, rejones y toreo a pie, apenas tiene sentido .

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