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Todos los señores Joaquim

Abc.es 
Daba ternura infinita verlo llegar, cada tarde, a sus bancales. Bajaba del todoterreno, daba un rodeo para abrir la puerta del copiloto y, con todo el cariño del mundo, ayudaba a salir a su mujer cuando a ella ya le costaba demasiado moverse. Era su ritual: ir juntos al huerto . Ella, sentada a la sombra. Él, trajinando entre los surcos. El señor Joaquim no quería —ni podía, seguramente— ni renunciar a sus cultivos ni alejarse demasiado rato de la que fue el amor de su vida. Nunca he visto otro huerto tan hermoso. A lo largo de esta serie de reportajes hortícolas vinculados a la cultura han estado siempre presentes los antepasados de los protagonistas. Los abuelos, y también las abuelas, eran un pozo de sabiduría. Cuando pido a Carme, la hija del señor Joaquim , alguna foto de su padre, accede encantada a hurgar en los archivos. Le hace ilusión que la gente se acuerde de él , y más si es por sus cosechas. Cuando localiza una en la que aparece con su nieta blandiendo unos calabacines, nos volvemos a llamar y me dice que justo esa es muy especial para ella. Los calabacines del señor Joaquim. Su huerto estaba a un par de kilómetros de mi casa, en el pueblo oscense de Arén, pero sus calabacines aparecían por arte de magia en mi puerta. Se los traía a mi madre —dos bolsas, tres— cuando era época, junto con tomates, lechugas, judías, y lo que fuera menester. Conforme pasaban las semanas ella se empezaba a agobiar : una vez fritos, rebozados, hechos puré y metidos en tortilla tres o cuatro veces, no sabía cómo más cocinarlos para no tener la sensación de que comía lo mismo cada día. Y es que el huerto también es eso, compartir. Rozalén me contaba que sus tomates triunfaron en alguna de sus giras entre los compañeros del equipo. Adrián Linares estaba contrariado porque algunos de sus amigos le ponen pegas cuando les da demasiada cantidad: «Pues que hagan conserva o la congelen, que esa verdura no la van a encontrar en ninguna tienda». Las monjas dan lo que no necesitan (que a lo mejor es un noventa por ciento de la cosecha) a los voluntarios que les cuidan la plantación. Mi abuelo también compartía, pero no tanto. Como su pueblo, Balestui (Pirineo leridano) era pequeño y rústico, todos los vecinos tenían su huerto, y cuando estás hasta las orejas de tomates lo último que quieres es que te traigan más. Fue él quien me enseñó las bases de plantar, surcar, emparrar, regar... En otro orden de cosas, me contó también cómo pescar truchas con las manos, sin caña ni nada. No lo he practicado nunca en un río, pero la técnica ancestral me ha servido bastante para apresar entrevistados escurridizos. Mi abuela paterna no iba tanto al huerto, pero me dejó en herencia una expresión que de tan plástica me encanta. Cuando se refería a alguna muchacha con poca sangre, decía en su catalán leridano, cerradísimo: «És una bleda assoleiada». Una acelga al sol. La abuela materna también tenía una expresión recurrente vinculada con el campo, pero con más inquina. Cuando sucedía una desgracia a alguien que no le caía bien, soltaba: «Tranquilos, que mala hierba nunca muere». El señor Joaquim y su mujer murieron hace ya unos años. Hoy, su tierra está llena de maleza, y su balsa, que recoge agua de un manantial de la montaña, sigue cantando su murmullo a la espera de que alguien tome el relevo. Mis abuelos tampoco están, y su 'tros' también está en barbecho forzoso. De nuestros antepasados hemos heredado una tradición —una cultura, una agricultura— que algunos intentamos mantener. A menudo, exhibiendo un talento tan limitado que se echarían las las manos a la cabeza. Suerte que el huerto les dio también una excelente cosecha de paciencia . La generación actual ha diversificado, eso sí, los cultivos. En el huerto de Rozalén crecen sus poemas y sus acordes. Pasión Vega cosechó un disco entero al meterse en el de Lorca. Heras-Casado ha puesto en el suyo su estudio, directamente. Javier Martínez y Rafa López hacen platos llenos de poesía con sus hortalizas. Alejandro Escribano recolecta cuanta sinfonía emita Radio Clásica. Y yo, cuando me preguntan qué tengo en el huerto, pienso para mis adentros que lo mejor que saco de él son algunos artículos y un buen puñado de capítulos de libros, publicados o por publicar. Ciertamente, nuestro abuelos nos dirían aquello de que se nota que no hemos pasado hambre, y llevarían razón. Pero gracias a ellos, precisamente, seríamos capaces de trabajar la tierra en caso de necesidad.

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