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Nombrar tutores, hacer testamento, hablar con la familia y otras tareas para abordar con antelación la muerte

Establecer responsables legales en caso de fallecimiento cuando hay hijos menores de edad o hablar con los propios padres sobre sus deseos ante la muerte son cuestiones que muchas familias evitan por miedo, pero las expertas señalan que es fundamental abordarlo para prevenir problemas

Niños y niñas sin padres: ¿quién se hace cargo en situaciones de orfandad?

La muerte repentina del suegro de Gentxane Landa les hizo replantearse muchas cosas en casa. Entre otras, qué pasaría con sus hijos si ellos faltaban. “A corto plazo sí que nos gustaría hacer un testamento vital nombrando tutores legales de nuestros hijos en caso de nuestro fallecimiento, y también decidir qué haríamos con la casa, el dinero…”, cuenta a través de Whatsapp. En el caso de Gentxane, que tiene dos hijos de 6 y 11 años, Amaia y Asier, la preocupación añadida viene porque la madre de su pareja está enferma, y sus padres tampoco podrían hacerse cargo. Y tienen claro que les gustaría nombrar tutores legales a los hermanos de ambos. Eso en relación con los niños, porque sobre ellos mismos y qué hacer con sus cuerpos, reconoce que no se lo han planteado, porque se les ponen “los pelos de punta solo de imaginarlo”. 

He decidido empezar a buscar estas historias en mi círculo cercano, preguntando a mi alrededor qué harían si ellas y sus parejas –cuando las hay– faltaran. Si este es un tema que les preocupa. Y no me sorprende que sea asunto tan escurridizo. Porque hablar de la muerte nos asusta. Cuesta pensar que podamos no estar. Lo escribió Maggie O’Farrell en ese fascinante libro sobre los encuentros de la propia autora con la muerte que es Sigo aquí (Libros del Asteroide): “Al coger a mi hijo en brazos me daba cuenta de lo vulnerable que era yo a la muerte: fue la primera vez que eso me asustó. Sabía demasiado bien lo fina que es la membrana que nos separa de ese lugar y la facilidad con la que puede perforarse”.

Para Ana Carcedo, psicóloga especializada en duelo, todos nos protegemos del dolor, especialmente del dolor emocional, tanto a nivel individual como social. “Hemos aprendido a evitar y silenciar el tema de la muerte porque nos provoca dolor. Hablar sobre la muerte resulta doloroso y pensar en ella activa numerosos mecanismos de protección que nos alejan de su reflexión y de darle espacio en nuestras vidas. Una buena muerte sería aquella que una persona desea y siente como coherente con su vida, pero si no hablamos de ello, es posible que no ocurra de esa manera”, explica.

Prevenir problemas

“No lo tengo hecho y es algo que debería al tener una niña dependiente, pero me da miedo hacerlo. Es como algo supersticioso sin sentido. Sé que lo tenemos que hacer, pero lo voy retrasando”, dice Terry Gragera, compañera periodista con una hija menor de edad, Claudia, con síndrome de Down. Sí ha dado el paso su amiga María Doussinague, que tiene tres hijos, de 16, 13 y 11 años. La pequeña se llama Marieta y, como Claudia, tiene síndrome de Down. “Debemos dejar de lado los reparos para ir al notario y entender que organizar el futuro de nuestros hijos debe ser una prioridad para nosotros. Es una forma de ayudar y cuidar a los que se quedan”, dice. Testar, nombrar tutores o formalizar un patrimonio protegido debería ser, según cuenta, “de las primeras cosas a hacer cuando nace un hijo con discapacidad”. 

Bea Nieto, que forma parte del mismo grupo de madres que María y Terry, también lo hizo en 2016. Vivieron en Estados Unidos durante 12 años, pero antes de mudarse a este país hicieron un testamento y una vez nacieron sus tres hijos, añadieron a los tutores legales. “Lo dejamos todo hecho porque íbamos a vivir muy lejos de la familia”, cuenta. Resultó que ese documento legal que hicieron en España allí no servía, así que tuvieron que hacer otro documento allí nombrando unos tutores temporales que se ocuparían de sus hijos hasta que pudieran llegar los tutores legales.  

“Es crucial nombrar tutores en familias monoparentales, cuando los progenitores son mayores, en caso de disputas familiares y para descendientes con necesidades especiales que requieran cuidados específicos, para asegurar su bienestar si los padres fallecen antes de que los hijos e hijas alcancen la mayoría de edad”, explica Emilia de Sousa, abogada especializada en familia, conciliación y negligencias.

Su trabajo no es solo el litigio, sino también la prevención. Es por esto que considera que el nombramiento de un tutor o de una tutora puede prevenir futuros problemas. “El Código Civil contempla esta figura y es bastante fácil su nombramiento y de paso, mucho más económico de lo que creemos –alrededor de 100 euros–. Ser previsores siempre sale rentable a todos los niveles”, señala.

