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Bienvenido septiembre

Como cada septiembre vuelven los niños a las aulas. Está en ellos la ilusión del rencuentro con los amigos; los deseos de contar qué hicieron o a cuál lugar fueron en las vacaciones, si a la playa, al río, a la casa de los abuelos; la curiosidad por la maestra nueva…

El inicio del curso escolar siempre mueve las emociones, como las de esta periodista que por vez primera ha probado el uniforme de prescolar a su pequeña.

Y quizá el mérito mayor de esta sociedad habituada a tener a sus hijos en las escuelas, sea abrir siempre las puertas de un curso escolar, por encima de cualquier obstáculo, por difícil que esté la situación. El de hoy es un contexto que sin dudas tensa las cuerdas, toda vez que obliga a garantizar, en alguna medida, recursos, base material de estudio, uniformes y alimentos para los centros seminternos e internos de las distintas enseñanzas.

Y a pesar de todo, de las escaseces y de las alternativas que se puedan adoptar para hacer más llevaderos los días de niños, adolescentes y jóvenes en las instituciones estudiantiles, lo más importante será siempre las enseñanzas, los valores, el ejemplo de quien se para frente a un aula.

No seríamos nada sin los maestros. «Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo», diría José de la Luz y Caballero, a quien quedaba clara la importancia de la educación para la sociedad: «Tengamos el magisterio y Cuba será nuestra». El insigne educador diría también: «Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida».

Bajo esas máximas hay que cultivar la educación en tiempos neurálgicos para la sociedad cubana, y conservar la escuela como ese espacio para todos, al que se va a aprender a leer y a escribir, a ser útiles y buenas personas.

Mucha responsabilidad tienen los padres para que no sea ese un sitio de lujo y ostentación, tan de moda en estos días, y mucha responsabilidad tienen también en ello los maestros, esos que apenas descansan y por cuyas manos discurre la formación de las nuevas generaciones.

Quizá los mayores retos de estos tiempos, como argumentaba recientemente la Ministra de Educación, estén en flexibilizar las formas de pago a los docentes y propiciar un mayor ingreso a las instituciones formadoras del relevo magisterial, a partir de la incompleta cobertura docente que persiste en varias provincias del país.

El otro asunto, puesto sobre el tapete desde hace muchos años, es insistir en que no son ni pueden ser jamás las carreras de perfil pedagógico la última opción, a la que accede el estudiante de promedio más bajo porque no tuvo más alternativa.

Y esa es una tarea a manejar desde la formación vocacional y la orientación profesional no solo con los muchachos, sino también con sus familias, desde que llegan sus hijos al sistema institucional.

Por otra parte, está la imperiosa necesidad de formar en valores a hombres y mujeres de pensamiento, capaces de dialogar y también de usar las nuevas tecnologías en función de su aprendizaje. Que sepan discriminar qué es valioso para ellos de todo lo que circula en las redes y qué información es intrascendente o falsa.

Para ello hay que otorgar herramientas a nuestros muchachos, que crecen hoy en un mundo mediatizado, permeado de banalidades y deberían tener, al menos, los mecanismos para no dejarse manipular.

Con todos esos desafíos, bienvenido sea septiembre, ese que trae consigo un desfile de camisas blancas recién lavadas y de pañoletas rojas y azules, acompañadas de la risa inocente de los niños.

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