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Nuevo terremoto juvenil

Seis meses atrás, el poder de la primera ministra Sheikh Hasina en Bangladés parecía inquebrantable; la Liga Awami, partido gobernante, terminaba de ganar el cuarto período sucesivo en elecciones indiscutibles, lo que le permitía continuar ejerciendo un control total sobre las instituciones del país. Dado que los periodistas, defensores de los derechos humanos, miembros de la oposición y otros críticos enfrentaban persecuciones políticas, la prisión, el exilio y la desaparición forzosa, el continuo descenso del país hacia el autoritarismo parecía confirmado.

Pero el mes pasado, de repente, estallaron protestas estudiantiles en todo el país, impulsadas por la indignación que generó un sistema de cuotas que asigna empleos públicos a los aliados del partido gobernante. La respuesta estatal —una violenta ofensiva que causó más de 400 muertes— reveló la precariedad del gobierno de Hasina, que llevaba ya 15 años en el poder. En escenas que trajeron a la memoria las protestas de Sri Lanka del 2022, que pusieron fin al gobierno de la familia Rajapaksa, los jóvenes bangladesíes la obligaron a renunciar y exiliarse.

El caso de Bangladés es el último de una serie de levantamientos impulsados por jóvenes, que han hecho temblar a países asiáticos y africanos este año: en febrero, los jóvenes pakistaníes dieron una sorpresa cuando, desafiando a los militares, votaron en masa por el ex primer ministro Imran Khan, que está en prisión, otorgando a sus aliados la mayoría de los votos y escaños parlamentarios.

El mes siguiente, los votantes senegaleses jóvenes reclamaron la democracia en unas elecciones que casi les fueron robadas; Bassirou Diomaye Faye, inspector de impuestos poco conocido, fue catapultado desde la prisión a la presidencia en tan solo unas pocas semanas.

Y la onda expansiva llegó en junio a Kenia, donde los manifestantes, identificándose orgullosamente como generación Z, tomaron las calles para expresar su furia contra el plan del presidente William Ruto de gravar con nuevos impuestos productos esenciales.

Como en Bangladés, las autoridades respondieron con violencia letal y mataron a decenas de personas e hirieron a cientos más. Finalmente, sin embargo, Ruto se vio obligado a retirar la propuesta de ley. La atención se ha vuelto ahora hacia Nigeria, sobresaltada por protestas por el aumento del costo de vida.

Moderna forma de protestar

En diversas partes de África y Asia, una nueva generación se está haciendo valer. Los jóvenes están formando espontáneamente movimientos de protesta y forjando raras coaliciones. Esta es la primera generación que desconoce la vida sin internet, y no solo está usando las redes sociales para anunciar y mostrar en tiempo real las protestas, sino también para organizarse y debatir.

Mientras lo hace, está inventando tácticas innovadoras, que incluyen el uso de la inteligencia artificial, y creando espacios nuevos, con manifestaciones digitales cuando no puede salir a la calle. La respuesta de los gobiernos ha sido la tecnorrepresión: desde desacelerar internet hasta apagarla por completo.

Esos movimientos afectan además la concepción convencional de la política, trascienden las divisiones éticas y políticas tradicionales, y a menudo evitan a los partidos políticos y organizaciones tradicionales de la sociedad civil.

Habitualmente, se presume que el populismo y el autoritarismo son fuerzas complementarias; sin embargo, aquí vemos expresiones de populismo que desafían el autoritarismo, llevadas adelante por una generación que está demostrando tanto su audacia como su intransigencia. Lejos de disuadirla, la violencia estatal a menudo ha templado su determinación.

Por supuesto, exagerar este terremoto juvenil, o presentarlo como algo generalizado en dos continentes enormes, sería un error. La estructura de los manifestantes de la generación Z no es monolítica, ni todos ellos son idealistas en sus ambiciones. Como en cualquier otra cohorte etaria, entre los jóvenes también hay divisiones políticas. En Bangladés, por ejemplo, el ala joven y bravucona del partido dominante, la Liga Chhatra, fue en parte responsable de la violencia.

Mientras que la transición en Senegal resultó relativamente suave gracias a la capacidad de recuperación de sus instituciones, Bangladés sigue un camino más incierto, y la amenaza de violencia y desorden civil aún pende sobre él. Las recientes represalias contra los miembros de la Liga Awami y los ataques contra la minoría hinduista demuestran que el sabor de la victoria a veces puede derivar en la tentación de venganza.

Qué enciende la pólvora

De todas formas, existen semejanzas sorprendentes: en todos los casos que mencionamos, la población de entre 15 y 34 años constituye al menos un tercio del total. A pesar de contar con un sólido crecimiento económico, cercano al 6 % anual, Bangladés sufre un 15 % de desempleo juvenil; y muchos de esos países están agobiados por la pesada carga de la deuda, que requiere entre el 20 % y el 60 % del gasto gubernamental para mantener a raya a los acreedores, un monto que limita enormemente el gasto en educación, salud y la tan urgente acción climática. No es casual que esas protestas tengan lugar en algunos de los países más vulnerables al clima.

Las manifestaciones estallaron en muchos casos en respuesta al anuncio de nuevas medidas que hubieran infligido más penurias económicas a los jóvenes (impuestos regresivos en Kenia, la asignación injusta de empleos en Bangladés y el aumento del costo de vida en Nigeria); pero esas acciones simplemente encendieron la pólvora de un barril de resentimientos acumulados durante décadas.

Los jóvenes no solo están desanimados por la falta de perspectivas económicas, sino también por la codicia de sus gobernantes, la brutalidad estatal y la falta de respuesta, en general, a sus necesidades. Hay impaciencia frente al statu quo, y el deseo de borrar del mapa los órdenes anticuados y reimaginar los sistemas políticos.

Pero no será un cambio fácil, ni está garantizado. Hace una década también estallaron revueltas en el mundo árabe, que derrocaron a dictadores y despertaron la ilusión de órdenes más justos y equitativos; para evitar el fracaso habrá que aprovechar rápidamente las oportunidades que se han creado y construir sobre ellas... y transitar con cuidado los peligros.

Binaifer Nowrojee es presidenta de las Open Society Foundations.

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