Un tutor legal se nombra ante notario, en testamento o escritura pública. “Los tutores se pueden dejar nombrados y luego con la documentación pertinente y en su momento, si hiciera falta por darse la situación prevista, pasará por el juzgado”. Eso sí, como ser tutor no es un cargo de obligado cumplimiento, la abogada recomienda nombrar varios tutores, siempre teniendo en cuenta que una cosa son los cuidados a nivel personal y otra cosa son las gestiones patrimoniales.

También se puede dejar constancia de quiénes no deberían, bajo ningún concepto, ser tutores de los hijos en ninguna circunstancia. “Cada familia tiene sus particularidades, y hay tanta diversidad y disparidad de familias que habría que ver en cada caso qué conviene, pero a nivel general, nunca será perjudicial nombrar tutores para nuestros hijos”, señala. 

El nombramiento de los tutores no solo sirve en caso de fallecimiento, también para casos como un diagnóstico de enfermedad grave o de mal pronóstico o para dejar establecido qué se quiere en caso de accidente que deje incapacitado a uno de los progenitores especialmente si los progenitores están divorciados. “En este caso, la persona enferma puede nombrar un tutor para gestionar la herencia de su hijo o hija. Existiendo otro progenitor, la patria potestad está asegurada, salvo casos excepcionales en que se haya privado de ella a ese otro progenitor. En estos casos, con más razón aún habría que designar tutores para los cuidados y para los asuntos económicos para los hijos e hijas”, apunta la abogada. 

¿Qué ocurre si ambos progenitores fallecen o enferman gravemente sin haber dejado nombrados tutores? “Que será un juez quien determine qué persona está más capacitada para cuidar de los menores teniendo siempre como prioridad que permanezcan en el seno familiar (abuelos, hermanos mayores de edad, tíos…)”, responde Emilia de Sousa. ¿Y los hijos o las hijas tienen algo que decir al respecto de sus posibles tutores, hayan sido o no nombrados por sus padres? Pues llegado el momento, según explica la abogada, si la persona menor de edad tiene más de 12 años, el juzgado ha de contar con su opinión. Si no los ha cumplido, se estudia el grado de madurez.

La conversación con tus propios padres

“Nuestros padres no pueden protegernos de las pérdidas para siempre, porque al final, a menos que haya una tragedia aún mayor, los perdemos a ellos”, escribe Kathryn Schulz en Una estela salvaje (Gatopardo ediciones). Los padres de Paula Martos han hecho un testimonio vital y le han explicado a su hija lo que desean cuando llegue la pérdida. “Yo no me planteo qué pasaría con nosotros, me da mal rollo solo pensarlo. Asumo que, si morimos, los niños se quedarán con mis padres. Sobre mis padres y sus deseos y planes sí tengo más datos: han hecho testamento vital y han donado su cuerpo a la ciencia. El espíritu detrás de esta decisión es fundamentalmente no dar problemas”.

Hablar, casi en abstracto, de la muerte con los padres cuando la edad avanza parece más sencillo que hacerlo cuando no toca. Emilia de Sousa opina que no es perjudicial mantener una comunicación real con nuestras criaturas adaptada a sus edades, acerca de las pocas certezas que en la vida tenemos. “En nuestra cultura, hablar de la muerte es tabú. Por suerte, cada vez encontramos más cuentos y películas que, con un lenguaje adaptado, tratan de acercar a la infancia la única seguridad que tenemos en esta vida: la muerte llega antes o después”. 

El padre de Carolina Lanao murió en 2023. No ocurrió nada que predijera el desenlace inminente, pero era esperable por la edad –91 años– y por una patología crónica –enfermo coronario–, aunque muy bien llevada. No hubo testimonio vital, pero siempre verbalizó sus deseos: “Mis padres son de un pueblo de Aragón, pero emigraron a Venezuela. Ellos no pensaban en volver de Venezuela, porque allí hicieron su vida, nacieron sus hijas, pero las circunstancias del país les obligaron a retornar y acabamos en Canarias. Mi padre siempre ha manifestado que quería ser incinerado y que lleváramos sus cenizas a su pueblo natal, en Huesca”.

El padre murió en noviembre, fue incinerado y a los dos meses pudieron hacer sus deseos realidad de descansar en el pequeño cementerio de su pueblo. Esto sí generó cierta angustia en la madre de Carolina, que se sintió agobiada por tener que emprender el viaje a Huesca con la urna, lo que les hizo plantearse que quieren ponérselo muy fácil a los que se queden.

La psicóloga Ana Carcedo subraya la importancia de enfrentar la realidad de la muerte, independientemente de cuánto tiempo creamos tener por delante. Considera que es fundamental hablar sobre los deseos al final de la vida, ya que, aunque estas conversaciones pueden estar cargadas de miedo y dolor, también permiten un mayor entendimiento y aceptación del proceso de morir. Reflexionar sobre la muerte y anticipar sus implicaciones puede ser angustiante, pero al hacerlo con amor y respeto, podemos crear un espacio de calma y paz, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos. “Al tomar conciencia sobre la muerte, la mirada cambia y, con ello, se alivia el dolor”, concluye Carcedo.

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